La advertencia del primer ministro francés, Jean Castex, infectado él mismo por Covid a finales del mes pasado, debería servir para cerrar la polémica sobre las 'cenas de empresa': "Cuantos menos seamos, menos riesgos corremos".
La prohibición de Génova ha venido de hecho a salvar a Isabel Díaz Ayuso de cometer su primer gran error en la gestión de la pandemia. ¿Qué son las tradicionales cenas navideñas de los partidos sino grandes 'cenas de empresa'?
La del PP de Madrid ha venido siendo durante décadas la 'cena de empresa' por antonomasia, para lo bueno y para lo malo. Servía para celebrar los triunfos, resaltar los proyectos y agasajar a los líderes. También para poner en evidencia las banderías y rivalidades e incluso la sociología del trinque organizado.
Así ocurría también con su genuino antecedente histórico, las “cenas cívicas” organizadas durante la Revolución Francesa por las secciones de París. Comenzaron siendo, según la clásica cita de Michelet, "una comunión del pueblo, una unanimidad festiva… una fraternidad horizontal". Mona Ozouf veía en ellas "la trasposición de la ceremonia católica" de la eucaristía.
Pronto derivaron, sin embargo, en el ámbito idóneo para todas las intrigas y fueron prohibidas con el pretexto, real o imaginario, de que fomentaban el desenfreno y devenían en orgías. "¿Cómo regenerar las costumbres con esta mezcla desconsiderada de los sexos en medio de los banquetes, entre las sombras de la noche y después de unas cenas presididas por el vino y la alegría más inmoderada?", clamó Bertrand Barère, "el Anacreonte de la guillotina", en nombre del Comité de Salud Pública.
Obviamente lo que este año pretendía desatar Miguel Ángel Rodríguez en la cena del PP de Madrid no era ese tipo de concupiscencia, sino la exaltación de su jefa Isabel Díaz Ayuso a la presidencia del partido mediante una especie de referendo aclamatorio. Que las bases la encaramaran de facto al sillón que tan mezquinamente le niega Génova.
La prudencia aconsejable ante la previsible evolución de la pandemia se ha convertido así en providencial aliada de Teodoro García Egea y su equipo para salvar esa especie de match ball que hubiera supuesto el aplausómetro navideño. Pero la certeza de que el propio liderazgo de Casado habría quedado en entredicho en el marco espontáneo de un cónclave así, no debería servirles para seguir escondiendo el problema, sino para salir resueltamente a su encuentro.
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Si yo estuviera en el lugar de Pablo Casado —y salvando todas las distancias he vivido situaciones similares en los periódicos que he dirigido— convocaría una cena de Navidad, Año Nuevo o Reyes con sólo cinco comensales: Ayuso, Feijóo, Moreno Bonilla, el secretario general del partido y él mismo como anfitrión.
El ágape se celebraría lejos de la sede maldita de Génova con un fotógrafo que diera fe del encuentro. Sería conveniente filtrar además el menú para que no quedaran dudas sobre el propósito final de las convocatoria: Marlaska en pepitoria, Nadia a la naranja y un buen Pedro Sánchez a la brasa, con profiteroles de cabello de Yolanda Díaz para postre.
La propuesta culinaria es metafórica, la propuesta política no. Cuando un líder se ve abocado a la confrontación con quien debería ser su principal aliada, no encuentra la forma de resolver el problema cara a cara y tampoco es lo suficientemente estúpido o malvado como para tratar de aniquilarla, no le queda otra salida que la de tirar por elevación y remitir el conflicto a una instancia ad hoc en la que se integren las personas de mayor autoridad como representación de las grandes corrientes o sensibilidades del partido.
Crear esa especie de sanedrín restringido con el pretexto de una cena navideña que simbolizara y sustituyera a todas las que no se podrán celebrar por la pandemia tendría la gran ventaja de plasmar al fin la realidad de un PP en el que todos los barones autonómicos son estatutariamente iguales pero a nadie se le escapa que unos son más iguales que otros.
