Si yo fuera catalán o tuviera la delegación de alguno de mis antepasados de la estirpe de los Codina, Blanch, Batllosera o Comas, votaría hoy por Salvador Illa.

No lo he dicho hasta este último momento para no perjudicarle. No es difícil imaginar a esos medios indepes que siempre rebañan de donde pueden: ¡El director de EL ESPAÑOL pide el voto para Illa!

Yo no pido el voto para nadie porque los lectores tienen ya suficientes elementos de juicio tanto a través de nuestra propia cobertura como de la mucho más intensa de nuestro asociado Crónica Global. Combinadamente somos el medio con más lectores en Cataluña, aunque algunos meses todavía nos supere La Vanguardia.

Yo no pido el voto, pero me gustaría que ganara Illa con la mayor diferencia posible porque sería lo mejor -o, para ser exactos, lo más útil- tanto para Cataluña como para el conjunto de España.

La opa hostil de Salvador Illa.

La opa hostil de Salvador Illa. Javier Muñoz

¿Por qué el PP ha dejado pasar la oportunidad de convertir la oposición a esa amnistía en el gran eje de su campaña, en coherencia con su conducta en el resto de España? Sea galbana o desistimiento parcial, tal vez eso explique que su fuerte tendencia ascendente de la precampaña haya quedado aplanada en las encuestas, hasta el extremo de ver amenazada su cuarta plaza por Vox.

Nada hubiera deseado tanto como que quien estuviera en condiciones no sólo de ganar al separatismo sino de poner punto final al procés fuera el cabeza de lista del PP. O, mejor aún, el de Ciudadanos. Pero no es el caso.

Los naranjas dan sus últimas boqueadas en un ridículo espasmo solitario y el PP, por mucho que progrese respecto al rincón en el que le metió Cayetana, no llega en ningún sondeo al 10% del voto. Igual que en el País Vasco. El día que Feijóo supere esas dos barreras tendrá mayoría absoluta en unas generales.

Hoy por hoy, sólo Illa le puede ganar a Puigdemont y sólo Illa puede impedir la reedición de la mayoría separatista que viene controlando el Parlament desde el inicio del procés.

Además, para votar por Illa no hace falta taparse la nariz. Es un hombre cabal y prudente cuya integridad sigue intacta al cabo de todas las peripecias y salpicaduras del caso Koldo. Nadie puede decir con un mínimo fundamento que favoreciera a ningún familiar o amigo o, menos aún, que se lucrara con un solo euro de los contratos de la pandemia.

En el otro lado de la balanza queda en cambio el recuerdo de su gestión abnegada y serena como ministro de Sanidad en una insospechada situación límite, aunando los esfuerzos de todos, aparcando cualquier prejuicio ideológico, soslayando los agravios entorpecedores, acelerando la compra de vacunas, impulsando su distribución, catalizando el gran esfuerzo colectivo para salir del hoyo.

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Necesitamos políticos así, con visión de conjunto, propósito integrador, ansia de transversalidad e infinita paciencia. Ese es el sentido de su oferta de "reencuentro" a unos separatistas que sólo desean reencontrarse consigo mismos para volver a sumar 68 escaños y poder chantajear otra vez al Estado.

Pero la cordialidad y la contención de Illa no hacen de él ningún ingenuo. Con guante de seda ha ido moviendo su mano de hierro como quien va pescando por control remoto regalos y trofeos en la pecera de una atracción de feria: la apelación al legado de Tarradellas, el paseo con Miquel Roca, los apoyos de los exconsellers de Convergencia Santi Vila y Miquel Samper, el fichaje anticipado del mayor Trapero

No hubiera hecho falta la metedura de pata del BBVA en el timing de su asalto al Sabadell, para que Puigdemont recurriera a la metáfora de la "opa hostil" y acusara a Illa de pretender apropiarse de espacios del independentismo para ejercer luego de "gobernador civil".

Tan cerrado es el universo de Puigdemont que la iniciativa de Carlos Torres no es para él sino un "155 financiero", pese a que el Sabadell tenga su sede en Alicante, un presidente constitucionalista donde los haya y un accionariado dominado por fondos internacionales.

