No me extraña que con cada campaña electoral disminuya la confianza de los ciudadanos no en la democracia sino en sus reglas y actores. Si se cumplen las predicciones, entre quienes nos representarán en Bruselas estarán la responsable de la ley que sigue fomentando la reducción de penas a los peores violadores y un individuo cuyo mayor mérito es la contumacia en la difusión extravagante de mentiras e insultos en las redes sociales.

Y eso después de la campaña del fango. O si se quiere, de la campaña del caso Begoña.

Gran parte de lo que viene sucediendo en la política española es bochornoso, pero lo de esta semana ha traspasado todos los límites. No puede ser que la cuarta economía de la UE quede enzarzada en la recta final hacia las urnas en una bronca sin matices sobre las actividades de la esposa del presidente en esa zona gris que superpone el activismo social y los negocios.

Elecciones europeas bajo la sombra de Putin y Xi.

Elecciones europeas bajo la sombra de Putin y Xi. Javier Muñoz

El PP ha exagerado, poco menos que dictando sentencia de culpabilidad y pidiendo la dimisión del presidente, antes incluso de que Begoña Gómez haya declarado ante el juez. Pero el pandemónium que vienen montando Sánchez y los suyos, por el mero hecho de que su mujer esté recibiendo el mismo trato de la Justicia que cualquier otro ciudadano implicado en manejos sospechosos, es propio del más burdo de los populismos.

¿Por qué esa izquierda que se ha rasgado las vestiduras por la supuesta interferencia del juez Peinado en la campaña ha guardado militante silencio ante la resolución del Constitucional impidiendo ejercer el voto telemático a Puig y Puigdemont de cara a la decisiva constitución de la Mesa del Parlament?

Sólo los tribunales podrán decirnos si la imprudencia o la osadía de Begoña Gómez mandando cartas de recomendación, pidiendo favores a empresas reguladas por el Gobierno de su marido y trasvasando a su propia compañía el software pagado por la Complutense tienen carácter delictivo. Lo que no parece esta secuencia es una pauta de conducta ética.

Por ahora no estamos ante un asunto de corrupción a gran escala -como sí lo es el caso Koldo/Ábalos- porque nadie ha detectado lucro directo por parte de Begoña ni amaño en los contratos otorgados a su amigo Barrabés. Pero lo publicado en este y otros medios no es un "gran bulo" ni "todo mentira", como ha escrito Sánchez en su segunda epístola.

Los hechos están ahí. Su rastro es fehaciente: la firma de Begoña en las "manifestaciones de interés", las peticiones de Begoña a Telefónica o Indra, atendidas mediante donaciones en especie, o la marca registrada por Begoña engullendo los contenidos financiados por la Complutense o sus patrocinadores.

Todo eso, sumado a los piropos públicos del propio Sánchez a Barrabés, seguirá requiriendo explicaciones, tanto por parte del presidente como de su esposa, digan lo que digan hoy las urnas. Y quienes enfangan la vida pública no son quienes las exigen sino quienes para eludirlas arremeten contra los mensajeros, los denunciantes y los puñeteros jueces.

En una democracia hasta el peor de los porqueros tiene derecho a impulsar la búsqueda de la verdad, aunque ensombrezca la máscara de oro del rey-dios Agamenón.

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Desde que Sánchez emprendió tras las andaluzas de hace dos años el camino de la hiperpolarización y el PP le ha secundado espoleado por Vox, la sustancia del debate se ha ido adelgazando como las huellas de las gaviotas en las playas.

Pretender que cuando Feijóo dice "no hago política ficción" está abriendo la puerta a una inverosímil moción de censura con Abascal y Puigdemont es tomar a los electores por idiotas. Y otro tanto cabe pensar de quien exige la dimisión del presidente por el hecho de que su mujer haya sido citada a declarar como investigada. Ya está bien de atajos demagógicos.

Por fortuna el resultado de esta noche en España alterará muy poco la política europea porque lo paradójico es que el PP y el PSOE, que aquí tanto se agreden, seguirán votando casi siempre juntos en Bruselas, sustentando a la Comisión que continuará presidiendo la señora Von der Leyen.

Es probable que el peso de la ultraderecha crezca, pero eso no significa, ni de lejos, que "el fascismo sea la principal amenaza para Europa", como ha dicho la candidata de Sumar, Estrella Fugaz, perdón, Estrella Galán, siguiendo la pauta marcada por Sánchez.

"El caso de Meloni demuestra que una parte de los etiquetados como 'fascistas' están dispuestos a sumarse a los grandes consensos europeos"

De sobra saben los lectores lo que pienso de Vox, Abascal y el tal Buxadé, pero ni ellos ni la mayor parte de sus aliados europeos son "fascistas” en el sentido histórico del término, aunque desde luego compartan la "actitud autoritaria y antidemocrática" que por extensión le atribuye la RAE. Y la experiencia del gobierno de Meloni demuestra que, al menos una parte de los así etiquetados, están dispuestos a sumarse a los grandes consensos europeos en materia de política exterior y defensa.

