Yo también leí de pequeño, en Barcelona, el mismo libro que Quim Torra. En la salita de estar del piso que mis abuelos maternos, los Codina Ball-Llosera, tenían en París cantonada Aribau, junto al cine Astoria, había mucha literatura en catalán, obras infantiles incluidas. Y, efectivamente, la más fascinante era De quan les bèsties parlaven de Manuel Folch i Torres con ilustraciones de Joan Llaverías. Era una reedición de 1935 de la biblioteca del Patufet, publicada a principios de siglo por la revista del mismo nombre, y la mera invocación de su título, en el más tristemente célebre artículo del nuevo presidente de la Generalidad, ha hecho las veces de magdalena proustiana.
El volumen reunía una docena de cuentos, basados en el antropomorfismo de hacer hablar a los animales. Recogía el legado de las fábulas decimonónicas de Samaniego e Iriarte y, remontándonos unos cuantos siglos en el tiempo, del propio Llibre de les bèsties en el que, por cierto, Ramon Llull relata una fallida rebelión, liderada por una zorra traidora y astuta, contra la monarquía legítima del león, símbolo de la corona española.
Folch i Torres combinaba la amenidad narrativa, reforzada por la inclusión de versos de rima fácil, con la originalidad de parte de su fauna. Había peces mofetas, osas de las nieves y hasta una familia de murciélagos, en la que "rat-penat gran" daba mal ejemplo como juerguista trasnochador a "rat-penat xic".
Mi cuento favorito era, en todo caso, el titulado 'La cigonya, la llebre i el cocodril', pues reflejaba dilemas y riesgos que, ya con pantalón corto, percibía en el mundo de los adultos. Trataba de una liebre que, alegando que se sentía perseguida por los cazadores y otros animales, llegaba a la orilla de un río, ansiosa de cruzarlo, pues había oído que al otro lado había un coto, cerrado y protegido, en el que ella y su estirpe podrían vivir en libertad, sin interferencias externas. La cuestión era cómo llegar a la tierra prometida.
La liebre se encontraba con una cigüeña que le recomendaba esperar con prudencia a que ella misma estuviera en condiciones de llevarla en volandas a ese paraíso y con un cocodrilo que, fingiendo estar conmovido por su pena, le ofrecía trasladarla gratis sobre su lomo. Dos cosas se me quedaron grabadas: una, que el cocodrilo escondía los dientes cuando hablaba; la otra, que repetía tres o cuatro veces la misma cantinela, en forma de cuarteta:
"Llebre, la bona llebreta
que esteu tan apenadeta;
si voleu jo us passaré
sense fer-vos pagar res".
Al final, la liebre, desoyendo las advertencias de la cigüeña de que iba a hacer algo muy peligroso, se subió sobre el lomo del cocodrilo y emprendió el que sería su viaje hacia ninguna parte. Al avistar la otra orilla, el cocodrilo tiró a la liebre al agua y ella, que no sabía nadar, se aferró desesperada a su mandíbula. Entonces aparecieron los afilados dientes ocultos y el cocodrilo se la zampó. Lo último que recuerdo es que, ya en la tripa del cocodrilo, la liebre se tiraba con desesperación de las orejas por no haber atendido la voz de la experiencia de la cigüeña.
Cuando yo leí ese cuento, no podía imaginar lo que le pasaría a mi amada Cataluña cuando, desatendiendo las advertencias de las curtidas cigüeñas del catalanismo político pasado (Cambó, Tarradellas) o presente (Roca, Durán), incurriera en la insensatez de dejar su suerte en manos de los cocodrilos del separatismo supremacista. A esa edad, tampoco sabía que el tándem formado por el periodista Folch i Torres y el dibujante Llaverías había tenido ya una amarga experiencia, al caer en la tentación de representar a los españoles como "bestias", al modo en que lo hizo el, desde ese momento y para siempre, nada honorable Quim Torra.
Ya he aludido de pasada a esa historia. Hay que remontarse a 1912, cuando Manuel Folch i Torres -uno de los cinco hermanos de una fecunda familia vinculada a la cultura catalana- dirigía el Cu-Cut!, órgano satírico de la Lliga, y Llaverías era su dibujante estrella. El Orfeón Catalán obtuvo un gran éxito en Madrid, y no se les ocurrió otra que representar a su director, Lluís Millet, antepasado del saqueador del Palau, enarbolando, en la portada de la revista, un arpa para amansar a las "fieras" de la capital. Junto a él, aparecían ratas y reptiles, además del oso madrileño con su madroño en ristre, un pez sable y un cocodrilo -etiquetado como "lagartón"-, con idénticos trazos a los de sus ilustraciones en De quan les bèsties parlaven.
Para Llaverías, cualquier pretexto era bueno para dibujar animales. Sólo he conocido un caso igual: el del gran Ricardo Martínez. Pero, en Madrid, la broma no hizo gracia a nadie y, ante el riesgo de que naufragaran las negociaciones para crear la Mancomunidad de Cataluña, Cambó tomó la fulminante decisión de cerrar el Cu-Cut!. Lo que no habían conseguido siete años antes los militares que asaltaron la redacción, lo lograron combinadamente las bestias alegóricas de Folch i Torres y el sentido de la prudencia de una cigüeña sabia como el líder de la Lliga.