"Por ahora, la principal aportación de la opa hostil del BBVA ha sido la de achicar la campaña catalana también en su recta final"

Pero nadie puede decir que esa reacción no fuera previsible. Para el soberanismo catalán da igual que la disputa gire sobre los archivos de Salamanca, sobre si cruzó o no la línea de gol aquel disparo del Barça en el Bernabéu o sobre si nos quieren quitar el Banco de Sabadell.

Todo tiene su traducción emocional en pos de la descarga de adrenalina que arrastre el voto de los indecisos. De ahí lo incomprensible de que un banco tan bueno como el BBVA haya tomado una decisión tan mal agendada.

El lanzamiento de una ofensiva terrestre en una jornada de máxima movilización de las fuerzas adversarias y sin haber preparado el terreno con la previa artillería de la propaganda, indica que el general en jefe necesita otro Estado Mayor. O mucho mejores doulas que las que le están acompañando en tan heterodoxo pacto.

Teniendo en cuenta el largo recorrido de la opa, tiempo habrá de seguir hablando de ese banco tan raro que desdeña cual sea su "reputación". Por ahora, su principal aportación ha sido la de achicar la campaña catalana también en su recta final.

Entre la pamema del amago de dimisión de Sánchez y las desenfocadas reverberaciones de este movimiento financiero, lo cierto es que apenas si ha habido margen para debatir a fondo la financiación de Cataluña, las causas de la deuda acumulada por la Generalitat, el bajo nivel de ejecución de las inversiones públicas o el mal funcionamiento de Rodalíes.

Y menos aun de revisar el modelo de inmersión lingüística, las consecuencias de la amnistía, la viabilidad del referéndum o el propio futuro de la relación entre Cataluña y el resto de España. Sólo ha cabido un banal intercambio de tópicos, amén de unos cuantos reportajes coloristas sobre el parque temático de Argelés.

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Pero estamos donde estamos y el resultado de esta noche puede abrir a trancas y barrancas una nueva era en el hormiguero catalán o perpetuar el bucle estéril en el que lleva sumido desde que hace casi dos décadas Zapatero alteró el statu quo con "el Estatuto que venga de Cataluña".

Que gane Illa es condición necesaria, pero no suficiente. Lo esencial será quién sume y quién no, tal y como nos enseñó Sánchez el pasado julio.

Los últimos tracking publicados en el Diari d’Andorra y The Adelaide Review, como consecuencia de la vetusta prohibición de la Ley Electoral, detectan un peligroso acercamiento de Puigdemont a Illa y sobre todo la potencial repetición de la mayoría absoluta indepe.

Es verdad que para llegar a esa suma habría que incluir los 3 ó 4 escaños que se le adjudican al partido ultra de Silvia Orriols. Pero si Sánchez transformó en el abracadabra de una noche electoral a Junts y el PNV en fuerzas "progresistas", a la hora de la verdad Puigdemont no tendría ningún problema en aceptar los votos de esos patriotas algo escorados hacia la xenofobia.

¡Y ay de Esquerra o de la CUP si no se prestaran al mismo juego! Pueden soportar que les llamen izquierdistas de salón e incluso burgueses vendidos al capital, pero no botiflers compinchados con España.

"La única garantía de no tener que revivir la pesadilla de 2017 y la reinstalación de Puigdemont es que Illa gane por 8 o 10 escaños de margen"

La única garantía de no tener que revivir la pesadilla de 2017 mediante la "reinstalación" de Puigdemont es que Illa gane por ocho o diez escaños de margen, sin que se hundan del todo los Comunes.

Es cierto que eso proporcionaría una noche triunfal a Pedro Sánchez, pero yo no me alegraría menos del éxito constitucionalista por tener que asumir, de momento, ese importante efecto colateral.

Comprendo que haya ciudadanos tan indignados y hartos de las trampas políticas del presidente que antepongan a cualquier otro deseo el ansia de asistir a su humillación pública. Algo que desde luego sucedería si Puigdemont volviera en loor presidencial y con la espada desenvainada a lomos de la amnistía con la que Sánchez le ha pagado su investidura.

[La utopía catalana de Sánchez: un tripartito con ERC y Junts presidido por Illa para seguir en Moncloa]

No haría falta "máquina" alguna para que en ese supuesto Sánchez fuera arrastrado por el fango. La catástrofe electoral sería suficiente. Pero no será desde luego ni con mi firma ni en este periódico donde se promueva esa búsqueda del cuanto peor, mejor para disfrutar del castigo a Sánchez.