Estaríamos ante un precedente que serviría para institucionalizar la realidad. En el pleno de una conferencia episcopal el voto de todos los obispos y arzobispos vale lo mismo, pero cuando habla uno de los pocos que suma la condición de cardenal, su voz se escucha de otra manera.
Sin restar méritos a los otros presidentes autonómicos y a valiosos dirigentes regionales que pugnan por serlo, en el PP sólo hay tres figuras que se han ganado el solideo: Feijóo con sede cardenalicia en una mayoría absoluta tan deslumbrante como el Pórtico de la Gloria, Moreno Bonilla como gran conquistador y extraordinario gobernante de una legendaria tierra de infieles y la propia Díaz Ayuso, heroína política del Madrid de la pandemia, pesadilla de la izquierda y referente de la prensa internacional.
El soli Deo sólo obliga a quienes lo llevan a descubrirse ante el Santísimo Sacramento, pero la costumbre hace que también lo hagan ante el Papa como señal de respeto. No creo que en ninguno de estos tres casos vaya a haber ningún problema de modales.
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Contar con tres cardenales así es un lujo para cualquier sumo pontífice. El gran desafío para Pablo Casado es integrarlos en su estrategia de asalto a la Moncloa a modo de lugartenientes o superconsejeros, distinguiéndolos de quienes ni han alcanzado su nivel ni ostentan sus galones. Que alguno de ellos, o eventualmente los tres, puedan sucederle el día que acaezca su óbito político, es un asunto que conviene dejar en manos de la Providencia.
Lo que tiene que terminar es el ninguneo del totum revolutum a base de intervenciones de cinco minutos por orden alfabético en los congresos provinciales. El PP tiene tres estrellas rutilantes que cuanto más cerca estén del líder más brillo le darán con fulgores tan distintos como complementarios. Porque igual que existe la "vía Ayuso" de confrontación implacable con la izquierda, también existen la "vía Feijóo" y la "vía Moreno Bonilla" más afines al concepto de soft power y a la ocupación de espacios mediante la ósmosis del diferente.
Hasta ahora Casado viene dando la sensación de actuar de forma espasmódica, cambiando de táctica en función de los impulsos inmediatos. Tras un periodo de moderación, equilibrio y mano tendida muy en sintonía con sus paladines gallego y andaluz, ahora parece haber entrado en una etapa de falso ayusismo, al recurrir a una palabra de cuatro letras que nadie debería pronunciar en el Congreso una vez que ya lo hizo Tejero y a acusaciones de brocha gorda contra la vicepresidenta económica.
Un hombre templado y consistente como el líder del PP no debe dejarse arrastrar por la dinámica del "y tú más" que en el fondo viene a hacer verosímil la también desaforada acusación de Calviño. Y por la misma regla de tres, no puede seguir rehuyendo la gestión de sus discrepancias con la presidenta de Madrid porque es ese inmovilismo el que da alas al cuestionamiento de su liderazgo por los más ayusistas que Ayuso.
Casado debe darse cuenta de una vez que el aparente fuego amigo que a diario le azuza con ese estilo soez y barriobajero del que corre el riesgo de contagiarse, ni siquiera es amigo de Ayuso. Por supuesto, tampoco de la verdad. Sólo es amigo de Vox pues su propósito real es polarizar hasta el paroxismo a la sociedad española para refozilarse en la profecía autocumplida de un nuevo fratricidio a gran escala.
Solo ocupando todo el espacio ideológico incluido en ese pentágono imaginario en el que Ayuso, Feijóo y Moreno Bonilla son tan imprescindibles como él mismo y la persona en la que confía como secretario general, podrá el PP de Casado salir a comerse electoralmente al PSOE.
Por muchos que sean los errores del Gobierno, claramente perceptibles ya en la marcha de la economía, será imprescindible que al aunar esas voluntades la mesa esté bien decorada, el mantel sea elegante y la cubertería fina. Porque mientras se atisbe el cuchillo jamonero de Vox con el mondadientes al bies de su comisura, a muchos nos será imposible desear buen apetito a los comensales.