Aún no he superado la impresión que me produjo leer el "yo no soy rencoroso" de Rajoy el mismo domingo en que en el PP brillaban por su ausencia las celebraciones, homenajes o meras referencias al veinte aniversario de la mítica "amarga victoria" de Aznar.

Ilustración: Javier Muñoz

No, Rajoy no es rencoroso, pero las críticas públicas de su antecesor y sobre todo los malos pensamientos que él sabe que le dedica en privado deben ser respondidos con la más implacable condena al ostracismo, aun a costa de mutilar a militantes y votantes de algunas de sus mejores señas de identidad.

No, Rajoy no es rencoroso, pero si Aznar presenta un libro sobre el periodo en que él mismo gobernó bajo sus órdenes, se boicotea sin concesión alguna el acto -recuerden, ni un ministro, ni un secretario de Estado, ni un ejecutivo de Génova de medio pelo- de forma que tomen nota los cuadros del partido, los creadores de opinión y los patrocinadores de FAES.

No, Rajoy no es rencoroso, pero si Aznar acude a una reunión de la directiva del partido junto a su esposa, la ex alcaldesa de Madrid, y pide que se celebre un "congreso abierto" para afrontar el batacazo del 20-D, primero se le ofende con alevosía, colocándoles en una esquina del salón -bonito lugar para un presidente de honor- y enseguida se le contesta con displicencia que todo se hará cuando toque y "como siempre".

No, como bien saben Gabriel Elorriaga, María San Gil o Eduardo Zaplana, Bruto era un hombre honrado y Rajoy no es rencoroso, pero si llega la efeméride de la página más meritoria y gloriosa de la historia del PP -aquella encrucijada en la que David le venció a Goliat, truncando así la perpetuación del felipismo-, pues simplemente se ignora, se borra del calendario y de la memoria colectiva, no vaya a ser que aún quede alguien que piense que existe alguna fuente de legitimidad moral en el espacio político común.

Qué tontería, por otra parte, sorprenderse de que Aznar, que sólo refundó el PP, que sólo lo transformó de comparsa en alternativa de poder, que sólo consiguió derrotar al más formidable adversario que jamás produjo la izquierda, que sólo proporcionó estabilidad y prosperidad a los españoles durante ocho años, sea ninguneado y extraído de todo recuerdo o relato, cuando eso mismo ya sucedió antes con José Antonio Ortega Lara, que se jodió 532 días bajo tierra para que Rajoy pueda seguir siendo hoy presidente de la diputación de Pontevedra.

"La nación que no honra a sus héroes pronto no tendrá héroes que honrar", decía Churchill, y eso es lo que ha pasado en el PP

"La nación que no honra a sus héroes pronto no tendrá héroes que honrar", decía Churchill, y eso es lo que ha pasado en el PP. El partido de Ortega Lara, Gregorio Ordóñez y Miguel Angel Blanco; el partido que dio la cara -y la vida- por España en el País Vasco, Navarra y Cataluña, el partido que combatió la corrupción -quién lo diría-, el crimen de Estado y los abusos de poder; el partido que redujo el gasto público, bajó los impuestos y dejó a España al borde del G-9 ya no existe.

Todo eso empezó el 1 de abril de 1990 en el Congreso de Sevilla y concluyó el 31 de agosto de 2003 cuando Aznar le dijo a Rajoy en su despacho de la Moncloa: "Mariano, te ha tocado". Esas y no otras fueron sus palabras: te ha tocado la diosa Fortuna, te ha tocado el Gordo de la Lotería, te ha tocado todo esto en una tómbola... He ahí el pecado original que impregna cuanto pasa hoy en el PP: la unción hereditaria del sucesor sin mecanismos democráticos capaces de subsanar un error de la dimensión sideral del cometido.

Produce vértigo pensar que si Rajoy se come el turrón este año en la calle Génova -lo de la Moncloa parece poco menos que imposible- estará superando la marca temporal de Aznar al frente del partido. Trece años del Faraón, otros trece del Estafermo, con la aún sumergida conspiración del 11-M en la frontera. A las fértiles crecidas del Nilo, con graves inundaciones incluidas, han sucedido los años de la pertinaz sequía. Al PP que agitaba la sociedad, le ha sucedido el que la sofroniza.

He ahí el pecado original que impregna cuanto pasa hoy en el PP: la unción hereditaria del sucesor sin mecanismos democráticos capaces de subsanar un error de la dimensión sideral del cometido

¿Por qué será que cada vez que veo al Rajoy grandullón, malencarado y sentencioso, lanzando bufidos contra los periodistas que osan cuestionar su yugo, me acuerdo del Gigante Egoísta del cuento de Oscar Wilde que tanto me fascinaba de pequeño? Su destino quedó sellado cuando se acomodó en su mansión y decidió vallar el jardín para que nadie pudiera disputarle su disfrute. Los niños de los alrededores que solían frecuentarlo empezaron conformándose con jugar en el exterior, pero el terreno era tan inhóspito y estaba tan plagado de pedruscos que terminaron dispersándose como si fueran votantes. Otro tanto hicieron las flores y hasta los insectos. Pronto se hizo el invierno perpetuo.