Es verdad que el fracaso del plan Illa, unido a una contundente derrota en las europeas aceleraría de forma inexorable el final de su ciclo en el poder. Pero la patada al presidente nos la habrían dado los separatistas en el trasero de todos los defensores de la España constitucional.

Prefiero que esta noche gane Illa y Sánchez vuelva a ser reina por un día, por una semana o por unos meses, a que gane Puigdemont y un futuro gobierno del PP herede una situación mucho más envenenada que la del 17, si tenemos además en cuenta el resultado del País Vasco.

Es imposible que las urnas castiguen el mismo día a Sánchez y a Puigdemont. Tendrán que hacerlo de forma separada. Mal que nos pese, el paladín mejor situado del constitucionalismo viste, por el momento, los mismos colores que Sánchez.

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"Por el momento". Utilizo por segunda vez esta expresión coyuntural y transitiva, no porque piense que Illa vaya a hacerse de otro partido o tenga en la cabeza abjurar del presidente, sino porque cuanto más amplio sea su triunfo, mayores serán también las posibilidades de que sus intereses y obligaciones se bifurquen.

El propio Puigdemont se lo explicó el otro día en Estrasburgo a nuestro subdirector Alberto D. Prieto: la única posibilidad de que Sánchez siga en el Palacio de la Moncloa es que Illa no entre en el Palau de la Generalitat.

¿Cuál sería la traducción de este pronóstico, a la vista de su compromiso de abandonar la "política activa" si no logra ser restablecido en el cargo del que le despojó el artículo 155? No cabe otra sino la de que Puigdemont moriría matando, o lo que es lo mismo, dejando a Sánchez en minoría en el Congreso.

El domingo pasado, Vicent Partal, director del decano de la prensa indepe VilaWeb planteaba un interesante silogismo para el caso de que Illa gane las elecciones con Puigdemont en segundo lugar y sin que exista mayoría absoluta ni del bloque separatista ni del constitucional, descartando a Vox.

La primera de sus dos premisas era incontestable: "El PSOE está ligado por su propio comportamiento a que quien gana las elecciones no tiene necesariamente que gobernar".

La segunda también parecía convincente: "El interés prioritario del PSOE no es apoyar a su sucursal en Barcelona sino mantenerse en Madrid".

"Así como el PSC lleva consiguiendo que el PSOE haga lo que le conviene desde 2000, el PSOE no siempre ha conseguido que el PSC hiciera lo que le convenía"

El corolario se bifurcaba luego entre una impactante abstención de Illa para dejar gobernar a Puigdemont en coalición con Esquerra o una más verosímil repetición electoral que mantendría al líder de Junts en liza y con igualdad de oportunidades tras ser amnistiado.

Pero Partal y tantos otros analistas se olvidan estos días de un pequeño matiz: así como el PSC forma parte del PSOE, el PSOE no forma parte del PSC. O para ser todavía más explícitos: así como el PSC lleva consiguiendo que el PSOE haga lo que le conviene, al menos desde que en el 2000 fue decisivo en la victoria de Zapatero por seis votos sobre Bono, el PSOE no siempre ha conseguido que el PSC hiciera lo que le convenía.

He aquí un antecedente, a través de cinco titulares que yo mismo redacté en la primera quincena de noviembre de 2006.

Lunes día 2: "Mas le saca once escaños a Montilla y Cs entra en el Parlament".

Martes día 3: "El PSC acelera para que el PSOE no le obligue a pactar con CiU".

Viernes día 6: "Montilla consigue su tripartito al nombrar a Carod vicepresidente".

Domingo día 8: "Mi gobierno no estará sometido a tutelas de partido ni a injerencias externas", dice Montilla 'a espaldas de Zapatero'".

Lunes día 9: "Montilla admite que mantiene 'puntos de vista diferentes' con Zapatero sobre el nuevo tripartito".

Han pasado dieciocho años y las circunstancias son muy diferentes. Pero, contradiciendo a la fonética, Illa es mucho más que Montilla. Veremos quién y cómo lleva puesta su camiseta tras la aurora boreal que esta noche nos aguarda.