Del Rey abajo ninguno de los españoles que no viva de la política puede dejar de sentir, por este orden, perplejidad, frustración e indignación ante la convocatoria de nuevas elecciones. Nos van a obligar a votar en junio a los mismos partidos, con los mismos candidatos, las mismas listas y los mismos programas que en diciembre. Y bajo las mismas reglas. Con una alta probabilidad, en teoría, de que el resultado sea muy parecido. Pero aquí hay gato encerrado.
Esta pérdida de tiempo, de dinero, de energías y oportunidades va a producirse sin que la mayoría de los partidos se hayan esforzado lo más mínimo en adaptar sus pretensiones a la realidad de la composición de la cámara a través de las cesiones y los pactos. La nueva política requería flexibilidad y generosidad y se ha topado de bruces con la intransigencia y el egoísmo de la vieja política.
No ha sido una cuestión de edades o trayectorias sino de actitudes. ¿Quién ha demostrado ser capaz de adaptar sus pretensiones e ideales al pragmatismo de un plan B? Desde luego, no el PP que se ha plantado en la exigencia de la investidura imposible de Rajoy sin tan siquiera trabajar por ella. Pero tampoco Podemos, que desde el primer día se aferró al gobierno de izquierdas apoyado por los separatistas -referéndum catalán mediante- y sólo aceptó el encuentro con PSOE y Ciudadanos para que Iglesias pudiera dinamitarlo.
No niego mérito a la participación del PSOE en ese Pacto de El Abrazo que le ha centrado tanto en materia económica como territorial, permitiéndole saldar así la deuda con la Historia contraída por su radicalismo de hace ochenta años. Pero su negativa a discutir la gran coalición con el PP indica que la investidura de Sánchez era tan condición sine qua non como la de Rajoy.
El único partido que de verdad se ha movido respecto a sus esquemas previos ha sido Ciudadanos. Su plan A tras el 20 D era quedarse en la oposición y, a lo sumo, abstenerse en la investidura de un candidato que no estuviera manchado por la corrupción. Que fueran otros los que sufrieran el desgaste. Pero primaron el sentido de Estado y la utilidad del voto. El Pacto de El Abrazo, con el primer programa de gobierno que enlazaba en España las dos orillas ideológicas desde 1854, fue su plan B. Y aun había un plan C que era la gran coalición con el PP por la que Rivera y los suyos han trabajado en solitario. E incluso un plan D, planteado in extremis, con una personalidad independiente en la Moncloa. Ciudadanos ni siquiera se negó a sentarse con Podemos para explorar su abstención.
El único partido que de verdad se ha movido respecto a sus esquemas previos ha sido Ciudadanos
Y todo ello sin pedir cargos o prebendas. Sin llegar a plantear la "hipótesis Borgen" en su formulación más comprensible: puesto que Rajoy no tiene apoyos y Sánchez tampoco, pactemos un gobierno de dos años presidido por Rivera que aplique reformas consensuadas. Pero el líder de Ciudadanos ha demostrado, para sorpresa de muchos, un sentido de la contención propio de la madurez política.
La gran infamia que anida tras la repetición de las elecciones es la pretensión de convertir el Pacto de El Abrazo en un bumerán contra sus firmantes, de forma que la disposición al compromiso se convierta en un reproche de brocha gorda, el PP recupere votos a costa de Ciudadanos y Podemos consiga junto a Izquierda Unida su anhelado sorpasso sobre el PSOE. No en vano Julio Anguita impulsa semana sí, semana también, en sus constantes charlas con sus pupilos Pablo Iglesias y Alberto Garzón, ese Frente Popular que haría realidad su vieja quimera.
En la Moncloa se frotan las manos con la perspectiva de una campaña basada en la polarización artificial de la sociedad española entre todo lo malo conocido que representa Rajoy y el vértigo que produciría un izquierda revolucionaria trenzada con los modales de Iglesias y el programa comunista de Garzón. La conducta espasmódica del líder de Podemos, con sus ataques a la prensa y sus brotes de megalomanía incontrolada, constituye el atizador perfecto de los tizones del resentimiento social y los rescoldos de la lucha de clases que puedan quedar entre nosotros.
Se trataría de un guión idóneo para el guiñol audiovisual del grupo controlado por Soraya, a través de Mauricio Casals, que maneja a la vez las marionetas de La Razón y los títeres de La Sexta. Frente al Pacto de El Abrazo, la farsa del garrotazo. Bastaría el movimiento de unos cientos de miles de votos y la caída de la participación para que la regla d'Hondt sentara las bases de un bipartidismo mucho más horrendo que el anterior y redujera a Ciudadanos y al PSOE a papeles subalternos.
La conducta espasmódica del líder de Podemos constituye el atizador perfecto de los tizones del resentimiento social y los rescoldos de la lucha de clases
¿Cuál es la razón profunda de que se haya abierto esta dinámica? La contumaz negativa de Rajoy a asumir su triple responsabilidad in eligendo, in vigilando e "in ocultando" por los niveles de corrupción sin precedentes alcanzados en el PP durante su liderazgo. O sea su pretensión de hacer de su inmovilismo la fuente de su inamovilidad.
