Pocas veces he percibido tanta expectación en un auditorio como aquel 2 de junio de 1995, cuando Julio Anguita tomó el micrófono en el Hotel Palace, flanqueado por José María Aznar y con Adolfo Suárez y Umbral sentados en la primera fila. Era la presentación de mi libro David contra Goliat pero también la primera intervención pública del líder de Izquierda Unida después de las elecciones autonómicas y municipales en las que había crecido un 60%, llegando al 15% de los votos en las capitales de provincia. Como el PP había, por su parte, arrasado, y el PSOE obtenido una derrota histórica, el morbo entorno a la "pinza" estaba servido.
Aún resuenan en mis oídos sus palabras iniciales de aquel día, con el tono reposado y enfático del maestro de escuela que nunca dejó de ser, tan definitorias de su calidad humana y actitud política:
"Yo confieso que aunque ustedes crean que soy una persona muy estirada y muy seria, soy simplemente un tímido que ha disfrutado, pensando en esta escena y en las murmuraciones de la Villa y Corte mañana. Una Villa y Corte muy pacata, muy cursi, un tanto hortera que olvida, por ejemplo, aquella presentación de don Santiago Carrillo que hizo don Manuel Fraga".
"Ah, entonces se trataba de establecer simplemente la normalidad democrática que ya vendría la confrontación. Pues ésta es una normalidad democrática. Están muy claras las posiciones del señor Aznar y las nuestras, y está muy claro que cuando el señor Aznar comience a gobernar y lo haga su fuerza política, va a tener una oposición contundente".
"Esperemos a la acción política, que sabrá el señor Aznar, y yo también, lo que vale un peine. Pero en el momento justo, en el momento determinado, sin que tenga que haber por medio ningún odio, ni animadversión personal. ¿No es esto lo civilizado? Entonces, ¿por qué se escandaliza la Villa y Corte, un poco pacata, un poco hortera, un poco cursi?".
La catáfora de este episodio había tenido lugar un año antes, el 22 de julio de 1994, cuando en una noche de verano se fraguó la "leyenda de la pinza". Aznar y Anguita acababan de coincidir en el parlamento en el "váyase señor González" y el ABC desveló -filtración mediante del PP- que aquel día habían cenado juntos en mi casa de la calle Marqués de Riscal.
Aunque Aznar había ido a visitar a la clínica a Anguita, cuando sufrió su primer infarto en plena campaña electoral del 93, resultaba, para mi sorpresa, que nunca habían mantenido una conversación a solas y yo les propuse subsanar esa anomalía, invitándoles junto a sus respectivas parejas. En el último momento falló Juana, la compañera de Anguita, y lo más notorio fue la buena relación personal que desde entonces se estableció entre el coordinador de IU y el matrimonio Aznar.
La catáfora de este episodio había tenido lugar un año antes, cuando en una noche de verano se fraguó la "leyenda de la pinza"
Felipe González llevaba ya doce años en el poder y su implicación en los crímenes de los GAL era un secreto a voces. Esther Esteban recogió en su libro El tercer hombre los argumentos que Anguita expresó en aquella cena, tras hablar extensamente con él:
"El PSOE no ha sido capaz, en todos estos años, de dar a la idea de España un sentido democrático y progresista. La izquierda tiene que ahondar en el desarrollo constitucional para desembocar en un Estado federal.
"Hay que romper tabúes. Las siglas han muerto. Lo importante son los programas. Las siglas han muerto con la reforma laboral, con el terrorismo de Estado, con el apoyo a los valores de la derecha, con una política de alianzas con los nacionalismos conservadores de CiU y PNV. Por mi parte, se acabó el mendigar que el PSOE gire a la izquierda".
Y a la pregunta de Aznar, sobre cómo explicaría a su electorado la creciente coincidencia con el PP, en la oposición a González, Anguita contestó:
"Diremos que la misión de IU es cerrar el paso a la derecha y a las políticas de derechas. Nunca apoyaremos a tu partido para que aplique su programa, pero tampoco apoyaremos al PSOE cuando hace una política de derechas. Si el contenido de los pactos es bueno para la gente, para el pueblo y para la democracia, se pacta. El problema de los pactos no es con quien se pacta, sino lo que se pacta. Esto es claro como el agua y fácil de entender".
