Allí estaban los dos tipos, sonrientes, con una escarapela en la solapa que les identificaba como voluntarios por la independencia. A través de la mirilla, deformados por la lente, ofrecían un aspecto siniestro.
-Abra, sólo venimos a informarle. Será un minuto.
Dudé si abrir o no. Y me arrepentí de no haberlo hecho al comprobar que antes de abandonar el rellano apuntaron algo en las hojas que llevaban en sus carpetas amarillas.
Había quedado marcado, si es que no lo estaba ya. Sabían que no había ido a votar en la consulta de noviembre porque tenían el censo y anotaban concienzudamente quién participaba y quién no. Me agobié al pensar que mi decisión podría tener consecuencias.
A hurtadillas me asomé a la ventana para ver cómo abandonaban el edificio. Caminaban alegremente, saludando a los viandantes. Enfrente, casi todos los balcones lucían la bandera independentista.
Tenía muy fresco en la memoria lo ocurrido en el último concierto al que asistí. Al final del programa estallaron los gritos y el flamear de banderas. Recuerdo que me quedé paralizado en la butaca, sin saber qué hacer. A la salida todos estaban eufóricos, comentaban lo maravilloso que había sido el acto y tuiteaban las imágenes sin parar. Tratando de disimular mi perplejidad, me confundí entre ese río de gente exultante que buscaba la calle.
Quería convencerme a mí mismo de que había una mayoría silenciosa que no participaba del aquelarre soberanista, pero era como estamparme una y otra vez contra una roca. En las bibliotecas, en los institutos, en los parques de bomberos, en las farolas, en las rotondas, en las carpetas de los estudiantes, en las paredes del centro de salud, en el metro, en el estadio de fútbol, en las paradas del autobús, en los contenedores de basura, en los colegios, en la fachada de los ayuntamientos, en los despachos de la Universidad, en la televisión pública... en todas partes se exhibían la misma bandera y las mismas consignas.
Era consciente de que me había ido aislando poco a poco. Hacía tiempo que temía por mi puesto de trabajo. Aunque trataba de disimular, estaba convencido de que en la oficina sabían que no era partidario de la causa. Si había una lista negra, una lista de disidentes, yo estaría en ella. Seguro.
Hoy es la Cabalgata de Reyes. He comprado un farolillo con la bandera independentista. Con suerte, me enfocan las cámaras durante el desfile y todo volverá a ser como antes.