Dice el artículo 56 de la Constitución —el primero dedicado a la Corona— que "el Rey es el jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica y ejerce las funciones que le atribuyen expresamente la Constitución y las leyes".

Por lo tanto, si en España hubiera un conflicto grave que fuera fruto del "funcionamiento regular de las instituciones" —y el concepto incluye a los poderes del Estado, a las comunidades autónomas y extensivamente a los partidos políticos que las gestionan— no habría otro "árbitro", "moderador", relator o verificador más cualificado para ejercer esa función que Felipe VI. De hecho, eso es lo que ocurrió en 2017 y el árbitro sacó tarjeta amarilla a la Generalitat golpista, tras verificar lo inmoderado de su conducta.

V de Vendetta en Ginebra.

V de Vendetta en Ginebra. Javier Muñoz

Lo habría ejercido a imagen y semejanza de como lo ejerció su padre, Juan Carlos I, cuando el domingo 16 de enero de 2005 se reunió simultáneamente con el presidente Zapatero y el jefe de la oposición, Mariano Rajoy, para estimular su acción conjunta contra el "plan Ibarretxe" que pretendía separar al País Vasco de España.

Para evitar transmitir una sensación de alarma, la Casa Real —bien asesorada por el ministro de Defensa, José Bono— presentó aquel encuentro bajo la apariencia de dos audiencias sucesivas del Rey. Pero cuando concluyó la de Zapatero y antes de iniciar la reunión a solas con Rajoy, los tres mantuvieron una conversación conjunta de más de una hora.
Entonces escribí lo que, casi diecinueve años después, anhelaría poder escribir ahora: "Zapatero y Rajoy han demostrado que tienen las suficientes dosis de sentido común para emprender y culminar este camino. Pero no está de más que el viejo druida de la tribu escancie en sus tazas, en un momento estratégico como este, unas dosis adicionales de la legendaria poción mágica".

Me refería naturalmente al consenso que engendró el éxito de España en el hasta ahora mejor medio siglo de su Historia. Pero dos no consensuan si uno no quiere y por mucho que Zapatero y Sánchez hayan atribuido al recurso del PP y a la sentencia del Constitucional el origen y paroxismo delictivo del procés, lo cierto es que el nuevo Estatuto catalán fue el primero aprobado por las Cortes sin contar con la oposición.

Y lo cierto es también que, tras apoyar el 155, prometer reintroducir el delito de convocatoria ilegal de referendos, comprometerse a traer preso a Puigdemont y descartar una y otra vez la amnistía por su inconstitucionalidad, Sánchez ha hecho lo contrario a todo ello con tal de permanecer en el poder. Hasta llegar al vergonzoso encuentro clandestino, bajo la lupa de verificadores internacionales, que tuvo lugar ayer en Suiza.

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Volviendo a ese artículo 56 de la Constitución, si Cataluña fuera "una nación" dentro de "nuestra comunidad histórica", sería al Rey a quien le correspondería la "más alta representación" del Estado español en unas relaciones que necesariamente serían "internacionales" y públicas.

De esa fantasía deriva el sistemático boicot al que someten los independentistas a Felipe VI en su condición de Rey constitucional. Dicen que ellos no "tienen Rey" pero vaya que sí lo tienen, igual que tienen jueces, diputados, ministros, generales o Defensor del Pueblo, les gusten o no.

Todo cambiaría si el Rey se dirigiera a ellos como representante de una nación extranjera. En ese caso, le tenderían una alfombra roja cada vez que acudiera a Barcelona en visita de buena vecindad.

No desvariemos. Frente a quienes le reclaman iniciativas que la Constitución no le atribuye y frente a esos españoles que se creen no serlo, Felipe VI sigue desempeñando impecablemente sus funciones. Y la última prueba de coherencia y ejemplaridad la dio durante la apertura solemne de la legislatura, al apelar a la defensa del "legado" de la transición y enfatizar el derecho de nuestros jóvenes a recibir una España "sólida, unida, sin divisiones ni enfrentamientos".

"Felipe VI representa la grandeza de quien antepone el cumplimiento de un deber tasado a sus propias emociones, convicciones e intereses"

Todo ello sin un mal gesto, pese a su plena conciencia de que, en cuestión de meses, le tocará firmar una ley de amnesia colectiva que en la práctica supondrá pedir perdón a quienes hace ocho años tuvo la obligación de denunciar. Viviremos la grandeza de quien antepone el cumplimiento de un deber tasado a sus propias emociones, convicciones e intereses. ¿A cuántos políticos hemos visto comportarse así?

Hay colegas que dicen que la Monarquía se tambalearía si el PSOE de Sánchez le retirara su apoyo. Yo más bien creo que el respaldo social al PSOE de Sánchez menguaría exponencialmente si tratara de erosionar a la Corona.

Cuando tantas otras líneas rojas se transgreden, el sobrio ejemplo del rey Felipe y la reina Letizia es un elemento de estabilidad que beneficia a cualquiera que pretenda gobernar dentro del orden establecido. Máxime cuando el verdadero dilema que desde esta semana se plantea no es elegir entre una mayoría progresista y la suma de la extrema derecha y la derecha extrema —como dice Sánchez—, sino entre la institucionalidad del Palacio de las Cortes y el chalaneo en la habitación llena de humo oscuro de una casa de citas de Ginebra.

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No deja de ser significativo que Sánchez haya alegado en TVE que "el PP pone en cuestión la legitimidad de las Cortes Generales" por no aplaudir el discurso partidista de Francina Armengol, sin tan siquiera aludir a quienes boicotearon la sesión, igual que habían boicoteado la jura de la princesa Leonor y las rondas de consultas del Rey para la investidura. ¿O acaso no "deslegitima" más quien no asiste e insulta de paso al Jefe del Estado que quien se cruza de brazos en respetuosa desaprobación ante un mensaje inadecuado?

