Propongo que, a partir de ahora, cualquier periodista, español o extranjero, que entreviste a un presidente del Gobierno, en lugar de ser conducido, como es habitual, directamente al edificio del Consejo de Ministros, donde se producen esos encuentros, sea invitado a acceder a través de la Secretaría de Estado para la Comunicación, como nos ocurrió este jueves a Daniel Basteiro y a mí.
Eso implica recorrer luego, unos cientos de metros a pie, por el jardín de la Moncloa, cruzando delante de la pista de pádel que Plácido Domingo regaló a Aznar y sobre la que Zapatero montó luego su mini cancha de baloncesto. Pero el rodeo merece la pena, pues supone atravesar la magnífica antología fotográfica de lo que yo llamaría grandes momentos presidenciales, instalada en los hoy dominios de Miguel Ángel Oliver.
Mis dos retratos favoritos son el de Calvo Sotelo, tocando el piano en la soledad de su despacho y el de Aznar, a punto de levitar de satisfacción en el instante en que Bill Clinton se inclina para darle una palmadita en el exterior del zapato, como señal de que su relajada charla ha alcanzado ya cotas máximas de complicidad.
También hay otros dos impactantes duetos: el de González con Gorbachov, rodeado de una especial pátina histórica, y un emocionante cara a cara de Adolfo Suárez con Zapatero, en un acto conmemorativo de la Transición. Francamente, no logro recordar ninguna de las imágenes en las que aparece Rajoy, estafermo ya de la memoria histórica, pero haberlas, haylas.
¿A qué viene este introito? Pues a la consideración de que, por mucho que aquel a quien fuéramos a interrogar, en el salón Tapies, ejerza de candidato de un partido y sólo ostente el rango de presidente en funciones, se trata, a la vez, del depositario de un legado del que, en su conjunto, podemos sentirnos muy orgullosos los españoles. No es que el hábito haga al monje. Es que el monje, por muy interina que sea siempre su estancia en el “convento”, está obligado a honrar el hábito.
Por eso nada ha habido tan detestable -y para mí, literalmente insoportable- como el crimen de Estado o la corrupción de partido, urdidos o al menos amparados desde este recinto, sede del monopolio de la fuerza, o sea del control del BOE, que la soberanía popular otorga al Poder Ejecutivo.
"Nada ha habido tan detestable como el crimen de Estado o la corrupción de partido, urdidos desde este recinto"
Mientras no mate ni robe -“¿te parece poco?”, me dijo con caústica pertinencia un Aznar recién llegado- todo presidente del Gobierno de España merece el beneficio de la duda, si no respecto a sus políticas, sí al menos respecto a sus intenciones. Luego queda, claro está, la cuestión de su aptitud.
Que Pedro Sánchez llena el cargo, o más bien el quicio de la puerta, el encuadre de la foto, la altura del salón y la longitud de la agenda política, parece fuera de toda duda, aunque sólo sea por tamaño. La incógnita es qué será de nosotros si alguna vez, por ejemplo a partir del 10 de noviembre, el juego democrático le permite no sólo ocupar el poder sino ejercerlo con plenitud.
De ahí que lo más importante de esta entrevista que publicamos este domingo sea su autoposicionamiento. Sánchez ha hecho muchas declaraciones durante esta precampaña a medios de comunicación diversos y aún quedan otras tantas. Pero, que yo sepa, nadie le había preguntado todavía ¿quién eres tú, Polly Magoo? O mejor aún, ¿dónde estás con el cabás?
No en términos genéricos, sino concretos. Partiendo de la escala ideológica, reflejada desde hace décadas por el CIS. Tranquilos que esto no es cosa de Tezanos. Si el 0 es la extrema izquierda, el 10 la extrema derecha y el promedio de los españoles se sitúa en el 4,5, ¿cuál es su número?
Pensé que no iba a contestar, que iba a escurrir el bulto, a salir por peteneras. Pero, ahí está el vídeo, Sánchez no lo duda y contesta con la rotundidad con que enseñan sus bolas los niños de San Ildefonso: “El cuatro, yo estoy en el cuatro”. O sea, yo soy un Cuatro.
¡Coño, lo mismo que en el baloncesto!, es lo primero que pensé para mis adentros. Pero antes de entrar en esa analogía, me di cuenta de que Sánchez había quedado políticamente unido para siempre a ese guarismo político. En otros medios más de izquierdas podrá enfatizar sus políticas sociales. Ante auditorios conservadores, lanzar mensajes más tranquilizadores sobre el rumbo de la economía. Pero lo que ya no podrá nunca es sacarse otro número de la manga.
