Ando estas últimas horas del año por la orilla del mar con mi perra. Pensando en lo que debería contar en este artículo. Le he dicho a mi compañera de cuatro patas que no haría una lista con lo mejor ni lo peor, que están muy manidas, que tampoco haría propósitos porque nunca los cumplo y, además, me he acostumbrado a que tampoco los cumplan conmigo. ¿Promesas? ¡Ja! Me río de ellas.
El mar estaba algo bravo, restos del temporal, así que pensaba poner de vuelta y media a los políticos por haberse convertido todos en lo mismo, o casi. Se imitan, se han hecho caudillitos y vociferan como en la feria de mi niñez pero sin perras chochonas.
Pero en ese momento en el que pensaba en hablar de política, mi perra ha parado junto a una palmera, ha hecho sus cosas y he entendido el mensaje. No hablaré de política. Vale. Después he intuido que si hablo de amor alguien se dará por aludido; así que, tampoco. Mutismo. No merecen ni una línea aquellos y aquellas que nos hagan pasarlo mal. Así que he seguido caminando por la orilla con mi perra y he aprovechado para borrar algunos teléfonos móviles de la agenda. Una buena amiga también lo estaba haciendo y me he animado a imitarla. Es bueno, sana y culito de rana. El año debe empezar limpio de basura. Recomiendo ese momento en el que ejecutas el borrado de algún número de teléfono al que no debes llamar. Y hoy, 30 de diciembre, es el día. Que nos pille confesados.
Mi madre me ha dicho que, ya que paseaba a la perra, que trajera la prensa, media docena de huevos, leche sin lactosa y dos recetas de la farmacia. Digo yo que el costumbrismo está bien, pero tampoco debo incidir. No hables de la familia hoy, Max. Así que he seguido caminando pensando en el año nuevo y en lo que ya no será. Pero como me he puesto melancólico he considerado que lo dejo para otra ocasión, son días de fiesta. Y sea como sea, hay que celebrarlo. La nochevieja está a la vuelta de la esquina y muchos estarán probándose los abalorios rojos y comprando uvas.
En el momento en el que doña Leo, mi perra, se acercaba a saludar a otro perro me he visto en la circunstancia de saludar también. Los perros oliéndose bajo el rabo y los adultos obligados a sonreír y sacar algún tema de conversación. Y fíjate que mi perra es lista, pero no sabia que lo fuera tanto. El casting que ha hecho ha sido impecable. Hemos acabado sentados en el banco, mirando el mar y dándonos los teléfonos. Oye, tan ricamente.
Ahora que se acaba el año me doy cuenta de que tenía que confiar más en mi perra y menos en mi instinto. Porque, que no se me moleste mi sexto sentido, pero me está fallando más que una escopeta de feria. Así que estoy a punto de terminar el año con una alegría y un nuevo teléfono. Eso sí, he dicho que nada de usar el condicional, nada de promesas, nada de futuribles, nada de gestionar posibilidades… El año nuevo ya tiene mi teléfono, que me diga lo que quiera. Me dejaré llevar.