Al teclear El pianista, Google remite a la película de Roman Polanski, esa conmovedora adaptación de las memorias del músico polaco de origen judío Wladyslaw Szpilman.
Wladek, como le conocían sus amigos, sobrevivió –aún más milagrosa que asombrosamente- a la Segunda Guerra Mundial y, en particular, al Holocausto; y lo hizo, en parte, gracias a la música.
En los dos extremos del espanto nazi se encontraba el Nocturno en do sostenido menor de Chopin, que era lo que tocaba el 23 de septiembre cuando estallaban numerosas bombas junto a la Radio Polaca de Varsovia, donde él se encontraba; los alemanes invadían Polonia y truncaban la vida de los polacos; con la invasión del día 1 se marcaba el inicio de una de las más sangrientas décadas que ha conocido la Humanidad.
Como los que han visto el filme de Polanski saben, el músico también interpretó esa pieza para Wilm Hosenfeld, el oficial alemán que lo descubrió mientras aún vivía como un Robison Crusoe en las ruinas de la capital polaca.
Pero el desvencijado piano al que lo condujo el militar germano estaba muy desafinado, y Wladek tuvo que esperar al final de la guerra para volver a tocar el Nocturno correctamente; y eso fue, exactamente, lo que hizo en sus primeros instantes como Director Musical de la Radio Polaca en 1945: concluir el recital interrumpido por la barbarie y la ambición que cegaban a los líderes alemanes en 1939. Con la recuperación de las obras de Chopin en la radio el pianista manifestaba su deseo de proseguir, del modo que pudiera, con su vida.
A Szpilman le salvó la música -aunque fuera parcialmente- del horror. Porque este nunca lo abandonó del todo, ya que convivió el resto de sus días, que se extendieron al año 2000, con la angustia de saber que toda su familia fue asesinada en el campo de exterminio de Treblinka.
El horror al que se enfrenta Ezio Bosso no es nazi, pero es cruel igualmente. El pianista italiano, de 45 años, sufre esclerosis lateral amiotrófica (ELA), por lo que su capacidad para moverse está tremendamente limitada. Le cuesta hablar y controlar sus músculos; se desplaza en una silla de ruedas. Sin embargo, cuando se sienta frente a un piano, la enfermedad, que le consume poco a poco desde 2011, desaparece enigmáticamente y él se convierte, de nuevo, en el maravilloso pianista que siempre ha sido.
Free as a bird, la última creación de quien fuera un niño prodigio de la música, nació observando a un pájaro. Entonces “entendí lo importante que era seguir adelante”, dice Bosso; eso es, exactamente, lo que ha estado haciendo estos últimos años.
A pesar de la ferocidad de este padecimiento neuromuscular degenerativo, a pesar de todo el sufrimiento que conlleva, para Bosso la vida es apasionante. Y lo es, mucho más, cuando proyecta con sus dedos mágicamente certeros una hermosa armonía hacia el espacio, que es lo que sucede cuando se exhibe con su instrumento: “la música somos nosotros”. Eso lo demostró en el último Festival de San Remo, y dejó perplejo y emocionado a todo el auditorio.
Como le ocurriera hace más de medio siglo a Wladek, encerrado como estaba entre las ruinas de sus escasas posibilidades de supervivencia, el pianista de Turín vive contenido entre los límites cada vez más exigentes de la ELA. Pero vive y, frente al teclado, vive feliz.
A los dos les salvó el piano. Ambos, con sus ejemplos de coraje y superación, socorren a esta temible Humanidad que hemos forjado entre todos. Y representan, sin duda, lo mejor de ella.