Nadie contaba con que la erupción del volcán nos devolviera a Puigdemont pringado entre la lava. Al menos no el juez Llarena que el pasado domingo almorzaba contento y relajado con un vocal del CGPJ, otro amigo del ámbito judicial y sus respectivas esposas en el Asia Gallery del Palace. La euroorden contra el prófugo seguía viva, pero nada la traía al primer plano de sus preocupaciones.
Tampoco podía imaginarlo la ministra de Justicia, Pilar Llop, cuando el jueves se sentó en el Palco de Honor del Real acompañando a una elegantísima y muy ovacionada Reina Sofía, junto al presidente del Senado, Ander Gil, el ministro de Cultura, Miquel Iceta, y el presidente del Teatro, Gregorio Marañón. Fue en el segundo acto de ‘La Cenerentola’ cuando empezaron a entrarle inquietantes mensajes en el móvil, cual caprichosos e inesperados cambios de guion lanzados por el divinizado Rossini desde la nube que ocupaba en el escenario.
Sólo el propio Puigdemont podía prever su detención. Era tan sencillo como desplazarse a un país de la UE por vía aérea, a sabiendas de que el sistema informático del control de pasajeros saltaría automáticamente con la mera introducción de su DNI. Su viaje a Cerdeña no era además una discreta visita privada, sino un publicitado desplazamiento político encaminado a promocionar el pancatalanismo mediterráneo en un festival folklórico.
El portavoz de la republiquita de trampantojo de Waterloo, el tal Alay, tan de actualidad por sus relaciones con las tramas del espionaje ruso, ni siquiera se privó de poner un tuit solemne y enfático, remedando el “Ja soc aquí” de Tarradellas, en el instante histórico en que Puigdemont puso pie en tierra sarda. Era un “¡deténganme!” a grito pelado. Y, naturalmente, sus súplicas fueron escuchadas.
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Puigdemont buscaba por encima de todo recuperar los focos del protagonismo y volver al centro del tablero político catalán. Tenía que resarcirse como fuera de la maltrecha situación en la que había quedado tras el fracaso de su intento de sabotear la Mesa de Diálogo entre el Gobierno y la Generalitat.
Ni sus lugartenientes condenados e indultados participaron en el encuentro, al negarse Pere Aragonés a pasar por ese aro, ni el subsiguiente boicot de Junts tuvo trascendencia alguna. Sánchez logró que la Mesa perviviera sólo con Esquerra sin prisas ni plazos.
Cuanto más se acentúe la desmovilización de la sociedad catalana ante la reivindicación de la unilateralidad del 'Procès', tal y como pudo constatarse en la Diada, más inexorable será el destino de Puigdemont de ir cayendo en el limbo de la irrelevancia.
Dice que España ha vuelto a hacer “el ridículo” al solicitar la ejecución de la euroorden en Italia, pero sobre él se cierne la sombra grotesca del destino errante de aquel último pretendiente de la legitimidad de los Estuardo -el ajado guaperas Bonnie Prince Charlie- con el que le comparé en mi artículo 'Bonnie Carles', subrayando sus obvias reminiscencias con el carlismo reaccionario.
Ya que, tras el sorpasso de ERC, no está a su alcance volver a ser el novio en la boda de las instituciones catalanas, Puigdemont ha tratado de conseguir como sea la condición de muerto en el entierro o más bien de recluso en la prisión.
¿En qué prisión? En la que sea. Claro que con todas las garantías de que su encarcelamiento sería tan cómodo y efímero como ha sido el caso.
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Basta escuchar al siniestro Boye -a tal cliente tal letrado- para darse cuenta de que lo tenían todo previsto. Aunque la euroorden siga en vigor, aunque el parlamento de Estrasburgo haya concedido el suplicatorio que permitiría su entrega a España, aunque su inmunidad como eurodiputado haya quedado en suspenso, Puigdemont contaba con una muy explícita red de seguridad jurídica.
La propia resolución del Tribunal Europeo suspendiendo esa inmunidad, contemplaba restituírsela provisionalmente, a modo de medidas cautelares, si se trata de ejecutar la euroorden, en tanto no dictara sentencia sobre el fondo del asunto en el doble frente del recurso contra el suplicatorio y de la cuestión prejudicial planteada por Llarena frente a la Justicia belga.
