Salvador Illa y Pedro Sánchez coinciden en hablar de la apertura de una nueva etapa. Les tomamos la palabra al tiempo que elevamos una ceja escéptica a medio camino entre dos "carlos". Sobera y Ancelotti.
Ya está generalmente asumido: el gobierno catalán con más posibilidades de alumbramiento es el que presidan los socialistas con el apoyo de Esquerra y los Comunes.
Para ser una nueva etapa, se parece bastante a una vieja: la experiencia conocida entre 2003 y 2010, con la marca catalana de Yolanda Díaz haciendo las veces de Iniciativa (si en el Estado la izquierda del PSOE acaba siendo siempre el PCE con otros nombres, en Cataluña pasa lo mismo con el PSUC).
También nos dicen que el nuevo viejo tripartito dejaría en posición desairada a Carles Puigdemont, que ya se veía volviendo a España a los sones de Jesucristo Superstar.
Sepa Dios que nos deparan estos días. Pero la sensación, así a priori, es que esta película también la hemos visto. No subestimemos a Pedro Sánchez, en tantas facetas una versión no corregida pero ciertamente sí muy aumentada de José Luis Rodríguez Zapatero.
Recuerden cómo el expresidente cultivó con Artur Mas una relación de privilegio, habanos en la Moncloa incluidos, inédita entre un jefe del Gobierno y un portavoz de la oposición en un parlamento autonómico.
De pasar a la oposición habla precisamente Pere Aragonès. Vamos a dejarlo también en "ya veremos". Entren con consejerías o se limiten a un apoyo externo, va a resultarnos difícil vislumbrar una nueva etapa con los antiguos gobernantes y coprotagonistas del procés en posición de exigir al ejecutivo regional.
Hoy andan mohínos por los efectos del descalabro. Mañana pueden estar pletóricos tras asumir que, en el fondo, siguen teniendo la sartén por el mango. Citamos a Lampedusa por encima de nuestras posibilidades.
Escribimos en abril.
La suma de PSC, PP, Vox y los Comunes permitiría la formación de un gobierno catalán sin el concurso de ninguna formación independentista. Si España fuera un país mínimamente funcional en lo político, la opción se estaría, por lo menos, valorando.
En su lugar, el anatema.
Que ese escenario siga siendo tabú pese a haberse materializado nos ofrece un buen reflejo de lo que somos. El gobierno "independentismo free" sí supondría una nueva etapa. No sería, por supuesto, un gabinete ideológico. Una cosa es la ingenuidad y otra imaginar a Garriga y Albiach compartiendo cosmovisión.
Pero hay algo en el mensaje lanzado ayer por los catalanes que invita a pensar en un verdadero punto y aparte. Un ejecutivo funcional, técnico si prefieren, capaz de fumigar una década larga de delirio y poner el contador a cero.
Con gusto nos comeremos nuestras palabras. Pero lo que nos tememos que se abrirá ante nuestros ojos es un panorama que no admitirá más argumento de autoridad que el de Bugs Bunny:
"¿Qué hay de nuevo, viejo?".