Se ve que a las únicas convocatorias a las que al presidente le importa que acudan los representantes de Junts, Esquerra, Bildu o el BNG es a aquellos encuentros secretos, a espaldas de la nación, en los que le van a seguir evaluando y poniendo objetivos. Tanto da que se celebren en Suiza o en la última caldera del infierno. Lo único que le preocupa es pasar el examen para prolongar unos meses, tal vez un par de años, su permanencia en el poder.

Desde la óptica de sus partidarios la clave está en su probada habilidad para sortear obstáculos sirviendo a la vez a la legalidad vigente y a la pretensión de dinamitarla. Si estuviéramos en el circo exclamaríamos: ¡bravo por el funambulista! ¡Fijaos, niños, con que firmeza pisa el alambre del más difícil todavía!

"¿Qué pinta ahora Henri Dunant escenificando esta internacionalización del problema catalán con un embajador salvadoreño como portavoz?"

Pero como ciudadanos que conservamos la voz tras haber ejercido el voto, no podemos dejar de protestar con serena indignación ante el hecho de que sea en un conciliábulo con tufillo a conferencia de descolonización en dónde se estén cocinando las leyes que, como loros con el buche bien repleto, replicarán luego los diputados de la mayoría.

Nos indignamos, claro, ante la irrupción en nuestras vidas de un anómalo poder verificativo que implica la suplantación de la función arbitral del Jefe del Estado por la de una fundación extranjera vinculada a oscuros intereses. Se entiende que el Centro Henri Dunant interviniera en el desarme de una organización terrorista como ETA con casi mil muertos a sus espaldas, pero ¿qué pinta ahora escenificando esta internacionalización del problema catalán con un embajador salvadoreño como portavoz?

No deja de tener su aquel que Bolaños diga y reitere que en la Unión Europea hay "cero preocupación" sobre lo que está pasando en España en relación a Cataluña y que, sin embargo, parezca preocuparle mucho a una fundación que en la primera frase de su web asegura que "trabaja para prevenir y resolver conflictos armados en el mundo". ¿Cómo se casa por cierto esa especialización de los verificadores —Galindo Vélez se "graduó" en la Colombia de las FARC— con el rasgamiento de vestiduras de los separatistas cuando los jueces sientan en el banquillo por terrorismo a los CDR o los líderes de Tsunami?

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Sobre el Centro Henri Dunant no cabe mejor recomendación que la de "follow the money". De momento esa pista del dinero ya nos ha llevado hasta el magnate Soros, implicado también, según la Guardia Civil, en el montaje del llamado CNI catalán.

Pero mucha peor consideración que los verificadores merecen quienes se ofrecen a ser verificados y no digamos quienes se prestan a ello bajo coacción.

A fin de cuentas, los verificadores de la Henri Dunant son, como este salvadoreño, profesionales de la intermediación. Cobran por buscar el punto medio. Como en cualquier arbitraje diplomático o mercantil.

Lo tremendo aflora si nos fijamos en los verificables. De un lado tenemos la hiperventilación crónica del mesías de Waterloo, empeñado en erigirse en un Mandela inverso que culmine el apartheid de la patria catalana. Del otro el maniqueísmo utilitario del Hombre de Hielo que encuadra sin pestañear sus pactos con fuerzas tanto revolucionarias como reaccionarias en una imaginaria cruzada mundial contra el avance de la ultraderecha.

"El verificable loco tiene sometido al chantaje de la aritmética parlamentaria al verificable listo"

La diferencia estriba en que mientras Puigdemont está tan ofuscado por el mito de la Cataluña subyugada que se cree lo que dice, Sánchez es demasiado inteligente como para pensar de verdad lo que argumenta en los platós y en los mítines.

Todos desearíamos que, al margen de que la negociación sea en sí misma infame, fuera el verificable listo quien en su transcurso contagiara de cordura y realismo al verificable loco. Pero como es el verificable loco quien tiene sometido al chantaje de la aritmética parlamentaria al verificable listo, existe un grave riesgo de que ocurra lo contrario.

Como el protagonista de V de Vendetta que se oculta bajo la máscara de Guy Fawkes, líder católico de la desbaratada "conspiración de la pólvora" de 1605, Puigdemont se siente llamado, probablemente por la Virgen de las Mercedes, nombrada generala en jefe de la defensa de Barcelona, a vengar la derrota catalana de 1714.

[Editorial: Las dos aperturas de la legislatura, una en Madrid y otra en Ginebra]

Ya que ni aquella Virgen militarmente engalanada, ni tampoco Santa Eulalia, patrona de la ciudad, socorrieron en ese momento a los sitiados con el "ejército celestial de miles de ángeles" que, según Oriol Junqueras, esperaban convencidas "las clases populares", tres siglos y diez años después ha llegado al fin la hora de la recuperación de las libertades catalanas. Con V de verificadores, con V de verificables, con V de Vendetta.

Por mucho que lo parezca, este no es otro guion distópico, fruto de la ingesta de belladona o cualquier otra sustancia estupefaciente. Es la estricta sinopsis del relato que Puigdemont ha obligado a suscribir al PSOE. Y nunca ha resultado tan pertinente advertir que las metáforas las carga con materia explosiva el diablo.

Cualquier cinéfilo recuerda que la película concluye, mientras suena la música de Tchaikovsky, con la consumación por el autoproclamado heredero de los integristas católicos de su fallido intento de volar el parlamento británico. Desde este sábado el nuestro ha quedado sometido al régimen cautelar de la libertad verificada, entre inevitables acordes fúnebres. Perdón, quise decir lúgubres.