Ucrania es la verdadera línea divisoria ante la que tendrán que retratarse también Le Pen, Orban y Alternativa por Alemania: quien esté contra Putin será un apéndice de la mayoría conservadora-liberal-socialdemócrata y quien le haga el juego, abierta o subrepticiamente, se erigirá en enemigo de los valores europeos.

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No puedo negar que escribo influido por cuanto he escuchado y vivido el pasado fin de semana en las 18 sesiones que el Club de Bilderberg ha celebrado en Madrid. Puesto que la lista de asistentes se ha hecho pública, admitiré que ha sido un privilegio compartir esa experiencia con políticos y estadistas como Stoltenberg, Charles Michel, Mark Rutte, Kaja Kallas, Edouard Philippe, Kuleba, Alexander Stubbs, Mario Monti, Durao Barroso, el general Petraeus, el Comandante en Jefe de las Fuerzas Aliadas en Europa, el rey de Holanda y una veintena de ministros, comisarios europeos, altos cargos de la administración Biden y algún asesor de Trump. Por no hablar de los titanes empresariales convocados por Ana Botín y los restantes miembros del comité organizador.

A menos que estando allí no me enterara de nada, doy fe de que el Club de Bilderberg no es ese "gobierno mundial en la sombra", engarzado desde hace décadas en las teorías de la conspiración. Durante tres días se debatió mucho, pero no se acordó nada.

No fueron reuniones secretas -los temas de discusión también fueron difundidos por la organización- pero sí discretas, bajo la regla de Chatham House que, al impedir publicar quién dijo qué, favorece la franqueza y espontaneidad.

De lo hablado no queda una estela de titulares polémicos, pero sí el sedimento de un diagnóstico profundo, trenzado de graves preocupaciones y una común determinación de impedir que los totalitarismos nos ganen la partida a las democracias liberales.

La reunión de Madrid suponía el cónclave número 70 desde la creación del Club de Bilderberg, impulsado por la corona holandesa para potenciar las relaciones transatlánticas durante la Guerra Fría.

"En el 80 aniversario de Normandía, se acentúa el paralelismo entre lo que estuvo en juego en la IIGM y la amenaza hoy de la invasión de Ucrania"

Su práctica coincidencia con la celebración del 80 aniversario del desembarco de Normandía, acentuaba el paralelismo entre lo que estuvo en juego en la Segunda Guerra Mundial y la amenaza que se cierne hoy sobre nosotros tras la invasión de Ucrania.

Quienes gobiernan democracias fronterizas con Rusia coinciden con miembros de think tanks y agencias especializadas en el área en que Putin está librando en Ucrania la última guerra colonial de un Imperio que trata de romper las ataduras que lo constriñen, igual que ocurrió con la Alemania nazi. Que ningún alma cándida, ni siquiera Zapatero, vuelva a tropezar pues en la piedra del apaciguamiento.

La invasión de Ucrania tiene el apoyo de la gran mayoría de la población rusa, en la medida en que Putin está tocando las teclas emocionales que evocan la expansión hacia el sur del imperio de Catalina la Grande. De hecho, gran parte de los argumentos históricos esgrimidos por el actual amo del Kremlin coinciden milimétricamente con los que se desgranan En la corte de la Zarina, la novela recién publicada por Cruz Sánchez de Lara sobre la desconocida peripecia del español que fundó Odesa a las órdenes de Potemkin.

¿Cuánto puede durar la guerra de Ucrania? Desde luego años, tal vez una década. La invasión es ya para los rusos un hito histórico. Sólo se revertirá cuando quien mande en Rusia -sea o no sea Putin- se de cuenta de que no puede ganar.

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Si hoy por hoy estamos lejos de esa situación se debe a que el Kremlin ha reorientado su economía a la fabricación de armamento y puede disponer de ingentes cantidades de reclutas como carne de cañón, sin que en una población de 145 millones tenga apenas efecto.

Por contra, los 38 millones de ucranianos dependen de la ayuda militar europea y, sobre todo, de la al fin desbloqueada por el Congreso en Washington. Mientras eso no incluya también soldados –"botas sobre el terreno"-, como está planteando Macron, Zelenski tendrá que seguir contando cada baja como una merma irreparable.

Además, hay otro elemento decisivo que apuntala el proyecto de Putin y es el respaldo de alguien de su misma edad -se llevan seis meses- y sus mismos instintos primitivos como Xi Jingping. El tan ambicioso como rudo emperador de Beijing no ha ocultado que quiere contribuir al "rejuvenecimiento de la raza china", dentro de un nuevo orden mundial que derroque la primacía de Estados Unidos y las demás democracias liberales. He aquí al viejo vampiro que busca el vigor a costa de la sangre ajena.

