Tanto en la vida pública como en la jerga informativa se habla indistintamente de “el Presupuesto” o de “los Presupuestos”. Tal vez porque, como escribió Juan Rico y Amat en su Diccionario de los Políticos de 1855, “los Presupuestos son dos hermanos gemelos que nacen y viven juntos y siempre están riñendo, el uno por despilfarrar mucho y el otro por querer economizar algo”.

El siempre agudo e ingenioso historiador isabelino abundaba con tino en ese dualismo: “Antípodas entre sí ambos Presupuestos, cuando el de gastos se 'harta', el de ingresos 'ayuna'; cuando aquel se 'ríe', este 'llora'; cuando el primero se 'estira', el segundo se 'encoge'. El uno cuenta siempre amargas verdades; el otro entretiene a sus amigos con dulces mentiras”.

El barril de los Presupuestos de Sánchez.

El barril de los Presupuestos de Sánchez. Javier Muñoz

Nunca como hoy había sido tan patente ese contraste entre la alegría con que se aborda el dispendio de los gastos y la grima que produce la exacción de los ingresos. Hasta el punto de que la foto combinada que nos muestran estos dos Presupuestos augura que 2023 será recordado como un año funesto para las cuentas públicas.

Nunca un gobernante había pretendido gastar más ni exprimirnos tanto -son datos objetivos, puestos ya negro sobre blanco- como el Pedro Sánchez que busca la reelección, a base de convertir a la gran mayoría de los españoles en donantes obligatorios de su campaña.

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Cualquiera diría que todos los contribuyentes con rentas superiores a 21.000 euros somos culpables de un delito equivalente al que, según la mitología griega, cometieron las 50 hijas del rey Danao cuando mataron a sus respectivos maridos el día de la boda. Las traigo a colación porque fueron condenadas de por vida a llenar con sus cántaros un tonel agujereado que -cómo no- quedó situado en el Averno. Trajeran el agua que trajeran, siempre era insuficiente porque el tonel nunca se llenaba. O, mejor dicho, se vaciaba a mayor velocidad de la que engullía.

Cual sacrificadas Danaides de la era digital, a los españoles de hoy se nos obliga a verter en el barril todo el líquido de nuestro IRPF, incrementado por la inflación;  todo el líquido de nuestro IVA, incrementado por la inflación; todo el líquido de nuestro Impuesto de Sociedades, incrementado por la inflación; y además los caudales extraordinarios del sádicamente llamado ‘impuesto a la solidaridad’, del impuesto a las energéticas que pagaremos los clientes, del impuesto a la banca que pagaremos los clientes; y de las subidas de los rendimientos de capital y las arteramente elevadas cotizaciones sociales. Y eso sin hablar de los impuestos autonómicos y municipales.

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“¡Agua!, ¡más agua!”, parece gritarnos el insaciable presidente, ejerciendo de cómitre de la infernal galera fiscal en la que nos hace remar encadenados. Cualquiera medianamente lúcido se da cuenta de que esto terminará como el “¡Más madera, que es la guerra!” de Groucho Marx: desguazando nuestro tren de vida para alimentar la caldera, a base de lo que recorten los nuevos hachazos, hasta terminar tronchando el propio casco del buque. Y encima la guerra de Sánchez no es la de Ucrania contra Putin, sino la de las urnas contra el PP.  

Para colmo, se nos pide que nos mostremos felices y contentos, o al menos incurramos en un condescendiente síndrome de Estocolmo, como el de las colegialas del Santa Mónica cuando dicen que la estentórea zafiedad machista de sus vecinos “es una tradición”. Será una “tradición”, pero de carácter abominable. Igual que este atraco de bandoleros embozados que nos sale al paso, trabuco en ristre, en el puerto de Arrebatacapas de la fiscalidad.

"En contra de las falacias que siempre se manejan sobre la presión fiscal, lo cierto es que a los contribuyentes españoles se nos somete a un esfuerzo fiscal superior a la media europea"

España no nos roba, pero el Gobierno nos saquea. No cabe otro verbo cuando, en contra de las falacias que siempre se manejan sobre la presión fiscal, lo cierto es que a los contribuyentes españoles se nos somete a un esfuerzo fiscal -recaudación partida por PIB- superior a la media europea. Superior, basta ya de embustes, al que soportan quienes pagan impuestos en Francia o Alemania. El que allí sean muchos más los que cotizan y muchos menos los que defraudan, no justifica la carga que aquí nos espachurra.

Algo en todo momento intolerable, pero sencillamente inasumible cuando el alza desaforada de los precios, el bloqueo de los salarios si no eres funcionario y la pérdida de rentabilidad de cualquier activo, o no digamos las minusvalías de los productos financieros, han mermado el bienestar y las expectativas de millones de desdichados, acongojados siervos de la gleba tributaria, a los que Sánchez obliga a trabajar para él más de la mitad de los 365 días del año.

Más de la mitad del año para entregar, en muchos casos, más de la mitad de la renta disponible o incluso tener que endeudarse o desprenderse de bienes para poder pagar los impuestos. ¿A qué esperan los tribunales para marcar la frontera de lo inconstitucionalmente confiscatorio?

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Sánchez tendrá mucho mérito político -que sin duda lo tiene- al sacar adelante por tercer año consecutivo unas cuentas del reino desde su escueta minoría parlamentaria. Su hábil manejo del gobierno de coalición brilla con fulgor si, por ejemplo, lo comparamos con lo ocurrido en Cataluña.

Pero ojalá, para algunas cosas,  hubiera sido mucho más torpe y pasmado. Al menos tanto como Rajoy que, a base de prórrogas inanes, nos dejó como estábamos desde el 2016 hasta el 2018 y reinó presupuestariamente, en modo estafermo, otros tres ejercicios después de muerto.

