Si Verano Azul ha pasado a la historia es porque reflejó perfectamente una época, no azul, sino dorada. Aquella en la que salías con tus padres en el coche, ventanillas bajadas y vaca cargada, rumbo al pueblo donde todo sucedería aquel verano. Nosotros nos íbamos a Vinaroz, en Castellón, en un simca 1.200 donde sonaba supertramp, mocedades y un terrible surtido de rancheras. Qué le vamos a hacer, eléctricos y eclécticos.
Al llegar a la meta, con varias paradas de avituallamiento, algunas vomitonas en el arcén y el pelo sudado en el cogote, empezaban las vacaciones. Pero no para todos. Mi madre seguía ejerciendo de madre, o sea: cocinando, haciendo camas, lavando, fregando, comprando, limpiando y tendiendo toallas. El resto, veraneaba. Ella mudaba de escenario. ¿No es eso lo que siguen haciendo muchas madres en verano? Qué parte del cuento ha cambiado. Se hacen invisibles porque hacen que todo ruede sin problemas. Y, a fuerza de hacerlo todo, y hacerlo bien, no nos damos cuenta de que la protagonista sigue temporada tras temporada haciendo el mismo papel.
-Me gustaría ir a un hotel –dijo un día mi madre.
-¿Por qué? –respondió ÉL.
-Para que esto parezcan vacaciones –respondió.
Juro en este folio que es cierto el diálogo. Y lo que sucedió después lo guardo para alguna novela con nombres italianos que siempre funciona. Porque aquel piso de la Torre San Sebastián era un ir y venir de parientes con arena en los pies y maletas en el largo pasillo. Mi padre dormía la siesta por la mañana y por la tarde, yo hacía deberes Santillana y el mar ponía la banda sonora a un verano que se hacía a veces eterno. ¿No era así? Más o menos, la memoria es muy caprichosa y lo pinta todo del color que le da la gana.
El paseo por la tarde, el helado, las terrazas, las fotos que se revelaban en sepia, los amigos, las bicicletas, los hombros quemados, la crema Nivea y los cómics de Mickey ponían guión al veraneo. Porque nadie iba de vacaciones, eso es muy moderno, ni se elegían destinos por catálogo. Se veraneaba. Y veranear era dejar pasar la vida en otro lugar. Descubrías nuevos rincones, te hacías mayor y sólo los chubascos, tormentas de verano, te anunciaban periódicamente que aquello tendría fin.
Hoy escuché en la playa cómo un padre de familia –expresión de NODO- mandaba a la madre al apartamento a hacer la comida mientras ellos aprovechaban el baño. Y lo hacía con una sonrisa. La misma que ella convertía en mueca de camino al piso con su bolso de paja. Me quedé mirándoles como si el DeLorean de Regreso al Futuro hubiera vuelto a aquel apartamento de Vinaroz en el que ELLAS recogían la playa y ELLOS se tomaban una cerveza hasta la hora de la comida. Me pareció ver la vida en color sepia otra vez. Muy sepia.