Más allá de esa colaboración, ya iniciada, en todo lo relativo a la regeneración democrática, la noche dejó el detalle de la misteriosa cartera de mano de color negro, en la que resultó que Anguita, que había renunciado a tener escolta policial, llevaba una pistola.
-Si vienen a por mí, me encontrarán preparado.
***
La catáfora de la catáfora se remontaba una década atrás cuando, en 1985, siendo Julio Anguita alcalde de Córdoba -el primer alcalde comunista de una capital-, el obispo Infantes Florido había invitado a los Reyes a la inauguración de unas obras de restauración de la Mezquita. Anguita, que reclamaba tal monumento histórico para la ciudad, escribió a la Zarzuela pidiendo que, si se producía la visita, los Reyes inauguraran también la última ampliación del Ayuntamiento. El viaje fue cancelado.
"El problema de los pactos no es con quien se pacta, sino lo que se pacta. Esto es claro como el agua y fácil de entender"
Yo era director de Diario 16 y sentí curiosidad por conocer al protagonista de ese pulso victorioso del laicismo frente a la confesionalidad. Tras pasar una jornada con Anguita en su ciudad y comprobar su ascendiente entre los vecinos, su carisma popular, llegué a la conclusión que quedó plasmada en el título de mi Carta de ese domingo: "El verdadero obispo de Córdoba" era él.
Fue el comienzo de una larga amistad que me llevó a participar a su lado, como independiente claro, en uno de los mítines de la etapa fundacional de Izquierda Unida, en el Patio de Banderas de Sevilla. Su idea inclusiva de la política, su radicalismo en la defensa de las libertades públicas y sobre todo, esa independencia de criterio frente a parroquias y rebaños -su famoso "Programa, programa, programa"-, eran un imán imposible de eludir.
Por eso hubo un flechazo a primera vista el día que organicé, también en mi casa, su primer encuentro con Adolfo Suárez. El comunista sabía mucho más de la vida y obra de José Antonio Primo de Rivera que el antiguo falangista, pero en los dos latía un mismo sentido del patriotismo constitucional, una misma pasión por la política y un mismo repudio a la España retardataria y acomodaticia que se resistía al cambio.
Ese radicalismo intransigente, que le llevaba a decir siempre lo que pensaba, hacía de Anguita un personaje fascinante. Él fue quien bautizó a González como el "señor X" y quien lo explicó de forma inapelable en sede parlamentaria: "Por acción u omisión consciente, el presidente del Gobierno es el responsable de todo lo que engloba la denominación genérica de los GAL".
González nunca se lo perdonó y el 9 de junio del 99 soltó toda la bilis que llevaba dentro cuando proclamó, entre las risotadas de los socialistas reunidos en un almuerzo de confraternización en Don Benito, su célebre "Anguita y Aznar son la misma mierda".
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Apartado de nuevo de la campaña electoral del 2000 por otro ataque cardíaco y frustrado por no haber conseguido el anhelado sorpasso, Anguita dimitió ese otoño como líder de Izquierda Unida y regresó a Córdoba y a la docencia como emérito. Siguió colaborando en El Mundo, el periódico que yo había fundado y dirigía, y al que le unía ya un lazo de sangre. Desde que había llegado, a mediados de los 90, como becario en prácticas, su hijo Julio Anguita Parrado era parte de nuestro equipo.
En 2003 ejercía como número dos de la corresponsalía en Nueva York y había presentado su candidatura para una de las plazas asignadas a periodistas extranjeros en las unidades norteamericanas que entrarían en Irak. De paso por Madrid, exhalaba entusiasmo por haberla conseguido, tras superar un cursillo de entrenamiento en Virginia.
Seguía teniendo la mirada tierna y limpia de un recién llegado al oficio. Era su gran oportunidad profesional y comenzó a aprovecharla, enviando unas crónicas minuciosas, de gran vigor narrativo y detalle humano.