Aunque entre ambos haya diferencias, Putin ha aceptado ya servir de "segundo violín" en la melodía estratégica de Xi. Es verdad que la economía china da síntomas de agotamiento -como la rusa- pero sus avances tecnológicos, su papel crítico en cadenas de suministro que van desde los antibióticos a la industria del automóvil y su penetración en ese Sur Global que se mantiene distante más que neutral en el pulso sobre Ucrania, colocan a Xi en una peligrosa posición de fuerza.

"Lo que se percibe geoestratégicamente es que Ucrania, Gaza y Taiwan son tres escenarios de una misma pugna por la dominación mundial"

De hecho, lo que se percibe geoestratégicamente, a vista de águila, es que Ucrania, Gaza y Taiwan son tres escenarios de una misma pugna por la dominación mundial y que Xi es "el Padrino" que mueve los hilos detrás del telón. Su gran objetivo es debilitar a los Estados Unidos, distanciando a Washington de la Unión Europea.

Mientras Rusia nos desestabiliza mediante la desinformación, el sabotaje y el fomento de los extremismos, China va penetrando de manera silenciosa en nuestro tejido económico vital, sorbiendo poco a poco nuestra sangre.

La reacción brutal de Netanyahu a una agresión cuya superior brutalidad parece olvidarse -lo ocurrido en Israel el 7 de octubre equivale a que 42.000 norteamericanos hubieran sido torturados, violados, quemados y sádicamente asesinados en un día- contribuye objetivamente a ese debilitamiento de las democracias.

Y todavía puede tener peores consecuencias la vuelta de Trump a la Casa Blanca.

¿Es eso inevitable? No, pero sí altamente probable. Como vamos viendo, su condena por comprar el silencio de la actriz porno Stormy Daniels está movilizando a sus seguidores de igual manera que, salvando todas las distancias, el PSOE ha pretendido hacer con los suyos tras la citación de Begoña Gómez. Ambas decisiones, cada una en su escala, son presentadas como la prueba de que la justicia es parte de una conspiración política contra el esforzado paladín del pueblo llano.

Sólo una porción de los indecisos podría concluir, a la hora de la verdad, que no está dispuesto a votar por un delincuente convicto. Pero la fragilidad de Biden como alternativa y, sobre todo, la sensación de abandono de la América profunda ante unos cambios tecnológicos que le perjudican y un nuevo estilo de vida que le desborda, apuntalan a Trump en los Estados decisivos.

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Esos pesimistas que nunca van a sentirse decepcionados si lo peor ocurre, ven acercarse ya la tragedia perfecta. En el primer acto, Trump vuelve al poder, se distancia de la OTAN e incluye a la UE en la subida de aranceles destinada a detener la penetración comercial china.

En el segundo acto, la UE se muestra incapaz de elevar su gasto militar para sostener a Zelenski por si sola y propicia una negociación con reminiscencias de la de Munich en la que se obliga a Ucrania a ceder Crimea y el Dombás, a cambio de que Putin renuncie al resto. Es en ese momento en el que la UE se arroja en brazos de China como presunto bróker de la contención rusa.

En el tercer acto, Putin incumple sus compromisos y exige nuevas concesiones en Europa del Este, mientras Xi invade Taiwan tras haber comprobado la incapacidad de luchar hasta el final de Occidente.

Cuando cae el telón no sabemos si estamos asistiendo al estallido de la Tercera Guerra Mundial o al simple final del orden democrático conocido.

"Gran parte del futuro de la humanidad y del futuro de la democracia depende de la Europa que salga de estas elecciones"

Pero frente a este relato hay otro que emana del optimismo racionalista. Por un lado, Trump puede perder porque, aunque su suelo electoral es inquietantemente alto, su techo es alentadoramente bajo. La buena marcha de la economía favorece además a Biden.

Item más: aunque Trump gane, tendrá que aterrizar en la realidad de la correlación de fuerzas en el mundo. Si no rompió con la OTAN en su primer mandato, tampoco lo haría en su segundo. Cuando la gran prioridad es que su "América First" continúe siendo un superpoder, lo último que le convendría sería empujar a sus actuales aliados hacia una entente con China.

Una gran parte del futuro de la humanidad y especialmente del futuro de la democracia depende en cualquier caso de la Europa que salga de estas elecciones. Los pesimistas ven en la actitud de Bruselas hacia China una mezcla de ignorancia, ingenuidad y codicia: por eso Von der Leyen habla de reducir los riesgos ("derisking"), pero no de atajarlos ("decoupling").

Los optimistas subrayan en cambio que nunca ha estado Europa tan unida como tras la pandemia y la invasión de Ucrania. Apuestan por la autonomía estratégica, pero en coordinación con la OTAN, y por un nuevo impulso al libre comercio dentro del espacio atlántico.

Unos y otros coinciden en que en la era de la inteligencia artificial no podemos permitir que se nos coma el cocodrilo. Pero nadie que observe los efectos de esta frenectomía colectiva que ha convertido las redes sociales en un vomitorio de falacias, exageraciones e insultos puede descartar que en realidad el cocodrilo seamos nosotros.