¿Por qué el PP cedió tan rápida y rotundamente a las pretensiones de Vox en el principal escaparate del poder adquirido en su triunfal 28 de mayo? So pena de parecer jactancioso, creo haber dado con el busilis de lo sucedido en la Comunidad Valenciana y el “milagro” de ayer tarde en Barcelona me avala.

Pero antes de entrar en ello, permítanme compartir el regocijo que produce rastrear el origen de una de las palabras más sugestivas de nuestro idioma. Cuenta la leyenda que un seminarista un poco zote se encontró en la tesitura de explicar el significado de la expresión evangélica "in diebus illis". En lugar de responder que es una construcción latina, equivalente a "in illo tempore", y que su traducción literal es "en aquellos días", el muchacho se aturulló, partió mal las palabras y contestó que lo de "indie" debía referirse a los "indios", pero que lo del "busilis" no lo entendía.

De ahí que el Diccionario de Autoridades ya la incluyera como "palabra inventada muy usada por el vulgo en tono jocoso" para referirse al "punto principal en que consiste alguna cosa que a primera vista no se entiende ni se percibe". Y que pusiera como ejemplo la forma en que Cervantes describe la aparición de Sancho en la ínsula Barataria: "El traje, las barbas, la gordura, la pequeñez del nuevo gobernador tenía admirada a toda la gente que el busilis del cuento no sabía".

La vacuna del PP contra Vox.

La vacuna del PP contra Vox. Javier Muñoz

Estar en el busilis de algo sería pues estar en el secreto, pero ese no es mi caso pues ni Carlos Mazón ni los estrategas de Génova me han hecho lógicamente partícipe del análisis que les ha llevado a precipitarse en brazos de Vox en Valencia. Pero dar con el busilis es dar con la tecla y eso es lo que intentamos quienes perseveramos en el análisis político.

Los lectores conocen de sobra la repulsión que me producen todos los populismos, tanto monta, monta tanto Vox como Podemos. Pero también el sentido posibilista, la búsqueda del mal menor que como todo hijo de la Transición he tenido tantas veces que asumir y aconsejar.

Por eso el ineludible marco de juego es el reparto de cartas que los valencianos dejaron sobre el tablero. El premio electoral a Carlos Mazón ha sido acorde a su mérito y empeño como renovador del PP, pues ha pasado nada menos que de 19 a 40 diputados. Pero el punto de partida, lastrado por la corrupción de la era Camps, era tan bajo que no sólo le faltaban 10 escaños para una mayoría absoluta como la de Madrid, Galicia, Andalucía o La Rioja, sino que también quedaba lejos de los 46 que suman el PSOE y Compromís.

Una vez que estas dos fuerzas de izquierdas rechazaron, como era previsible, la mano tendida de Mazón para que le permitieran gobernar, el entendimiento con Vox era ineludible. Porque no sólo necesitaba su voto a favor para la investidura, sino también para sacar adelante cualquier medida en las Cortes.

***

Esa es la diferencia con lo que sucede en Murcia, Baleares y Aragón. A López Miras, Prohens y Azcón les bastaría la abstención de Vox porque han logrado más escaños que las izquierdas juntas y eso hace sus gobiernos en solitario -o no digamos si Azcón cierra su pacto con el PAR y Aragón Existe- perfectamente viables.

En estas tres comunidades el PP ha adquirido una clara hegemonía y la opinión pública culparía a Vox si no le permitiera gobernar a cambio de un simple acuerdo de investidura como ocurrió con Moreno Bonilla en 2018 o con Ayuso tanto en 2019 como en 2021.

En cambio, en la Comunidad Valenciana habría sido el PP quien, dada la correlación de fuerzas, habría tenido que soliviantarse contra el veredicto de las urnas y abocar a los ciudadanos a una repetición electoral. Pese a todos los riesgos que implicaba, esa habría sido la opción más aconsejable -lo que fuera con tal de no pactar con Vox-, si no se hubieran cruzado de por medio las elecciones generales.

[Editorial: Feijóo y el sentido del Estado: votos a cambio de nada]

Convocar dos elecciones en dos meses ya supone tensionar la afección de la ciudadanía por el sistema. Pero ay del que lleve las cosas al extremo de convocar tres elecciones en tres meses. Esto lo ha tenido en cuenta sin duda Mazón y debería considerarlo Abascal antes de amenazar con volver a las urnas en Murcia, Aragón o Baleares.

Por lo tanto, en la Comunidad Valenciana el PP ha hecho lo único que en definitiva podía terminar haciendo. Lo debatible ha sido el cuándo y especialmente el cómo.

La lógica política dictaba en principio una táctica dilatoria para aplazar el desenlace hasta después del 23-J, tanto para no perjudicar a Feijóo con un pacto que puede ahuyentar el voto de centro, como para dejar abierta la remota posibilidad de un cambio de actitud por parte de un PSOE derrotado y renovado.

Hay división de opiniones sobre si, a la luz del Estatuto valenciano, eso era técnicamente posible o no. Pero es obvio que Mazón ha preferido precipitar los acontecimientos y desencadenar con toda su crudeza el debate de lo que implica tener a Vox en un gobierno importante. Según Moncloa, para blanquear a la extrema derecha; a mi entender, para aflorar todas sus oscuridades.

Al menos, así es como interpreto la secuencia de lo sucedido esta semana. El martes Feijóo respaldó el pacto de Mazón con Vox, pero el miércoles denunció el "frentismo" en su hasta ahora mejor discurso de la precampaña, el jueves reiteró su ofrecimiento a Sánchez para que gobierne quien gane el 23-J, el viernes salió inequívocamente al paso del negacionismo de Vox frente a la violencia de género y el sábado ha dado los votos decisivos al PSOE en Barcelona y Vitoria, a cambio de nada.

