Como un Zeus tonante, Felipe González ha salido de su modorra olímpica, ha agarrado sus rayos y se los ha roto en la cabeza a Pedro Sánchez como si fuesen jarrones chinos. Todo está en la mitología. Cuando el héroe se sale del tiesto, por medio de la desmesura o hybris, provoca la cólera de los dioses (lo ha señalado en EL ESPAÑOL Ferrer Molina). La peculiaridad de Sánchez es que no era héroe ni nada: solo por su empecinamiento final hemos sabido que había alguien donde parecía no haber nadie. Su caso es una tragedia pura: terrible final sin que le hubiésemos dado relevancia a lo anterior...
Pero la tragedia es más gruesa –incluso más grosera– aún, por cuanto que Sánchez es un consumado producto del partido que dejó González. El partido que dio a un Zapatero y que ahora se encuentra en la tétrica situación de que si no es Sánchez será Susana Díaz, y en mitad de un duelo a garrotazos. No hay que descartar que el del expresidente sea el cabreo del creador insatisfecho con su obra. El PSOE que ha estallado es el PSOE de González sin el mando (ni los triunfos) de alguien como González; y con todos sus vicios en liza y casi ninguna de sus virtudes.
El dóberman estratégico y de emergencia que sacó González hace veinte años se quedó en las jaulas del partido, hasta convertirse en la mascota peligrosa de la militancia, que la ha interiorizado de un modo feroz. Este dóberman (en realidad rottweiler, como recuerda siempre Aurora Nacarino) estaba diseñado para devorar a “la derecha”; pero, ya puestos, tampoco le hace ascos al plutócrata que es hoy González.
El expresidente es una figura trágica también. Sigue hablando desde una autoridad que en algún momento perdió, y él no lo sabe. Los que hemos asistido a su trayectoria desde la época de la pana, podemos tener una imagen completa, con sus luces y sombras equilibradas; hoy con más luces, pasado el tiempo. Pero para los jóvenes me temo que es solo el panzón del yate (un pancista literal), el amigo de Slim, un hombre del establishment. Alguien que, aunque se diga socialista, pertenece al coco que él mismo alentó: “la derecha”.
La lástima es la simplificación resultante: cómo el público ya solo hace lecturas lineales. El juego de González era más complejo: jugaba arriesgadamente al populismo, pero en último término el control lo tenía un hombre de Estado, y esto se terminaba transmitiendo también. Sabía ejercer el poder y sabía dónde pararse. Tiendo una talla muy superior a la de Sánchez, nunca pecó de hybris como Sánchez. Ha sido en estos días, precisamente, cuando más cerca ha estado. Su estallido en plan Zeus ha tenido algo de puñalada de Brutus. Otro síntoma de la deriva general.