Todo parece un galimatías y en realidad lo es. Máxime cuando luego resulta que el espacio judicial europeo es una quimera porque cada juez y cada tribunal deciden, discrecionalmente, como vimos en el caso de Schlesweig-Holstein cuando el recién huido fue detenido en Alemania y puesto en libertad de inmediato sin ser aún eurodiputado.
Puigdemont no dejaba pues de correr el riesgo de que, en medio del caos jurisdiccional, Italia terminara entregándole a España. Si hubiera ocurrido o aún pudiera ocurrir eso, Llarena dictaría su ingreso en prisión de inmediato.
En realidad ese era el escenario preferido de Puigdemont, pues habría llevado su victimismo hasta el apogeo. De “presidente en el exilio” pasaría a “molt honorable preso político”. Con la expectativa de un juicio mediático desde el que tratar de manipular a la opinión pública; y con la tranquilidad final de que a la más que probable condena, seguiría un indulto por analogía al de sus subordinados de octubre del 17.
La apatía con que le ha acogido la Justicia italiana, ha dejado la operación a medias. Puigdemont ha salido ganando al recuperar el protagonismo, monopolizar el debate y remover los rescoldos del 'Procés', pero sólo durante un fin de semana. La sumisión de Aragonés ha vuelto a quedar de manifiesto con su apresurado viaje de solidaridad y pleitesía. No a visitar a un detenido en el calabozo, sino a darse con él un festivo paseo reivindicativo. Pero, entre tanto, a la calle sólo han vuelto a echarse cuatro gatos en Cataluña, incluso cuando se daba a Puigdemont por preso.
Por mucho que vuelva a llamar a la protesta el viernes, coincidiendo con el cuarto aniversario del 1-O, Puigdemont no podrá encender de nuevo la hoguera de la unilateralidad. Lo que sí puede tener a su alcance es bloquear el entendimiento entre Sánchez y Aragonés justo durante las semanas críticas para la tramitación de los Presupuestos. Le han faltado unas horas de prisión cautelar o al menos unos días de prohibición de salir de Cerdeña para convertir a Sánchez en rehén político de su detención.
Su inminente regreso al cotolengo de Waterloo sin más bagaje que unas fotos de impostada victoria en una batalla judicial aún no disputada, dejará a la postre todo como está. O tal vez un poco peor. Si conquistar el voto de Esquerra iba ya a costarle “sudor” al PSOE -según la cínica advertencia de Rufián-, el precio va a subir ahora hasta dejarle deshidratado. Pero Sánchez ya está acostumbrado a pagar costes imposibles con monedas ficticias.
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No estamos hablando de unos Presupuestos cualesquiera sino de los que deben servir para afianzar la tambaleante recuperación, encarrilar los fondos europeos y dotar de credibilidad a nuestra economía tras el pinchazo del segundo trimestre reflejado en la contabilidad del Instituto Nacional de Estadística.
Es muy inquietante que esas cuentas del Estado, imprescindibles en un momento en que las tensiones inflacionistas obligan al Banco Central Europeo a replantearse la actual barra libre en la compra de deuda pública, pendan de la última pirueta de un fanático en permanente ebullición como Puigdemont.
La resolución de la Justicia italiana, limitándose a citarle a comparecer el día 4 de octubre para una audiencia exenta de suspense alguno, tiene el inconveniente de que reafirma la libertad de movimientos de Puigdemont por toda Europa, en tanto la retirada de su inmunidad no sea firme. Pero tiene la ventaja de que libera, también provisionalmente, a Pedro Sánchez de los barrotes políticos que de repente parecían separarle de la aritmética presupuestaria en la que es imprescindible Esquerra.
Todo coincide, además, con el momento crítico para la negociación de las dos reformas clave que nos exige la Unión Europea: la de la eficiencia del mercado laboral y la de la sostenibilidad de las pensiones. En ambos asuntos Bruselas y la CEOE piden medidas en una dirección y Podemos y los sindicatos en la contraria.
Es una lástima que ni el PP, ni siquiera Ciudadanos, tengan la creatividad política necesaria para desequilibrar esa balanza o al menos arrebatar la llave de la situación a Esquerra. Pero para eso habría que apagar volcanes que llevan ya demasiado tiempo en erupción. Ni siquiera hemos alcanzado el ecuador de la legislatura y ya está lamentablemente claro que la lava del disenso seguirá manando desde la izquierda y la derecha hasta que sus lenguas viscosas alcancen el mar electoral. ¿Qué hemos hecho para que nuestros dirigentes nos hagan perder el tiempo así?