¡Qué elocuente resulta que en menos de veinticuatro horas Sánchez, Puigdemont y Rajoy utilizaran un mismo recurso enfático! "Yo voy en serio", dijo el joven líder socialista al aceptar el encargo del Rey de concurrir a la investidura. "La independencia de Cataluña va en serio", alegó el neófito presidente catalán en su primera comparecencia ante el Parlament. "Este es un partido serio", farfulló Rajoy al ser preguntado si renunciaría a su candidatura para facilitar el acuerdo que propugna con Ciudadanos y el PSOE.
Sólo en un entorno en el que nadie cree habitualmente a los políticos, se toman a chacota sus proclamaciones más solemnes y se percibe a los partidos como peñas de oportunistas y rufianes, el pleonasmo adquiere caracteres de llamada de atención. Ojo que lo que va a ocurrir no es lo de siempre.
Excusatio non petita, acusatio manifesta, podría alegarse en los tres casos. De hecho nada sería tan entretenido como sobrevolar con Asmodeo -el diablo cojuelo que condujo a Larra en Todo el año es carnaval- los cielos de Ferraz, la plaza de Sant Jordi, el palacio de la Moncloa y la calle Génova para ver y escuchar a través de los tejados los conciliábulos que tienen lugar en cada uno de esos cubiles.
Seguro que en la sede socialista, tanto en el despacho de Sánchez como en los de Hernando o Luena, escucharíamos voces de ansiedad, estrategias basadas en la doblez, proyectos de traición, imprecaciones contra Susana y los barones y sobre todo una mezcla de cálculo e inseguridad con la aritmética en ristre. Saben que no les cuadran las cuentas, que la investidura es una carambola casi imposible, el final de un vodevil de entradas y salidas de la escena, pero están decididos a fingir que la tienen al alcance de la mano porque la propia dinámica creada apuntala a Sánchez y le reabre el futuro.
Otro tanto oiríamos en el patio de los Naranjos del palacio de la Generalitat y sus alrededores en relación a la independencia catalana. Puigdemont y sus consellers admiten entre sí que es una quimera, que el gobierno en funciones de Rajoy carece de margen para el compromiso, que la Unión Europea no permitirá nunca el precedente de la destrucción de uno de sus estados miembros, que fuera del euro y en el ostracismo internacional, la nueva república sería pronto un Estado fallido... Sin embargo están decididos a seguir pedaleando al ritmo que convenga pues es lo que les garantiza continuar subidos a la bicicleta mientras se diluye el recuerdo del martirio de Mas -en esto a lo mejor se equivocan-, se gana tiempo para ir asilvestrando a la CUP y se protege el recinto con las trincheras del clientelismo mediático para resistir el asalto que Ada Colau prepara desde el otro lado de la plaza.
Puigdemont y sus consellers están decididos a seguir pedaleando al ritmo que convenga pues es lo que les garantiza continuar subidos a la bicicleta mientras se diluye el recuerdo del martirio de Mas
Menos edificante pero más dramático sería escuchar las conversaciones en las habitaciones del pánico de Moncloa y Génova con un Rajoy demacrado, ojeroso, encanecido hasta las cejas, trastabillada el habla, paralizado por el terror a ser expulsado con oprobio del poder, oteando cada dos por tres el horizonte bajo la psicosis de que de repente comenzará a moverse el bosque de Birnam de la conspiración, mirando siempre por el rabillo del ojo a su lady Macbeth de bolsillo y a su María Dolores de las Mentiras de cartón piedra, leyendo atónito las noticias sobre Valencia o el blanqueo de la caja B de la propia sede central como si no fueran con él, jurando en arameo contra el desagradecido de Monago, convocando a sus leales en el patio de armas y reuniendo sólo a Moragas, la monja Martínez Castro en calidad de tercera bruja y un ujier disfrazado de Javier Arenas... consultando nerviosamente el WhatsApp de Pablo Iglesias, a la espera de un incidente en el golfo de Tonkin que le permita reagrupar sus tropas de cara a una nueva contienda electoral. "¡Mi reino por un caballo!", le oiríamos gritar a lo Ricardo III, suspirando por un buen relincho del Coletas. "¡España por treinta escaños!", repetiría el eco del valle de los muertos.
Desgraciadamente ningún pasante de Satanás nos va a permitir por ahora, como a Larra, perforar la pizarra con la mirada para "ver las máscaras de balde" en la intimidad de su guardarropa, su cuarto de aseo o su despensa de sartenes y peroles. En la cocina de la política española todo el año es carnaval, pero en su escaparate sólo este mes de febrero tiene dicho rango puesto que, en feliz coincidencia con los de Tenerife, San Sebastián o las comparsas de Cádiz -sublime el Kichi flagelando a los adoradores de Peppa Pig-, ha sido habilitado por el excelentísimo señor don Francisco Javier López Álvarez, presidente del Consejo de los 350, como periodo de negociaciones para la investidura.
