En el buen entendido de que casos como el de Trillo con el Yak-42 son hors catégorie, en política están los errores, las cagadas y las cenas en Moncloa en cuchipanda como a la que acudieron Albert Rivera y la plana mayor de Ciudadanos este lunes.
Que la cita no dio para mucho salta a la vista cuando lo más interesante que se ha filtrado de la velada fue el menú: vieiras gratinadas, lubina al tomillo y leche frita con crema de naranja. La elección del postre supongo que es la forma sutil que tiene Rajoy de regodearse en la victoria al ver entregado al oponente.
Hubiera entendido que Rivera y su equipo negociador fueran a dialogar con Rajoy y sus colaboradores en un desayuno de trabajo, a plena luz del día, con una agenda de asuntos a tratar, el compromiso de nombrar una comisión de seguimiento de los acuerdos -si los hubiere- y, por supuesto, con la pertinente convocatoria a los medios de comunicación. En el imaginario popular, la noche y los despachos son sinónimo de intrigas, camarillas y conspiración. Vieja política.
Hay que ser pardillo para aceptar una cita secreta que, obviamente, a las pocas horas ya había sido filtrada para gloria del convocante y descrédito de sus invitados. Hacerlo además después de estar siendo ninguneado una y otra vez revela un entreguismo pasmoso.
¿No es éste Rajoy, anfitrión de Rivera, el que tras firmar un acuerdo con Ciudadanos para su investidura ha pactado el techo de gasto con el PSOE? ¿Acaso no fue por la prensa como Rivera se enteró de que el Gobierno había convenido con los socialistas la subida del salario mínimo? ¿No es éste el mismo PP que se pitorrea de la exigencia de Ciudadanos de limitar los mandatos del presidente? ¿No son algunos de los comensales en la susodicha cena los que llevan dos meses jactándose de que su prioridad es entenderse con el Partido Socialista porque Ciudadanos ha pasado a ser prescindible? ¿Se puede aceptar en esas condiciones una reunión "distendida" cuando es además la primera que celebran ambos partidos desde agosto?
El líder de Ciudadanos podría alegar que ha antepuesto los intereses de España a los de su partido, que actúa como hombre de Estado y que las encuestas así lo reconocen. Muchos consideran, en cambio, que así se comporta un auténtico pagafantas. Para eso, casi mejor haber entrado en el Gobierno.