Presidente con libro, adiós a Kissinger y drama familiar de una vedete
Pedro Sánchez, Carlos Alsina, Bárbara Rey y Henry Kissinger; la autora comenta lo más destacado de la semana a través de sus protagonistas.
Pedro Sánchez
No todos los políticos escriben libros, pero unos cuantos sí, y a veces con falsa autoría. Entre los autores con ciencia propia –no prestada por autores ocultos glosados luego por Trapiello-, destacan Felipe González, Mariano Rajoy, Alfonso Guerra, Pepe Bono y Miguel Ángel Revilla, sin olvidar a Borja Sémper y a Pablo Iglesias, que además fue líder de ventas. Entre los políticos de autoría sospechosa están José María Aznar, Rodríguez Zapatero, y últimamente, Pedro (¡Pedrooo!, que diría Penélope).
El presidente del Gobierno no se resiste al vanidoso trance de firmar libros para una larga cola de lectores que da la vuelta a la manzana. Aunque digo mal. Lo de la vuelta a la manzana es propio de doña Manolita en estas fechas. O del Cristo de Medinaceli, en vísperas de Semana Santa.
Muchos políticos y celebridades de distinto pelaje tienen la costumbre de agenciarse un "negro" para que les escriba discursos y libros. O una "negra", que diría Trapiello para el caso que nos ocupa, a fin de que presten su voz y su escritura a quienes no están suficientemente dotados.
El primer libro que escribió Sánchez se titulaba Manual de resistencia y era sugerente. En realidad lo escribió la periodista Irene Lozano, la misma autora que ahora ha escrito Tierra Firme, el segundo libro del presidente, que se pone a la venta mañana lunes. El título está tomado de una vieja novela de Concha Espina y una película española de 2017. Si abordase temas de probado morbo, como los oscuros tratos de Sánchez con el Rey de Marruecos con relación al inacabable conflicto del Sáhara, podría incluso tener éxito. Pero no va a ser el caso. Lástima.
Carlos Alsina
En el ejercicio diario del periodismo es uno de los mejores comunicadores de España, si no el mejor. De ahí la resistencia de algunos políticos a dejarse entrevistar por él. No se dejan. Lo temen. Como lo teme Sánchez, al que fulminó en el arranque de la única entrevista que durante la legislatura pasada le concedió el todavía presidente en vísperas de las elecciones (junio 2023): "¿Por qué nos ha mentido tanto, presidente?".
A lo largo de su carrera, Carlos ha puesto colorado a más de un político. Es un magnífico entrevistador, implacable en el señalamiento de las contradicciones del entrevistado, al que rompe la cintura con su sonrisa terciada y un hábil manejo de la ironía. Además, tiene una de las voces más cálidas de la radio. Y, por si fuera poco, goza de fama de currante, madrugador, adicto a la hemeroteca, culto, aficionado al teatro radiofónico y las historias de la historia.
Acaba de ser distinguido con el Premio Francisco Cerecedo de Periodismo. Merecido, oportuno, justo y necesario. El acto de la entrega estuvo presidido por los Reyes, con buena parte de la clase política y periodística en el evento. Felipe VI se explayó por enésima vez sobre el papel del periodismo en democracia y la Reina, como periodista, se sintió en su salsa. Se la ve feliz, porque su figura sigue al alza. Así que Alsina me permitirá que le dedique un turno, ahora que la prensa europea elogia las canas que se ha pintado en el pelo.
En la cena del Palace se la vio guapa, aunque a veces su indumentaria me hace sentir un acceso de frío que me recorre el cuerpo de los pies a la cabeza. Me solía pasar con lady Di, que en pleno invierno iba al teatro con escotes bañera y las piernas al aire. Ella también contagiaba el frío. Todo lo contrario de Mette Marit, que va siempre con terciopelos y mangas largas: es la reina más tapadita de Europa.