No sé si Quim Torra conoce estos hechos, pero es evidente que los recuerdos sobre un mismo libro infantil pueden desencadenar reacciones muy diversas. A mí me suscitan alegorías morales -tal y como todos los fabulistas pretenden-; a él, visiones mucho más bestiales que las bestias mismas. De hecho, le desafío a que nos muestre a uno sólo de los animales de Folch i Torres que "destile un odio perturbado, nauseabundo, como de dentadura postiza", que presente "un pequeño bache en su cadena de ADN", que "segregue en su boca agua rabiosa" o que haga brotar "un hedor de cloaca de su asiento".
No, Torra, no habla de los animales de aquel libro maravilloso, sino que los utiliza para alimentar sus propios fantasmas; para bestializar a los humanos que no le gustan; para proporcionar una coartada literaria a la repugnancia que le inspira el diferente, el que no habla, piensa y siente como él. Por algo, como a todos los racistas, lo que más parece molestarle de los catalanes que hablan castellano no es que "abunden", que "vivan y mueran", sino que se "multipliquen". El paso siguiente es proponer leyes eugenésicas, como las de Nuremberg.
No, Torra, no habla de los animales de aquel libro maravilloso, sino que los utiliza para alimentar sus propios fantasmas
Ya he explicado que la mera difusión del artículo La llengua i les bèsties debería haber provocado la retirada de la candidatura de Torra, pues nadie con esas ideas puede ocupar un cargo público sin deshonrarlo; y que la consumación de su investidura sólo puede interpretarse como la prueba de que la cúpula del separatismo catalán es tan xenófoba, racista y protonazi como Torra. Que esta gota no haya colmado el vaso para prorrogar la vigencia del 155, lo dice todo de Rajoy y su vergonzoso pacto con el PNV. Pero mientras la alternativa que representa Ciudadanos sigue cuajando y la legislatura consume sus meses de la basura, dejemos que sean los propios animales los que ajusten cuentas con Torra.
Tengo en mis manos otro de aquellos libros de mi infancia, inspirado sin duda en el de Folch i Torres, pero ahora titulado De quan escrivien les bèsties. Su autor es el periodista vilanovino Manuel Amat y fue publicado en 1937 por el 'Comissariat de Propaganda de la Generalitat de Catalunya'. Se trata de un ramillete de cartas, llenas de ingenio, que humanizan a los animales que las escriben. A propósito de saurios, hay una deliciosa en la que el Cocodril Clapat (Moteado) le da el pésame a una amiga, después de haber visto un fragmento de la piel de su marido en el bolso de una elegante dama.
Pero la que viene al caso es la de la pulga que ofrece una negociación al pobre fulano que pugna por quitársela de encima: "Només us picaré diàriament de sis a set del vespre i els dissabtes faré setmana inglesa. D'altra banda si us negàveu a aquesta proposició, no us puc respondre de les represàlies. Tinc a la família nombroses puces "sensa feina" (pulgas "sin trabajo") les quals jo destacaria inmediatement cap a les vostres regions epidèrmiques, i no precisament amb so de pau. La batalla us costaria una mitjana de 70 picades per minut, mitjana que aniríem augmentat progressivament. Esteu disposat a signar l'armistici?".
No creo que haga falta traducirlo. Se entiende todo. Mutatis mutandis, este es el tipo de negociación que Torra y Puigdemont sueñan con entablar con el Estado, utilizando a la calle como arma de presión. ETA lo intentó durante treinta años, con métodos más persuasivos, y ahí está la deslucida huella de su fracaso. Es verdad que el separatismo catalán no ha engendrado aún un grupo terrorista del calibre del que engendró el vasco, pero hay textos tan elocuentes como algunos actos; y hay que agradecer a Torra la clarificación de su proyecto totalitario -una lengua, un pueblo, un jefe- ante los ojos de la comunidad internacional.
Mutatis mutandis, este es el tipo de negociación que Torra y Puigdemont sueñan con entablar con el Estado, utilizando a la calle como arma de presión
Como le advirtió Inés Arrimadas, España no se rendirá nunca y, en cuanto tenga un Gobierno digno del empeño, cambiará el sesgo de los acontecimientos. Porque el verdadero riesgo no es que las "bestias" hablen o escriban en favor de la uniformidad excluyente, sino que manden y apliquen sus designios. Así nos lo mostraron Art Spiegelman en Maus, Ionesco en Rinoceronte y Pierre Boulle y varios cineastas en la saga del Planeta de los Simios.
Podríamos dejarlo aquí, pero debo confesar que las imágenes de Torra con su camisa blanca de manga corta y sus bolsas de plástico en las manos, prestando apoyo a Pedro Sánchez en la puerta de la sede de Ferraz, entreveradas con sus tuits en defensa del federalismo y de que "el Senado venga a Barcelona", me han abierto una nueva perspectiva. ¿No sería una bendición disfrazada, si finalmente resultara que, en su desconcierto, los independentistas hubieran enaltecido a un botarate alumbrado que se comportara -cual decía Sancho que lo hizo Rocinante, cabalgando frenético hacia el mítico Toboso- "como si fuera asno de gitano con azogue en los oídos?". Permanezcan atentos al animalario.