Por tercera vez en pocas semanas El País ha publicado un artículo denigratorio contra nuestro periódico o contra mí, encuadrándonos nada menos que en la "fachosfera" y presentándonos como uno de "esos sitios web disfrazados de medios de comunicación que publican bulos al peso".
Es curioso. Cambia la propiedad, cambian los directivos, cambian las firmas de referencia, pero el ADN vitriólico y prepotente permanece como marca de la casa. Es como si los fantasmas del pasado hubieran anidado en la agrietada sede de Miguel Yuste prestos para apropiarse de los cuerpos de los recién llegados.
Exactamente ese era el argumento central de las campañas de desprestigio contra El Mundo durante las llamadas guerras mediáticas de hace veinte años: aparentaba ser un periódico de calidad, y a veces hasta daba el pego, pero en realidad era un órgano sensacionalista y reaccionario.
La diferencia es que ahora ya no se andan con remilgos, políticos, ideológicos o tan siquiera estilísticos y los amanuenses de El País centran sistemáticamente el tiro en intentar desacreditar los datos de audiencia que, mes tras mes, con la insistencia de la gota malaya, consagran a EL ESPAÑOL como líder absoluto de la prensa.
Es como si el gen de la soberbia les hiciera insoportable que un diario con sólo ocho años de vida les haya superado ampliamente tanto en número de lectores como en audiencia media diaria. Y como si, a partir de ahí, segregaran los espasmos de un tósigo venenoso, destinado a emponzoñar todo propósito de empatía, buena vecindad o educada convivencia.
En esa búsqueda de la confrontación no les duelen prendas en intentar desacreditar al medidor recomendado por el sector, alegando que GfK DAM "huele a pufo" y que "los números auditados por GfK DAM no valdrían un mendrugo".
Algo que resulta entre patético y sarcástico si se tiene en cuenta que El País fue uno de los principales promotores de la sustitución de la medición vigente de ComScore por la de GfK DAM, mediante un concurso convocado por las tres principales asociaciones de anunciantes, agencias de publicidad e investigadores de la comunicación. Si hubiera "pufo", que no lo hay, lo habrían concebido ellos.
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El proceso de sustitución coincidió con el ascenso de EL ESPAÑOL de forma recurrente al podio de ComScore y conllevó una dura campaña de desprestigio contra su sistema híbrido de medición que combinaba la toma directa de datos con el resultado de un panel.
Algo parecido empieza a engendrarse ahora en torno al modelo "single source" o de "panel expandido" con el que GfK DAM ganó ese concurso. Cualquiera diría que el problema es que, coincidiendo con su proceso de maduración, EL ESPAÑOL ha pasado de estar en el podio a ocupar su cima.
Así ha ocurrido ininterrumpidamente durante los últimos nueve meses en los que el crecimiento de EL ESPAÑOL ha ido ampliando el margen de su liderazgo. Fue incluso en un mes con sólo 29 días como febrero en el que conseguimos nuestro mejor registro histórico con 18.812.410 usuarios únicos y -atención a este índice de fidelidad- una audiencia media diaria de 2.712.389 lectores.
En ese mismo periodo, El País sumó 15.813.594 usuarios únicos, o sea, tres millones menos que EL ESPAÑOL; y obtuvo una audiencia media diaria de 2.012.296, o sea, 700.000 menos que EL ESPAÑOL. Si nos fijamos en la implantación territorial de la prensa nacional, EL ESPAÑOL fue líder en 44 provincias y El País en ninguna.
"Ya pueden reírse lo que quieran, porque esos números son ciertos y reflejan fielmente nuestra posición relativa en términos de audiencia"
A mayor abundamiento, ComScore que sigue representando un valioso elemento de comparación, atribuyó ese mismo mes 18,2 millones a EL ESPAÑOL y 16 millones a El País. E incluso podríamos aportar una tercera referencia a través de la OJD-Interactiva, que adjudica a EL ESPAÑOL más de 35 millones de navegadores únicos -con algunos usuarios, lógicamente, duplicados-, si no fuera porque El País no se somete a esa medición.
¿Con qué argumentos cuestiona El País la contundencia de estos números? Con dos sofismas a cuál más pueril. El primero se basa en que ellos tienen muchísimos más seguidores en redes sociales que nosotros y "parece muy lógico que estos números tuvieran alguna relación con las audiencias".
[Editorial: Las cinco claves del histórico liderazgo de EL ESPAÑOL]
Al margen de que esa "lógica" no es tal, pues ver pasar ante tus ojos un tuit o una foto no es leer una noticia, se olvidan de que nada tiene que ver el número de seguidores acumulados como capas freáticas durante décadas con los que actualmente permanezcan activos.