Tras haber sufrido la mayor merma en votos y escaños de las cuatro décadas democráticas, con la excepción de la debacle de UCD, cualquiera en su lugar habría dado un paso atrás o al menos sometido su liderazgo al refrendo de las bases como le invitó a hacer su creador Aznar. Rajoy ha optado sin embargo por echar un pulso a la sociedad española y en especial a los votantes del centro y la derecha equivalente al que Felipe González planteó al otro lado del río en la primera mitad de los noventa.
Su único plan es explotar el voto del miedo -de ahí que el Coletas en sus expresiones más agresivas sea su gran socio en todo esto- para hacernos comulgar con ruedas de molino y convertir las más burdas mentiras en verdades oficiales. Al servicio de ese plan concurren la profecía autocumplida de que el bloqueo político reduce el crecimiento, los apremios de Bruselas respecto a las desviaciones en el déficit durante la legislatura de la mayoría absoluta y los sacrificios rituales de víctimas sustitutorias que aplaquen la sed de los dioses menores de la opinión televisada.
Como en la redacción hay siempre encendida alguna pantalla, el otro día vi por casualidad el narizómetro que le habían puesto a José Manuel Soria -vae victis, nadie ha derramado una lágrima por él- en el programa de Ferreras. Qué divertido: ponían vídeos en los que el aún ministro decía que no se acordaba de las sociedades que su familia tenía en Panamá o Jersey en los 90, luego aparecían sus firmas en los registros correspondientes y a Pinocho-Soria le crecía la nariz. Ni siquiera hacían falta las risas enlatadas.
Rajoy ha optado sin embargo por echar un pulso a la sociedad española y en especial a los votantes del centro y la derecha
Apelando a los no lejanos tiempos en los que alababa mi independencia con el mismo entusiasmo con que ahora aplica la consigna gubernamental de sofocarla, vengo a proponerle hoy a Ferreras una variante de su narizómetro en torno a hechos mucho más recientes, mucho más relevantes para los ciudadanos y mucho mejor documentados.
Imagínate, Antonio, que un lunes pones ese corte de apenas treinta segundos, a partir del minuto 9 de la comparecencia vía plasma del 2 de febrero de 2013, en el que Rajoy afirma literalmente: "En este partido no se pagan cantidades que no hayan sido registradas en la contabilidad del partido, ni que de cualquier otra manera resulten fiscalmente opacas... No es cierto que hayamos pagado dinero en metálico que hayamos ocultado al fisco".
Y que a continuación enfocas, bien subrayadito en amarillo, el párrafo tercero del folio 34 del auto de 28 de mayo de 2015 por el que el juez Ruz decretó la apertura del juicio oral por los llamados papeles de Bárcenas: "La caja B en el Partido Popular funcionó al menos desde el año 1990 y hasta el año 2008, nutrida con carácter general de donativos o aportaciones efectuadas por personas relacionadas con entidades beneficiarias de importantes adjudicaciones públicas, al margen de la contabilidad oficial y con vulneración de la normativa reguladora de la financiación de partidos".
Y, justo antes de activar el narizómetro, te vas al folio anterior y enfocas las líneas en las que se especifica que con esa caja B se hicieron pagos "no declarados a Hacienda" de "complementos de sueldo o compensaciones a personas vinculadas con el partido".
Y vas el martes y pinchas la enfática proclamación de Rajoy en el pleno del Congreso del 1 de agosto de ese 2013: "Cuando yo llegué a presidente del Gobierno, Bárcenas ya no estaba en el partido". Y la enlazas con un meticuloso barrido sobre las casillas clave de la nómina de mayo de 2012, reproducida diez días después por El Mundo, según la cual Bárcenas cobraba 18.257 euros al mes del PP medio año después de la investidura.
Y el miércoles completas la faena -narizómetro va, narizómetro viene- reproduciendo el fragmento de la entrevista concedida el 6 de mayo de 2014 a la cadena SER en la que Rajoy le explica a Pepa Bueno que cuando envío los SMS de apoyo a Bárcenas "no conocía lo que se publicó después". Y a continuación enfocas la fecha y hora del "Luis, lo entiendo. Se fuerte" -un 18 de enero a las 23.47- y muestras cómo fueron los periódicos de la víspera los que publicaron que el tesorero tenía 22 millones en Suiza y los de esa mañana los que destaparon los sobresueldos que, entre otros, recibía Rajoy. Serían los tres días del cóndor y el guión es gratis.
Me temo que nuestros ojos no verán nada de esto, ni en ése ni en ningún otro programa, porque cuando algunos servían de altavoces al agit prop del "España se merece un Gobierno que no mienta", nunca pensaron en incluir a los presidentes que les ayudaran a forrarse.
Son en definitiva los intereses creados desde la Moncloa los que han colaborado con Rajoy e Iglesias en su determinación de abortar esta primavera de Praga madrileña basada en los pactos y las reformas que, como el socialismo con rostro humano de Dubcek, amenazaba su mundo bipolar. Quienes se sientan desconcertados por mi insistencia en denunciar la entente cordiale o si se quiere la joint venture entre el actual PP y Podemos, deben recordar la aquiescencia tácita del bloque occidental a la entrada de los tanques del Pacto de Varsovia en Checoeslovaquia. Hasta las más bellas palabras de Neruda -"Podréis cortar todas las flores, pero no podréis destruir la primavera"- parecieron marchitarse entonces.