El Partido Popular es hoy ese jardín tapiado en el que solo la Nieve, la Escarcha, el Viento del Norte y el Granizo, "tamborileando siempre sobre los tejados, bailoteando lúgubremente entre los árboles", conviven con el Gigante Egoísta. Repartan por ese orden los papeles entre Soraya, Carmen Martínez Castro, Moragas y Jorge Fernández. Pónganles como suplentes a María Dolores de las Mentiras, Ana Pastor, el impertinente Rafael Hernando y el gallo Margallo. Y completen el elenco con Andrea Levy, la tal María Pico, Pablito Casado y Maroto "el de la moto" en calidad de meritorios. Todos cobran por engañar a la gente aunque algunos han terminado creyendo sus propios embustes. Dime cuál es tu equipo y te diré quién eres.

Con las excepciones que confirman la regla de Manolo Pizarro y Cayetana Álvarez de Toledo, que salieron huyendo horrorizados, nadie de valía ha osado asomarse a ese recinto en los últimos trece años. Mientras la primavera iba y venía en el PSOE con las floraciones de las primarias y los congresos con candidatos compitiendo de verdad -Zapatero contra Bono, Chacón frente a Rubalcaba, Sánchez versus Madina-, mientras brotaba la nueva política de Podemos y Ciudadanos, el jardín del Gigante Egoísta permanecía cerrado a cal y canto, recubierto por el hielo y sus carámbanos. En su interior no se ha planteado ningún debate ni ha brotado ninguna idea. Sólo ha habido espacio para las tumbas de los cien negritos que ha ido enterrando el amo de la finca.

Produce vértigo pensar que si Rajoy se come el turrón este año en la calle Génova estará superando la marca temporal de Aznar al frente del partido

Rajoy asumió el liderazgo del PP como quien hereda una ficha bancaria en régimen de oligopolio y así es como lo ha ejercido. Los espíritus sensibles deberían sentir arcadas cada vez que repite que será candidato a la Moncloa por quinta vez "si me lo pide el partido". ¿Y quiénes son "el partido" sino aquellos a quienes él paga -en A y en B- para que se lo "pidan"? Ni una sola vez en estos trece años ha tenido que pasar por el filtro de una prueba interna como la que desde hace un par de meses afrontan cada semana Hillary Clinton, Sanders, Trump o Cruz. El único amago de debate y contestación quedó ahogado por los avales amañados del congreso de Valencia.

Decía Ambrose Bierce, el "gringo viejo" de Carlos Fuentes, que "un egoísta es un hombre de mal gusto, más interesado en sí mismo que en mí". Y nada supera la definición de Disraeli como "ese hombre hecho a sí mismo, enamorado de su creador". Pero también entre los egoístas hay clases y clases, pues no todos los materiales de culto son iguales. De hecho, el botafumeiro del yo, mi, me, conmigo con que Rajoy derrama incienso sobre la estatua erigida en su honor, en el centro del antiguo vergel y hoy desolado jardín, no rinde homenaje a otro valor sino al quietismo. Y sus exégetas discuten ya sobre si Rajoy estuvo más acertado -o como diría Arenas, sublime- cuando le instaban a que pidiera el rescate y no hizo nada, cuando le proponían que cambiara las leyes de Zapatero que más ofendían a su electorado y no hizo nada o cuando le reclamaban una política más firme en relación al separatismo catalán y no hizo nada.

De nada a nada y tiro porque me da la gana. Esta es la inercia que al cabo de cuatro décadas de ejercicio profesional de la política ha conducido a Rajoy hasta el puesto de mando del búnker del "hundimiento" en el que se ha transformado su jardín. Desde allí fabula con imaginarias legiones de votantes dispuestos a pasarse a sus filas en unas nuevas elecciones como si se tratara de providenciales divisiones motorizadas prestas a romper el cerco sobre Berlín. Y lo ocurrido con el pobre Garre indica que su entorno ya ha entrado en esa fase paranoica en la que se fusila por traidor al primer suboficial que sugiere que tal vez ha llegado la hora de entregar la espada.

Claro que lo significativo no es la tonelada de descalificaciones vertida sobre el ex-presidente de Murcia desde las alturas del partido, sino la crecida de apoyos que le han inundado por la base. Garre ha dicho lo que gran parte de los militantes piensa y lo que cientos de miles, tal vez millones de ex votantes, dispuestos a volver a jugar a ese jardín, siente. Todo se resume en dos ideas: la democratización del PP es la gran asignatura pendiente del régimen constitucional y no es aceptable que el "España es lo único importante" de Fraga haya sido sustituido por el "Mariano es lo único importante" de Rajoy como santo y seña del partido.