El segundo argumento pretende crear una comparación que parezca absurda: "Si esos números son ciertos, y ahora no se rían, EL ESPAÑOL tiene el 76% de la audiencia de Le Monde… Son números tan locos que Pedro J. Ramírez… estaría dirigiendo, de creernos sus números, uno de los mayores diarios de Europa, por detrás del Guardian, Le Monde, Bild, Financial Times y poco más".
Pues, en efecto, ya pueden reírse lo que quieran los acostumbrados a comulgar con las ruedas de molino del diario gubernamental, porque "esos números son ciertos", fruto de la huella digital, no de la "locura", y reflejan fielmente nuestra posición relativa en términos de audiencia. Cuestión distinta es que aún tengamos que recorrer una parte importante del camino para alcanzar los niveles de excelencia de algunas de esas cabeceras que nos sirven de ejemplo.
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Pero vayamos ahora al fondo del asunto. Si esta polémica no fuera más allá de la constatación de la acritud endémica que parece impregnar la conducta de nuestros colegas, si se tratara simplemente de una competición de egos o de un escaparate de cifras con fines comerciales, yo estaría perdiendo hoy el tiempo y haciéndoselo perder a ustedes.
Lo que ocurre es que, bajo esta superficie antipática de los denuestos y ridiculizaciones, late una peligrosa resistencia a entender y aceptar el saludable cambio de paradigma que se ha producido en el ecosistema informativo gracias al papel nivelador de la tecnología.
Porque hemos pasado de una situación en la que menos medios teníamos más poder a una situación en la que más medios tenemos menos poder. Y aunque el sueño de la razón de esta ampliación del pluralismo también haya producido monstruos, en conjunto los ciudadanos han salido ganando en su capacidad de elegir y de formar su propio menú informativo de manera incluyente.
"Cada lector decide ahora cuántas historias de cada medio incluye en su dieta periodística, y las suscripciones son asequibles como para acumular varias"
Porque es obvio que entre los 18,8 millones de usuarios únicos de EL ESPAÑOL están una gran parte de los 15,8 de El País y a la recíproca. Y que otro tanto puede decirse de los lectores de las demás principales cabeceras.
La distribución de las noticias y opiniones, a través de los dispositivos móviles, los motores de búsqueda y los agregadores como Google Discover ha sustituido la era de la monogamia informativa -pocas personas compraban más de un periódico, "su" periódico, en el quiosco- por la de la abierta concupiscencia. Cada lector decide ahora cuántas historias de cada medio incluye en su dieta periodística, pues incluso los precios de las suscripciones para leer el contenido cerrado son lo suficientemente asequibles como para acumular unas cuantas.
La lógica indica que esta nueva realidad debería producir un tipo de relaciones entre los medios basadas en la colaboración al menos tanto como en la competencia. Como dice siempre la directora de 20 Minutos, Encarna Samitier, lo que más le conviene a quien tiene un bar es que vaya mucha gente a la calle de los bares.
Lo que más nos conviene a los editores de periódicos -sobre todo en esta era de constantes incertidumbres tecnológicas- es que cada vez haya más lectores que confíen en la solvencia de nuestras noticias, percibidas como un ecosistema con múltiples oportunidades de contraste y complemento.
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A pesar de todas las dificultades y tropiezos, los medios, unos cuantos medios, los suficientes, estamos recuperando nuestra capacidad de despliegue informativo, incrementando nuestras redacciones con jóvenes periodistas que van tomando el relevo con los mismos ideales de siempre. EL ESPAÑOL es hoy un medio próspero y viable que ha duplicado prácticamente su plantilla en estos ocho años de vida.
La posibilidad de vivir una nueva edad de oro en la que el periodismo vuelva a ejercer con plenitud su función como mecanismo de control social del poder no es ya una quimera. Pero no será distrayéndonos con el navajeo de la envidia y las zancadillas de poca monta como nos acercaremos a ese objetivo.
[Carta del Director: Por qué EL ESPAÑOL lidera la prensa o el centrismo en tiempos de Sánchez]
El País tiene un presidente y una directora cualificados como pocos. Tiene muchos más suscriptores que EL ESPAÑOL. Tiene muchos más redactores, muchos más ingresos y mucha más deuda. Acaba de pasar incluso, como El Mundo o el "ABC verdadero", por el ritual de despedir a su creador.
El País tiene muchos más años de vida, mucha más implantación internacional y mucho mayor reconocimiento de marca. Pero, que se le va a hacer, será por nuestra transversalidad, por nuestro modelo de desarrollo territorial, o por la diversificación de nuestros contenidos, lo cierto es que, a día de hoy, EL ESPAÑOL tiene más lectores.
Hace tiempo que me siento en paz con todos los que un día no lo estuve y lo último que pretendo es sacar del baúl las pinturas de guerra. Pero, aun atenuadamente, tampoco puedo dejar de remedar el monólogo clásico: "¿Si nos pinchan, no sangramos? ¿Si nos ofendéis, no debemos contestaros? Si nos parecemos en todo lo demás, nos pareceremos también en esto".