Volkswagen se ha reconocido culpable ante la justicia norteamericana de las acusaciones de conspiración para violar la Clean Air Act y de obstrucción a la justicia: tendrá que pagar 4,300 millones de dólares al gobierno federal, además de los miles de millones con los que está previsto que tenga que indemnizar a sus clientes, que forman parte de una demanda colectiva independiente. Dos directivos, de ingeniería y de cumplimiento normativo, han sido detenidos con cargos criminales.
Acabo de volver de Detroit, de la mayor feria automovilística del mundo, el North American International Auto Show (NAIAS). Acudir a una feria automovilística en los tiempos que vivimos entra dentro de lo normal para un profesor de innovación: pocas industrias están sufriendo de manera más salvaje el impacto de la disrupción tecnológica.
En poco tiempo, las compañías que compiten en esta industria se han encontrado con que el considerado mejor vehículo de la historia, el Modelo S de Tesla, no solo estaba fabricado por un recién llegado, sino que además, utilizaba un motor íntegramente eléctrico. Han visto a una compañía tecnológica, no automovilística, crear el primer automóvil autónomo, uno que una persona ciega podía utilizar con tranquilidad. Y para terminar, presencian cómo un número cada vez mayor de hogares norteamericanos prescinden de automóvil y se inclinan por utilizar servicios que les llevan de un lugar a otro. En el futuro, los coches serán eléctricos, no los compraremos, y no los conduciremos. Nunca una industria se encontró ante tantos cambios en tan poco tiempo.
Un paseo por el NAIAS, sin embargo, resulta desesperante: en los stands siguen predominando vehículos cada vez más potentes, más grandes y con mayores consumos, mientras las ofertas de vehículos eléctricos aparecen relegadas a un segundo plano. La industria, de hecho, prefiere hablar de “electrificados” en lugar de “eléctricos”, un eufemismo tras el que se esconde que su idea de transición es que la gasolina siga propulsando más de un tercio de los vehículos vendidos... ¡¡¡en el año 2030!!!
En Madrid, cada poco tiempo si no llueve, hay que restringir la circulación por un exceso de contaminación. Pero las empresas automovilísticas siguen pretendiendo fabricar vehículos de gasoil y gasolina más allá de 2030. Oficialmente, las empresas automovilísticas son las nuevas tabaqueras: envenenando a los usuarios cuando podrían perfectamente evitarlo utilizando tecnología a su alcance. Mientras no pongan una fecha para el fin de la fabricación de motores de gasoil y gasolina, por favor, que nadie me hable de ética empresarial o de responsabilidad social corporativa en la industria del automóvil. Que me da la risa.