Pues sí, juego de palabras habemus. Como todo el mundo sabe (y si no, se finge) en un momento de no poca turbulencia social del Imperio Romano, los patricios se sacaron de la manga una especie de Podemos de bolsillo: el tribuno de la plebe. Uno, a veces dos, tribunos elegidos no por los de siempre y en función de lo de siempre, sino por el pueblo llano para clamar por sus desdichas y exigir algo de institucional compasión. Con el tiempo los tribunos de la plebe alcanzaron bastante influencia, no tanto por su poder como por su dramatismo. Si hacían bien su trabajo podían llegar a adquirir inmensa autoridad moral. Qué tiempos.
Hace tiempo que aquí no hay tribunos de la plebe, quizá porque el matiz entre ambos conceptos es cada vez más indistinguible. No lo digo como un elogio. Las élites, por duras que sean, no dejan de ser élites. Es decir, que hay margen así sea mínimo para la excelencia. No es el caso de todos los gobiernos ni de todos los que nos gobiernan.
Aquí no tenemos tribunos de la plebe, decía, pero sí nos ahogan en tributos de la plebe. En impuestos de esos que sólo pagamos los desgraciados. Sin más lógica que la de que el Estado feroz y sus insaciables cabezas de hidra autonómica no llegan a final de mes. Ninguna austeridad basta para engordar a las Infinitas Administraciones Públicas hasta extremos rubensianos, por mucho que ahora digan que se van a privar de las bebidas azucaradas.
Minutos antes de arrancar el clásico, alguien más versado en pagar impuestos que en jugar al fútbol me preguntaba cómo iban a recibir a Cristiano Ronaldo en Barcelona tras destaparse la noticia de su presuntamente gigantesca evasión fiscal. Nada, le dije, no pasará nada. ¿Cómo que nada? Como que nada. Messi le abrazará fraternalmente. Pero oye, me insistía, ¿y lo que le ha pasado a Imanol Arias? Ah, le dije, pero es que el problema de Imanol Arias (uno de ellos, porque es archiprobable que al final se descubra que punible, lo que se dice punible, este hombre ha hecho bien poco…) es que más o menos encarnaba a los ojos del personal los valores de la clase media. Uno no cae en que los Alcántara estén forrados. Mientras que los astros del fútbol ya se sabe que están más allá del bien y del mal, de la riqueza y de la pobreza, e incluso de la envidia. Como a los dioses del Olimpo, se les perdona todo. Los demás, a apechugar y a tributar sin fin y sin esperanza. Ya sólo nos falta donar los órganos en vida a Hacienda.