Los datos del Instituto de Estudios Económicos que publicábamos este sábado son apabullantes. Una vez ejecutados los terceros presupuestos del virtuoso (del alambre) Pedro Sánchez, cada hogar estará pagando 4.700 euros anuales en impuestos más de los que tributaba antes del llamado “pacto del insomnio”. Finalmente, la coalición con Podemos no le ha quitado el sueño al presidente -no hay más que verlo lozano como una rosa en los videoclips de la Moncloa- pero millones de contribuyentes, a los que no les salen las cuentas, no pueden pegar ojo.

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Quousque tandem abutere Catilina crumena nostra?. ¿Hasta cuándo, Catilina, seguirás abusando de nuestro bolsillo? Tras las feroces arremetidas tributarias de estos días, ya sólo queda recurrir al lenguaje de las catilinarias, cambiando la patientia por la crumena -bolsa del dinero o bolsillo en latín- para requerir al presidente que cese de empobrecernos, de arrebatarnos el fruto de nuestro trabajo y de expropiarnos el futuro como democracia desarrollada.

Ojalá me equivoque, pero lo peor puede estar por llegar. No sólo porque nos sigan subiendo los impuestos, que tendrán que hacerlo, pues la exacción aun se repartirá entre menos, a medida que muchos de los 23.000 señalados como “ricos” se vayan a Portugal, muchos de los que pagan el 48% de IRPF vean más rentable la jubilación de la pensión máxima con el IPC garantizado, muchos de los que saltan de tramo sin que se les deflacte la tarifa opten por trabajar menos y muchas empresas queden empantanadas en la probable recesión.

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Peor aún, el verdadero problema es que, si el Presupuesto de ingresos de Sánchez supone una sangría atroz para todos los presentes, desde 21.000 euros hacia arriba, su acromegálico Presupuesto de gastos yugula, o al menos ensombrece y lastra gravemente, el futuro para la actual y las próximas generaciones. Incrementar en las actuales circunstancias en un 11% el gasto público supone una inquietante irresponsabilidad. Entre otras cosas porque garantiza la espiral de precios y salarios que nos abocará a la estanflación, ya veremos durante cuanto tiempo.

Era obvio que había que proteger a los jubilados con rentas bajas, pero aplicar a todas las pensiones el incremento automático de la inflación -sin tan siquiera ceñirlo a la subyacente- es un auténtico disparate. Redoblado y rematado, por supuesto, con la paralela subida de las cotizaciones al margen del diálogo social.

La CEOE se ha quedado corta al tildar de “inadmisible e impresentable” lo que ha hecho el ministro Escrivá. A la hora de la verdad, en una evolución idéntica a la del otrora juez conservador Grande Marlaska, el presunto guardián de la ortodoxia financiera ha desatado la furia del converso, poniéndose a la cabeza del ciego panurgismo gubernamental. Si vamos hacia el precipicio, será él quien tire del rebaño. ¡Quién lo hubiera dicho!

"'¡Que no falte de nada!'. Esta ha sido la consigna de Sánchez sobre el Presupuesto de gastos, en cuanto a las obras públicas, las dotaciones a los ministerios o las transferencias a las autonomías"

Tres cuartos de lo mismo podría alegarse ante la subida a los funcionarios que, sin riesgo alguno de perder el empleo, con más teletrabajo y menos horas de cómputo total, se ponen en un santiamén por delante de las alzas salariales del sector privado. No será a base de becas o ayudas a la cultura imposibles de cobrar cómo un joven, por muy nieto de jubilado e hijo de funcionario que sea, vaya a entender y aceptar que le aguardan largos años de desempleo o sueldos bajos, lastrado por la macrocefalia de un Estado clientelar. En eso consiste el “pacto intergeneracional” del sanchismo: en que el que venga detrás, que arree.

“¡Que no falte de nada!”. Esta ha sido la consigna de Sánchez sobre el Presupuesto de gastos, en cuanto a las obras públicas, las dotaciones a los ministerios, el coste de RTVE o las inversiones y transferencias a las autonomías. Por supuesto, en esta Animal Farm las comunidades adictas -empezando paradójicamente por Cataluña- serán más “iguales” que las desafectas como Madrid o Andalucía, pero el maná caerá sobre todos los sembrados. Es tiempo de urnas y por doquier debe salir el sol.

Junto a la foto más exultante de Sánchez, sus carteles electorales deberían incluir un enorme CARPE DIEM. Aprovechemos el momento, eso es lo que nos dice. Por caro que nos cueste, comamos y bebamos, antes de votar primero en las autonómicas y después en las generales, puesto que mañana moriremos asfixiados por la deuda pública y el déficit.

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Según el mismo cálculo del IEE, cada hogar ha visto incrementada durante estos tres años, en la friolera de 18.270€ la parte alícuota de la deuda contraída en nombre de todos. Con ese pan ácimo bajo el brazo llega al mundo cada nuevo españolito al que tendrá que guardar Dios. Ahí es nada.

Ahora entiendo a Rico y Amat cuando sentenciaba sabiamente: “Los Presupuestos son el enemigo más acérrimo y poderoso que tiene el Gobierno representativo; lo desprestigian más y le hacen aun más daño que los artículos de la Esperanza y la Propaganda Apostólica -órganos integristas equivalentes a los fervorines radiofónicos de hoy-; son todavía más temibles que un ejército de carlistas a las órdenes de Cabrera”.

Quería decir, y el presente lo corrobora, que las acometidas del Tigre del Maestrazgo eran simples caricias, comparadas con los zarpazos de los felinos que te despellejan con las garras del Erario.