Así que bienvenidos al veneciano baile del Dogo, gran fiesta de disfraces de esta serenísima república monárquica en la que, como acaba de explicar Ana Romero, los nuevos políticos han apeado a Felipe VI el tratamiento de "Señor", entregándose al tuteo sin siquiera pasar por el "usted". Ahora que Ortega no nos oye, demos vivas pues al plebeyismo y disfrutemos contemplando el espectáculo de este generoso repertorio extraído de la comedia del arte.
En la cocina de la política española todo el año es carnaval, pero en su escaparate sólo este mes de febrero tiene dicho rango
Pedro Sánchez ha elegido la máscara de Arlequín, el flexible y simpático truhán que como rey del infierno (de "hell king" viene "harlequin") es capaz de engañar a todos con sus zalemas y cabriolas, antes de quedar en evidencia por sus meteduras de pata y resbalones. "A veces parece un criado tonto -dice Mario Belloni, historiador del Carnaval-, otras una figura ingeniosa de lengua afilada". Es el ídolo de menestrales, obreros y artesanos. Con su buena planta, el traje de rombos de colores le va a Sánchez que ni hecho a la medida. Él ha abierto el baile del "tiempo nuevo", emparejándose con unos y con otros, ciñéndolos por el talle, haciéndolos pasar bajo sus brazos, ora el vals, ora la mazurca, inundando la estancia de raudales de simpatía y ansias de transgresión. Pero todos esperan que pise la cáscara de plátano que le tumbará desarbolado.
Muy cerca tiene a Albert Rivera haciendo de Pierrot, el payaso de la cara blanca, reflexivo y a veces taciturno pero gran músico, recitador y bailarín. Descendiente de Brighella, emparentado con Fígaro y Scapin, es el héroe de la clase media y los pequeños propietarios. Bajo la harina que cubre hasta el último centímetro de su frente hay un cerebro en constante movimiento que le permite salir airoso de cualquier trance. Es el aliado natural de Arlequín. Juntos corren aventuras, desafían las convenciones y contagian las ganas de que no todo siga siendo igual que siempre. Pero no dejan de ser dos "zanni", dos criados descarados a los que el poder tradicional procurará meter en cintura.
Pablo Iglesias ha elegido, cómo no, el atuendo a base de botas altas, sombrero redondo, capa y espada del capitán Scaramouche, del capitán Matamoros, del capitán Bobadil, del capitán Fracasse o, para responder mejor a la mezcla de tirria y espanto que provoca entre el público bien pensante, del capitán Horribilicribilifax, que todos esos nombres ha tenido ya en los lances de la escena veneciana. Es el trasunto del Miles Gloriosus de Plauto, reconvertido casi siempre en soldado español: un sietemachos más fanfarrón que nadie, depredador y posesivo, dispuesto a revolucionar la escena y a salirse siempre con la suya. Su problema es la sobreinterpretación de quien se pasa por costumbre de frenada -antes muerto que sencillo- y el reguero de agravios que va dejando entre las víctimas de sus burlas.
Y nos queda Rajoy, embutido por decisión propia en el lúgubre atuendo del Dottore o Médico de la Peste con su túnica negra envolviendo el rostro, su sombrero redondo y su máscara con anteojos y un pico interminable, inspirado en el artilugio que servía para evitar el contagio durante las epidemias. El aire se introducía por dos agujeros en el extremo del pico y el resto de la oquedad se rellenaba con hierbas aromáticas que hacían de filtro.
El problema de Pablo Iglesias es la sobreinterpretación de quien se pasa por costumbre de frenada -antes muerto que sencillo- y el reguero de agravios que va dejando
"Esos médicos no atribuían las enfermedades a agentes patógenos pues eran desconocidos en la época, sino a los malos espíritus", explica Belloni. "De ahí el aspecto terrorífico del traje, destinado a asustar a esos espíritus". El problema es que, aun teniendo el apoyo de la gente de ley y orden, asustaba también a la mayor parte de los venecianos. Larra debió inspirarse en ese personaje al describir en Todo el año es carnaval al médico que "con un bastón en una mano y una receta en la otra" se presenta como única solución para el enfermo: "O la tomas o te pego. Aquí tienes la salud. Yo sano los males, yo los conozco".
El baile ha comenzado con estos cuatro personajes principales y muchos otros secundarios. Mientras Arlequín y Pierrot hacen buenas migas, el capitán Horribilicribilifax y el Dottore della Peste tratan de imponerles sus respectivas voluntades en régimen de exclusividad. Se hará lo que ellos digan o se desbandará la fiesta para convocar una nueva a su medida. Todos buscan a una pizpireta Colombina llamada Investidura, pero de momento la única que aparece bajo cada máscara de mujer es Susana Díaz. Quedan tres semanas para saber si viviremos el inesperado triunfo del rey Momo o el ritual entierro de la sardina.