Lágrimas negras de La Palma, los chicos de la tele y el adiós a 'la chica ye-yé'
Lydia Lozano, Concha Velasco, Iñaki Gabilondo, Piqueras y Franganillo;la autora comenta lo más destacado de la semana a través de sus protagonistas.
Lydia Lozano
Esta periodista, que se dio a conocer en Canal Nou y alcanzó la popularidad en las disparatadas tardes de 'Sálvame', consiguió días atrás uno de sus mayores logros profesionales al presentarse en La Palma para contar los desastres de Cumbre Vieja, el volcán que atemoriza a medio mundo.
Todo hay que decirlo: Lydia es 'palmera' y no puede disimular el orgullo que siente por la tierra de sus ancestros. Su familia materna procede de El Paso, y la paterna, de Santacruz. Lydia habla de los años felices de la infancia y de los palmerales alineados junto al mar como si hablara del patio de su casa. De cada cinco palmeros censados en la isla, al menos dos son primos de la periodista. Hoy tiene las manos impregnadas de ceniza y llora lágrimas negras mientras describe el homenaje que el Ayuntamiento de El Paso ofreció recientemente a su hermano Jorge Lozano, catedrático de semiótica y discípulo de Umberto Eco, que falleció en plena pandemia y desde hace quince días es hijo adoptivo del pueblo.
Ella se derrite contemplando la estampa de las plataneras bañadas en ceniza, una de las imágenes características de la isla, así como la de las casitas que resbalan por la ladera salpicando el paisaje de manchas tiznadas de ceniza.
Lydia no es la única mujer con ascendiente en la isla. Aquí también conserva su casa Manolo Blanick (el zapatero prodigioso) que firma el calzado de autor más bello del mundo.
También son palmeros de pedigrí el periodista Nacho Fresno y el diseñador Juanjo Manes. Y Antonio Gala, que amó profundamente La Palma, donde se hizo amigo de una pareja de palmeros a quienes convirtió en protagonistas de su novela 'La regla de tres'. A ella le puso puso de nombre Aspasia y con Aspasia se quedó.
Al escritor le costó mucho trabajo sacarlo de ahí. Siempre llevará la isla en el corazón. Como Lydia, que tiene el alma hecha de mojo picón.
Concha Velasco
Concha ha sido una de las actrices más populares del cine español. Cuando la conocí era una mujerona de boca grande y risueña. Con los años se ha hecho pequeña y menuda, pero no ha perdido un rasgo de grandeza y personalidad.
Muchos la recordarán como 'La chica yeyé', 'Santa Teresa', 'El día de los enamorados' o 'Las chicas de la Cruz Roja', pero la lista es interminable. No hay guión que se le Iñakiresista y nunca se le acaban las pilas.
Nació en Valladolid, hija de un militar y una maestra republicana. Trasplantada a Madrid, enseguida se le contagió la pasión por las tablas y alcanzó la gloria.
Contrajo matrimonio con Paco Marsó un actor que no resistió las comparaciones y acabó dedicándose a las puertas blindadas.
La actriz no puede evitar un gesto henchido de satisfacción cuando dice en las entrevistas: “Me retiro porque eso es lo que quieren mis hijos”. Manuel y Francisco no aceptaban las quejas domesticas de la actriz, que refunfuñaba porque el dinero no le llegaba a fin de mes y se veía obligada a vender las cuberterías. Ahora el pretexto ya no vale. Manuel dice que los hijos no eran partidarios de que Concha se deslomara trabajando. Preferían una colaboración esporádica y vivir con cierta holgura. Para comprarle cuberterías ya estaban ellos, sus hijos.
Obtuvo a lo largo de su carrera premios nacionales de teatro, medallas de oro al mérito, cruces de la orden civil, y lazos varios. Todo se lo merecía. Y ya estaba bien condecorada cuando alternó con galanes, tenorios de quita y pon y algún que otro latin lover doméstico, pero quienes tuvieron más poderío fueron Sáenz de Heredia (el director del bigotillo fascista) y Fernando Arribas, (el padre de Manuel, un director de fotografía ya fallecido) además de Juan Diego, un solterón vocacional.
Iñaki Gabilondo
Fue mi profesor en Pamplona, pero yo nunca pude considerarme del todo su alumna, pues no me gustaba hablar y difícilmente pasaba por el aro. En Pamplona estuvo un par de años con prácticas. Su esposa estaba ingresada en la clínica universitaria y él simultaneaba las clases con el cuidado de los hijos. Debió de ser una etapa muy dura. Algunos días coincidí con Iñaki en el tren Madrid/Pamplona. No me atrevía a saludarlo para no interrumpir su silencio. Miraba hacia otro lado y callaba, pero mi dolor estaba con él.
Desde entonces, hasta hoy, han ocurrido muchas cosas, La más importante, tras el fallecimiento de la joven esposa, fue el éxito profesional. Fue empezar y no parar. Esta semana, Iñaki Gabilondo se sentó frente a Aimar Bretos, director de Hora 25 y le confesó que había llegado el momento de parar. Tenía la íntima convicción de que ya no quedaba más camino. “Hacerse mayor es un proceso de despedida”, dijo. Iñaki eligió a su paisano. Ha sido un ejemplo para generaciones de periodistas, pero de eso no habla. Trabajar es la única forma de dar ejemplo, y él lo sabe. Iñaki gasta voz de locutor clásico, cuando solo hablaban por radio los hombres que tenían la voz profunda y de color marrón.
Iñaki se retira a descansar con su segunda esposa, a la que tanto debe. Puede que elija Donosti y Menorca para recogerse. Desde allí tambien se oye la Ser y “los nuevos” –como Montse Domínguez- tienen muchas cosas que decir.
Piqueras y Franganillo
Son dos cabezas de telediario que noche tras noche se asoman a las pantallas para contarnos las buenas o malas nuevas. Esta semana han encabezado los noticiarios La Palma y Puigdemont. O al revés: Puigdemont y la Palma. Madrugó el Cumbre Vieja, el volcán que amarga la vida a los palmeros. No habían pasado ni 24 horas cuando la lava ya había arrasado más de cien casas. Según los palmeros, los últimos días los peces habían huido y el silencio del agua era inquietante y turbador.
En todos los lugares donde hay volcanes dicen que cuando el interior de la tierra se mueve, cambia el comportamiento de los animales, que se mueven inquietos y desorientados.
Los primeros periodistas que dejaron la mesa volar a La Palma fueron Piqueras y Franganillo. Los desplazamientos de los cabecillas de los telediarios suelen ser dignos de elogio (resulta más fácil comunicar las noticias desde un plató, leyendo el “autocue”, que improvisar el relato al pie de un volcán, dando protagonismo a los silencios.
En el caso al que me refiero, los dos hicieron alardes de periodismo espontáneo que fueron contestados en las redes. Dos fotografías publicadas al día siguiente en dos periódicos mostraban primero a Franganillo corriendo en zapatillas deportivas impolutas delante de la lava, y a Piqueras haciendo quiebros para apartarse de las piedras que arrojaba el volcan.
Hicieron lo que tenían que hacer, pero las redes sociales no tardaron en afearles la conducta. Aquí todo el mundo da lecciones a los taxistas, los virólogos, los periodistas, los árbitros, los chefs, los militares y los curas. Y lo demás, ya se sabe, maricón el último.