Ese radicalismo intransigente, que le llevaba a decir siempre lo que pensaba, hacía de Anguita un personaje fascinante
El 7 de abril, al día siguiente de la publicación de su magnífico relato del mortífero "paseo sobre las nubes" de los primeros blindados que entraron en Bagdad, las agencias internacionales dispararon todas nuestras alarmas. Un misil iraquí había impactado en la base de una unidad que participaba en el cerco de la capital del país y había habido heridos y víctimas mortales, sin identificar. Se daba por desaparecidos a varios periodistas. En cuestión de minutos la alarma se trocó en angustia.
-No logramos contactar con Julio.
-Por favor, seguid insistiendo.
Con el corazón en vilo, fuimos comprobando cómo la localización del ataque se correspondía con la de la unidad en la que estaba empotrado nuestro compañero. Pero, claro, si el ataque había sido diurno, lo más probable es que él hubiera salido, como en jornadas anteriores, con los blindados que hacían incursiones en Bagdad... Nos aferramos a esa esperanza y a la idea de que era imposible que, menos de un año y medio después de la muerte de Julio Fuentes en Afganistán, volviera a sucedernos algo así.
A medida que pasaban los minutos y los indicios se iban acumulando, me sentí obligado a hablar con el padre de Julio. Alguien de Izquierda Unida, al que le había llegado el primer rumor, me aconsejó que esperara, invocando los dos infartos que había tenido su antiguo líder. No me pareció honesto. Anguita era alguien muy especial para mí. Le dije lo que en ese momento sabía.
-Estamos muy preocupados, Julio. Ha habido un ataque contra una unidad norteamericana y dicen que hay periodistas entre las víctimas.
-¿Contra la unidad a la que está incorporado mi hijo?
-Parece que sí. Y, por más que lo intentamos, no logramos contactar con él. El teléfono de su satélite no da ninguna señal... Puede que no estuviera en la base.
Se hizo un silencio. Me di cuenta de que él tenía el mismo pálpito fatídico que yo. Un nudo me atenazaba la garganta. No sabía qué más añadir. Sentía que él me había entregado a su hijo y que yo no iba a poder devolvérselo vivo. Él se despidió flemático.
-Pronto sabremos lo que tengamos que saber.
La terrible sospecha se hizo en efecto certeza. Cargados de dolor, tristeza y estrés tratábamos de cerrar la edición, mientras el padre de Julio maldecía en radios y televisiones "a todas las guerras y los canallas que las apoyan". En algún caso, también contaron que había prometido "seguir luchando por la Tercera República Española".
***
Dos días después me fui a Córdoba. Quería darles personalmente el pésame a los padres de nuestro compañero. Julio me esperaba en el andén del AVE, con la misma cartera de mano que había llevado a mi casa, el día de la cena con Aznar en que nació la leyenda de la pinza. Di por hecho que dentro llevaba también la misma pistola.
-Es que he vuelto a tener alguna amenaza... Pero la licencia la tengo al día, completamente en regla.
Nunca vi a Anguita dejar de cumplir una sola ley, aunque repudiara muchas. Conduciendo su pequeño utilitario me llevó a través de las plazas y callejas de la ciudad, aún clásica y ya moderna. "Mira esto, se empezó cuando yo era alcalde".
Enseguida llegamos a la vivienda de su ex, una casa con patio impregnada del encanto cordobés. Allí descubrí, en la dulzura y timidez de Antonia Parrado, la fuente de todo eso que su hijo mostraba también al trasluz irónico de muchas de sus crónicas.
Paseando luego por la ciudad, entre las muestras de cariño de sus convecinos, Julio me explicó que ese ejercicio formaba parte de su rutina diaria y que habitualmente andaba solo con una grabadora para ir recopilando ideas para las asambleas de Izquierda Unida, los artículos de prensa y sus clases como profesor emérito.
Nunca vi a Anguita dejar de cumplir una sola ley, aunque repudiara muchas
-Camino durante un par de horas y voy recogiendo lo que se me ocurre. Ahora estoy trabajando en una historia de Izquierda Unida a través de sus documentos. Alguien que no se fije mucho, pensará que voy hablando solo por la calle.
-Pensarán que esa es la prueba de que siempre has estado un poco loco.
