El término “Sanchezstein” ha hecho fortuna en las últimas semanas. Acuñado antes de la noche de los cuchillos largos de Ferraz, el chiste hacía referencia a dos aspectos del liderazgo de Pedro Sánchez: su presunto infantilismo político, que recordaría a un programa infantil de los años 70 (El monstruo de Sanchezstein), y su pretensión de zurcir un gobierno de partes disonantes, con Podemos y Ciudadanos o con Podemos y los independentistas.
En ambos casos, la alusión a Frankenstein se centraba en la imagen popular de aquel mito: el monstruo aparatoso y bobalicón ensamblado con partes provenientes de varios cuerpos distintos. Pero la novela original de Mary Shelley ofrece una lectura mucho más aplicable a la situación actual del Partido Socialista.
El problema central de la novela de Shelley es la responsabilidad del creador hacia sus criaturas. En una metáfora de la queja romántica contra el Dios cristiano, Victor Frankenstein da vida a un monstruo y luego, horrorizado ante su fealdad, lo repudia. El monstruo, dolido y desamparado, decide vengarse de su creador. Tras asesinar al hermano menor de Frankenstein, el monstruo aparece ante él para reprocharle que: “Decís que queréis matarme… Cumplid antes los deberes que tenéis conmigo… Recordad que soy vuestra criatura. Debiera ser vuestro Adán y, sin embargo, me tratáis como al ángel caído… ¡Creedme, Frankenstein, soy bueno; mi espíritu está lleno de humanidad y amor, pero estoy solo, horriblemente solo! ¡Incluso vos, que me creasteis, me odiáis!”.
Así pues, la comparación con el monstruo de Frankenstein se ajusta mucho mejor a Sánchez tras su defenestración como secretario general que antes de la misma. Porque Sánchez es una creación del PSOE, de todas sus filias y sus fobias, de la contradictoria cultura que aquel partido ha ido inculcando en su militancia y en su electorado a lo largo de los últimos treinta años. Si las incoherencias del PSOE ante la cuestión nacional o ante su función en el sistema fueron más visibles durante el mandato de Sánchez que antes, sólo es debido a la tensión provocada por el bloqueo político y por el nuevo multipartidismo.
Como sucede con el monstruo de Shelley, cualquier sensación de agravio que pueda sentir Sánchez es absolutamente legítima. Fueron otros -Zapatero, Rubalcaba, la sombra envenenada de Felipe- quienes dieron al PSOE un rostro repulsivo ante gran parte del electorado. Fueron otros quienes le otorgaron una forma incongruente, haciendo inaceptable tanto un pacto con el PP como un pacto con los independentistas. Si hemos de creer a las malas lenguas, incluso fue Susana Díaz quien aportó el cerebro del nuevo ser, facilitando la elección de Sánchez para frenar a Madina. Y sin embargo, estos Frankensteins repudian a su criatura, descargando sobre ella todas sus culpas.
Como en la novela, en fin, la única opción de Sánchez ante semejante trato será la venganza. Quizá se yerga sobre su escaño para perforar la abstención a Rajoy con un “no”; o quizá se presente de nuevo a secretario general cuando lleguen las primarias. Quizá, sencillamente, ocupe un lugar espectral en el recuerdo de la militancia, lastrando aún más los resultados electorales del partido.
En todo caso, las cosas no acaban bien para Victor Frankenstein. En un espectacular error de cálculo, había repudiado a una criatura más fuerte que él.