"Contesta con la rotundidad con que enseñan sus bolas los niños de San Ildefonso: “El cuatro, yo estoy en el cuatro”. Yo soy un Cuatro"
Y, atención, porque autosituarse en el 4 de la escala ideológica es sentirse, sí, más de izquierdas que el promedio de los españoles pero menos de izquierdas de cómo la mayoría de los españoles percibe al PSOE (3,6), de cómo los votantes del PSOE perciben al PSOE (3,3) y, sobre todo, de cómo los votantes del PSOE se perciben a sí mismos (3,2).
Sánchez se ve a sí mismo como un socialdemócrata, tirando a moderado. O sea, algo parecido a lo de Felipe González antes de los GAL o, no digamos, de Slim. Y algo parecido a lo de Zapatero, antes de la escalada del gasto público que nos hizo derrapar en la crisis.
Nunca se lo pregunté, pero yo creo que Adolfo Suárez estaba en el 5,5 -sobre todo por sus condicionantes religiosos- pero progresaba adecuadamente, según sus anhelos, hacia el 4,5, Calvo Sotelo era un 6 como la copa de un pino y Aznar hacía slalom entre el 7,5 y el 5,5, según rigieran su querencia o su conveniencia. De Rajoy tampoco ha quedado huella numérica.
La concordancia entre esta autodefinición política y la función que Sánchez desempeñaba en el campo, en su etapa como jugador del Estudiantes, no es baladí. En mis tiempos, al Cuatro se le llamaba poste bajo. No porque tuviera menos centímetros que el poste alto o pívot, designado como Cinco -que también-, sino porque se suponía que debía merodear transversalmente por la parte baja de la zona, mientras su compañero acometía el aro frontalmente, desde su mayor envergadura.
Cuando el juego era mucho más estático que ahora, un buen Cuatro debía recurrir a recursos técnicos singulares para encestar ante hombres más altos. Eso hizo legendario el gancho de Clifford Luyk. En el baloncesto moderno el poste bajo ha devenido en ala pívot o “power forward” y en su polivalencia está el secreto de su éxito. Un buen Cuatro podrá no ser un tirador excelso pero tiene que enchufar triples como Mirotic, encarar la canasta como Randolph, correr al contraataque como Nocioni, defender con la furia de Deck y rebotear o palmear como Pau Gasol.
Esa polivalencia política la ha acreditado sobradamente Sánchez en su evolución de dinamitero insurrecto a cancerbero constitucional, pasando por componedor de alianzas antinatura. Es evidente que cuando se ofrece como alternativa a los “moderados”, “reformistas” y “progresistas” que se sientan “huérfanos” por el incomprensible repliegue de Rivera o, no digamos, cuando pone a los lectores de EL ESPAÑOL como ejemplo de aquellos ciudadanos a los que “categóricamente” promete que no subirá los impuestos, identificando a la clase media con la percepción de una nómina, está intentando pescar en los caladeros del centro.
"Esa polivalencia política la ha acreditado Sánchez en su evolución de dinamitero insurrecto a cancerbero constitucional"
Pero él mejor que nadie sabe que su suerte electoral depende de que logre movilizar a quienes le votaron en abril. Muchos de ellos se sienten decepcionados de que no cuajara el gobierno de izquierdas, basado en el pacto con Iglesias y Esquerra Republicana.
Desde mi punto de vista, el fracaso de esa combinación, no sólo dejó in puribus a quienes no salían del “mantra” del “plan Sánchez” y la “banda de Sánchez”, sino que también diluye su imagen de oportunista sin escrúpulos, dispuesto a lo que sea por el poder. De hecho, la parte mejor argumentada de esta entrevista es la que disecciona lo inviable de la coalición entre quienes tienen visiones opuestas sobre la cuestión catalana y muy distantes en materia fiscal o de política energética.
Al final de la conversación, queda la idea de que el propósito de esta absurda repetición electoral es generar una vacuna antibloqueo que, en definitiva, permita a Sánchez gobernar con los votos de la izquierda y la aquiescencia de la derecha. A simple vista, eso equivale a tratar de atravesar sobre un alambre un bosque en llamas, infestado de cocodrilos y dragones, zulúes y filisteos.
Pero si examinamos las demás alternativas, y habida cuenta de las posiciones montaraces tanto de Vox como de Podemos, todos los caminos de la gobernabilidad pasan hoy en día por Sánchez, de igual forma que no hay jugada de ataque medianamente elaborada en la pizarra de un buen entrenador que no pase por quien esté jugando de Cuatro.
Por eso, Casado debería cogerle cuanto antes la palabra sobre la reforma del artículo 99 de la Constitución e incluso emplazarle a convertir la filosofía subyacente en un compromiso electoral de cara al 10-N: que sea investido el más votado, a menos que haya una alternativa viable.
Si Casado es capaz de marcar con Vox las mismas distancias que Sánchez está marcando en la práctica -gobierno regional arriba, ayuntamiento abajo- con Podemos y los separatistas, o sea de moverse de ese 8, en el que los españoles ven al PP, al menos a un 6,5, o mejor a un 6, el futuro será suyo. Es decir, de ambos.