-Sí, también debieron de pensar eso cuando hubo medios que contaron que el día de la muerte de mi hijo hablé de la Tercera República, sin aclarar que participaba en unas jornadas republicanas en Getafe. Más de uno diría: mira ese, matan a su hijo y se pone a dar vivas a la República.
En el patio de la casa de Antonia habíamos oído la voz de una madre taladrada por la hondura del dolor. Ahora era el padre quien comenzaba a hablar de la muerte del hijo, de ese chico de tez sonrosada que había caído en acto de servicio a los lectores. Me di cuenta de que Julio llevaba días dándole vueltas a una idea que le obsesionaba.
-Qué paradoja que a mi hijo lo haya matado un misil iraquí, después de que yo me haya opuesto tantas veces a los norteamericanos...
Pero antes de profundizar en la interpretación de los hechos, quería hacerme una pregunta personal. Cuando me la planteó, nos quedamos mirando frente a frente.
-¿La primera vez que me llamaste por teléfono ya sabías que Julio estaba muerto?
-No. Me aconsejaron que no te llamara hasta que no tuviéramos toda la información, pero yo quise compartir contigo lo que sabíamos. En ese momento todavía nos aferrábamos a la esperanza de que hubiera sobrevivido... De que le hubiera pasado a otro.
-Sí, claro... Ya te entiendo. La esperanza... por llamarlo de alguna manera.
En el AVE de vuelta tomé notas de nuestra conversación, consciente de que reflejaban a un gran hombre sometido a una prueba terrible. Nunca llegué a publicarlas en su literalidad.
Enseguida me había dado cuenta de que Julio quería aferrarse a la Filosofía de la Historia, para colocar su desgracia personal en un contexto que le ayudara a entenderla. Yo me apoyé en el hecho de que, al día siguiente de la muerte de su hijo, se había producido la del cámara de Telecinco, José Couso, alcanzado por el disparo de un tanque norteamericano, en una terraza del Hotel Palestine de Bagdad, cuando filmaba los acontecimientos.
-Que el proyectil fuera iraquí o norteamericano da lo mismo. En nuestro mundo se ha abierto una grieta insondable que es la que ha engullido a tu hijo o al pobre Couso.
-La onda expansiva de la guerra de Irak tendrá consecuencias negativas para el mundo que durarán muchos años.
-Pero en Estados Unidos habrá otro presidente, distinto u opuesto a Bush, que corregirá las cosas dentro de dos o de seis años.
-Yo creo que eso no es lo importante. Esta es la crisis de un modelo que se veía venir. En medio de tanta tragedia y desgracia, esto tiene un beneficio colateral... Un maldito beneficio colateral. Desde la perspectiva de la izquierda es una crisis clarificadora.
-El problema, Julio, es que nos la han metido doblada. Antes de salir hacia aquí he pasado por la redacción. En un ordenador abierto había una imagen de una película de Hitchcock y he pensado en el Mcguffin.
-Sí, claro. Me encanta Hitchcock. He visto casi todas sus películas. El Mcguffin... quieres decir el pretexto.
-Cuando rodó Encadenados, Hitchcock no tenía ni idea de cómo funcionaba la fusión nuclear y al final resulta que el uranio era un polvillo metido en botellas de vino añejo en la bodega.
-Claro que me acuerdo. Era un simple señuelo para fijar la atención. Menuda coña.
-Pero vuelves a ver la película y el camelo sigue funcionando...
-Como las Armas de Destrucción Masiva de ahora.
-Podían haber sido misiles ocultos u otra cosa. ¿Sabes lo que le dijo Hitchcock al productor? "Podemos sustituir el uranio por diamantes industriales. Todo esto no tiene la menor importancia".
-Al final ya no se sabe si la invasión era para retirar las armas o para ponerlas.
-Fíjate que trágica ironía, que sea a ti que, por tomarte al pie de la letra la Constitución, te han llamado utópico, visionario e incluso ayatola loco y ciego, sea a quien te toque enterrar a un hijo, víctima como Couso y todos los demás civiles y militares muertos, de un cínico truco cinematográfico del último Imperio que se proclama heredero de las Luces.
Nunca olvidaré su respuesta inquisitiva.
-¿De quién es, pues, la ceguera?