Bárbara Rey
Bárbara nos tiene comida la moral. Cuando saltó a la a fama, sus piernas eran infinitas y tenían más pulgadas que la tele. En aquella época gustaba a los políticos (y los políticos le gustaban a ella), a los actores franceses, a los directores generales de RTVE, a los terratenientes, a los Borbones, a los toreros y a los huertanos de Murcia.
Los paparazzi echaban horas a la puerta de su casa cuando la visitaba Alain Delon en Madrid. No es para menos. Al lado de su marido, el domador de leones, tan chiquitito y matón, Delon era una auténtica bomba sexual.
Pero el matrimonio de la vedete y el domador de fieras duró lo que dura una función de circo. Disfrazada mitad de reina y mitad de buenorra obvia, los elefantes levantaban la patita a su paso y le hacían una reverencia con la trompa. Hasta que un día, el marido se hartó de ver a la vedete excitando a las fieras y pidió el divorcio.
Lo que vino a continuación fue dramático. El domicilio conyugal se hizo añicos y las criaturas de la pareja no supieron qué partido tomar. Pasado el tiempo, hemos sabido que Ángel, el hijo mayor del matrimonio, interpretó un papel decisivo en las exigencias de desalmados "machirulos" que llegaban en romería.
Ángel no solo era el fotógrafo oficial de Bárbara. También era su masajista y su jefe de escuchas ilegales. Y ahora ha decidido recorrer los platós de televisión con la heredada intención de monetizar sus documentados recuerdos. La mamá se encoge de hombros para no seguirle el juego. Al menos, aparentemente. Menos mal que el domador ya ha volado y que la vedete va sobrada de imaginación y recursos para justificar sus tropelías.
Una vez más, la "totanera" quiere salirse con la suya. Siempre lo hizo. La mentira es un arte.
Henry Kissinger
Quien fuera el poderoso brazo exterior de dos presidentes, Richard Nixon y Gerald Ford, a los que triplicó en talento, ingenio y sabiduría, ha muerto esta semana en Connecticut, cumplidos ya los cien años.
Fue un judío errante, un estratega de maneras inteligentes, político, diplomático y profesor de Harvard. Le gustaban las mujeres y llevaba el Playboy debajo del brazo como si fuera información privilegiada sobre los patios traseros de Estados Unidos.
Henry Kissinger (Fürth, Baviera) nació en Alemania, pero en vísperas de la segunda guerra mundial, cuando el antisionismo de los nazis ya envenenaba al país, aterrizó con su familia en América y desde entonces fue americano. Su paso de ocho años por la Casa Blanca nos dejó la imagen de un político decisivo en la forja del siglo XX, problemático y febril. En su segunda mitad, la de Vietnam, el golpismo latinoamericano, la caída del muro de Berlín, la guerra del Yom Kippur, etc.
Se casó dos veces, pero ha dejado una viuda de 89 años que le sacaba un palmo de altura. Le llamaron el hombre de la guerra fría y en la librería de mi casa reposa para recordarlo un tocho de 960 páginas (Diplomacia) que mi hijo, Antonio, el diplomático, dejó lleno de anotaciones antes de opositar.
[Henry Kissinger, el hombre que modificó el orden mundial y ‘limpió’ el patio trasero de EEUU]
Kissinger tenía abiertas todas las puertas del mundo. Los dignatarios lo recibían siempre: Breznev, Mao, Golda Meir, Van Thieu, Diem, Ho Chi Minh, Pinochet. Su mayor mérito fue conseguir la apertura del mundo amarillo, que hasta el momento había permanecido cerrado a cal y canto.
Paradojas de la vida. En el año 1973 recibió el Premio Nobel de la Paz junto al norvietnamita Le Duc Tho, pero éste declinó la aceptación. Lo mismo tuvo que haber hecho Kissinger, si sus actuaciones más inconfesables (Camboya, Bangladés o Chile, por ejemplo) le hubieran dejado algún rastro de mala conciencia en su memoria cruzada de Maquiavelo y Mefistófeles, como alguien ha escrito acertadamente estos días en los obituarios de esta controvertida figura.