De esta manera, haciendo de la necesidad virtud, Mazón y los estrategas de Génova estarían tratando de generar a través de la Comunidad Valenciana una especie de "efecto vacuna" frente a Vox. Que todos los electores que no deseen la continuidad de Sánchez sean conscientes de la contaminación ambiental que provoca la extrema derecha y en consecuencia agrupen su voto útil en el PP y concedan a Feijóo un mandato claro para gobernar en solitario.

***

Mientras Sánchez continúe atascado al filo de los cien escaños en casi todos los sondeos -incluido el del CIS, si se extrapolan correctamente sus datos- y Yolanda Díaz siga convirtiendo el espacio a la izquierda del PSOE en el peor remedo político de las guerras de los Balcanes, la verdadera disyuntiva que puede terminar perfilándose el 23-J es si a España le conviene un gobierno como los de Andalucía y Madrid o como el que se va a formar en la Comunidad Valenciana.

Ya se sabe que Jenner primero y Pasteur después -sin olvidar la heroica expedición de Balmis y la enfermera Zendal- acabaron con la lacra global de la viruela o smallpox, a base de inocular limitadas dosis del virus en humanos que se prestaron o fueron obligados a ejercer de conejillos de indias. Su propósito era generar anticuerpos para que el organismo reaccionara y venciera a la enfermedad mediante la vacunación masiva.

De momento Carlos Mazón ha puesto su deltoides al servicio de la causa y ya sabe lo que es que te claven una aguja desagradable y que te empiecen a salir manchas verdes en la cara. La cuestión, que el propio Feijóo ha llegado a plantear, es si no ha permitido que la cantidad de "smallVox" que ha entrado en su organismo sea demasiado alta.

La escenificación del acuerdo con seis varones en la mesa y un torero dando enseguida la vuelta al ruedo con las dos orejas y el rabo -Justicia, Agricultura y la Vicepresidencia con Cultura incorporada- ha sido la propia de una precipitada sobredosis. 

Lo mismo cabe decir del contenido del acuerdo, por el gravísimo error de omitir toda referencia a la violencia de género, asumiendo su inclusión en la “violencia intrafamiliar”, tal y como hacen quienes niegan que exista una sistemática motivación machista en las agresiones a las mujeres. Y también clama al cielo, o al menos al agujero de la capa de ozono, que ninguna de las 50 medidas pactadas vaya dirigida contra el cambio climático.

Son dos graves meteduras de pata. Parece como si de repente la agenda de la Generalitat Valenciana fuera a coincidir con la charlatanería demagógica de quienes cada mañana que se refieren a los españoles que no piensan como ellos los califican de "gentuza" para arriba.

Conociendo a Mazón estoy seguro, sin embargo, de que esas apariencias engañan. El repudia cuanto significa Vox tanto como el que más, pero los dados han rodado así. Su problema más inmediato es cómo gestionar la contradicción entre su rotundo compromiso de "no dejar de luchar contra la violencia de género" y la entrega de la consellería de Justicia, competente en la materia, a un partido plagado de fanáticos que niegan la mayor.

No le arriendo la ganancia de tener que arar con esos bueyes, pero todo empezará a jugar a su favor en el mismo momento en que sea investido presidente de la Generalitat. A menos que Vox se apee de sus dogmas "iusnaturalistas", la legislatura valenciana encallará más pronto que tarde, pero Mazón tendrá el botón para abortarla como hizo Ayuso cuando se cansó de las traiciones de Aguado y convocó elecciones anticipadas.

***

No adelantemos acontecimientos. Estamos a cinco semanas de la hora de la verdad de unas elecciones generales y la percepción de las cosas esenciales puede acelerarse de forma vertiginosa. De hecho, casi a la vez que empiezan a brotarle a Mazón las pústulas verdes de las que terminará curándose, empieza a notarse también el 'efecto vacuna' que servirá de blindaje a Feijóo.

Al líder del PP no va a olvidársele que ha tenido que romper su estrategia de ignorar a Vox y concentrarse en la confrontación con Sánchez, a raíz de lo pactado en Valencia. Confía en que ninguno más de sus barones le coloque en este brete. En definitiva, ha tenido que bajar al barro y salir personalmente al paso del órdago de un segundón de Vox en una comunidad autónoma.

Pero lo ocurrido en Valencia ha servido también para desvanecer las últimas dudas sobre lo que había que hacer en Barcelona. El apoyo a la investidura de Collboni, una vez cumplida la condición de no incluir a los comunes en el gobierno municipal, demuestra altura de miras y sentido de Estado. Si lo unimos a la recuperación de las alcaldías de Badalona y Castelldefels, es obvio que el PP vuelve a jugar un papel en Cataluña. Y que, contando también con el episodio de Vitoria, Feijóo puede alardear ya de estar pactando con todas las fuerzas constitucionales,

Puede que haga falta un poco más de tiempo para que el PP en su conjunto sea consciente de que su proyecto político es aún más incompatible con el de Vox de lo que lo era el del PSOE con el de Podemos. Y sobre todo para que los electores más ofuscados se den cuenta de que Vox es ya el último asidero argumental de Sánchez y por lo tanto el obstáculo final a la regeneración y el cambio.

Es verdad que el todavía Delegado del Gobierno en Madrid ha ayudado mucho a facilitar ese trayecto, al volver a meter a Bildu en la ecuación de las compañías indeseables, echando por tierra los ímprobos esfuerzos del PSOE por marcar distancias con Otegi y compañía. Mientras Sánchez siga encerrado en esa cueva, y Feijóo continúe abriendo su radar, el PP no dejará de sumar escaños. Con fontaneros como el tal Francisco Martín, no hace falta que ningún enemigo reviente tus cañerías.