La torpeza del PP con el ‘caso Soria’ es tan llamativa, tan incomprensible, que hay que tomarla como un gran síntoma. Me he acordado de algo que dice Nietzsche en El crepúsculo de los ídolos: no es que un partido se debilite por cometer ese tipo de errores, sino que por ser débil comete ese tipo de errores. Solo a un partido que no está en sus cabales se le ocurre sabotearse como lo hizo el PP, nada más acabar un debate de investidura del que, pese a no ganar la votación, había salido bien parado. Ha sido un bucle estrictamente onanista, en el que el PP se ha comportado como el Partido Palomo: “yo me lo guiso, yo me lo como”. El marrón producido por él mismo.
Más que en el instinto suicida, creo que la clave está en el autoconsentimiento. Algo que también practica el PSOE, que sigue su propia senda de errores, paralela a la del PP. Conforme se prolonga el bloqueo político, cunde la evidencia de que nuestros dos grandes partidos no han aprendido nada. La crisis del bipartidismo se debió a ellos, a sus incompetencias, abusos e irresponsabilidades; y a lo que más pinta tiene todo es a que están esperando a que pase el chaparrón para que vuelva a afianzarse el bipartidismo. Y con los dos partidos no mejorados, sino vacunados: más firmes en su impunidad. Hipótesis: esta crisis del bipartidismo es una crisis de crecimiento, de la que saldremos con un bipartidismo más berroqueño que antes; con sus vicios blindados.
Lo que desalienta en Mariano Rajoy y Pedro Sánchez (en los dos, pero más en el segundo, en la medida en que es justo el segundo) es la autoestima que exhiben: una autoestima que contrasta con la poca estima que les tiene el electorado. Se creen bienes, cuando son percibidos como males. A lo máximo a que puede aspirar cada uno es a ser aceptado (consentido) como un mal menor con respecto al otro. Se podrían manejar plausiblemente con eso, a partir del reconocimiento de que “eso es lo que hay”; pero para ello deberían ajustar sus escenificaciones a la cura de humildad y la bajada de humos que tal reconocimiento conllevaría.
Pero hacen lo contrario: se muestran más orgullosos y envalentonados que nunca, y con los humos muy subiditos. Supongo que tiene que ver con el hecho de que de aquí se van a la nada. El empujoncito que les falta para esa nada, desde la poca cosa que son, es lo que explica su aferramiento. Más, insisto, en Sánchez, que ni siquiera ha matado el gusanillo de ser presidente.
Lo que está claro es que ellos (con sus partidos) están por ellos y nada más (ni siquiera por sus partidos). Asistimos al empeño de dos señores en quedarse por motivos suyos biográficos. Solo serían bienes de verdad si se fueran.