La operación de este jueves contra la corrupción de Convergència, el partido único en Cataluña durante lustros y locomotora del independentismo, supone un revés al movimiento separatista. Uno de los argumentos de los soberanistas es que su movimiento es pacífico y está libre de mancha, en contraposición a un Estado que dibujan como opresor y corrupto.
Esa imagen idílica es la que el caso del 3% contribuye a echar abajo, más incluso que el caso Pujol, por cuanto la figura del expresidente de la Generalitat ya se adscribe en el mundo soberanista al pasado. En cambio, quien sale aquí señalado es su sucesor, Artur Mas, a quien se pretende presentar como un mártir del procés.
El próximo lunes, sin ir más lejos, Mas deberá declarar en el juzgado por desoír al Constitucional con la consulta soberanista. Quienes vayan a arroparle ese día deben saber que a no tardar mucho podría declarar no por desobediencia, sino por corrupción.
Los indicios se amontonan contra Convergència (ahora PdeCat): la investigación concluye que los contratistas de la Generalitat debían pasar por caja, la del partido, antes de cada adjudicación. Entre los detenidos ahora están personas de confianza de Mas -en Convergència y en instituciones como el Ayuntamiento de Barcelona-, y salen salpicadas otras como el exgerente de la formación y actual consejero de Justicia de la Generalitat, Germà Gordó.
Los independentistas no pueden ni siquiera hablar en este caso de una persecución del Gobierno por cuanto las denuncias que han dado origen a este caso partieron de Esquerra Republicana y fueron corroboradas en algún caso por la CUP.
Los separatistas se han percatado del daño que el asunto puede producir en su causa. La presidenta del grupo de la CUP en el Ayuntamiento de Barcelona, María José Lecha, ha subrayado que las últimas detenciones por el 3% "son una tremenda bofetada al proceso independentista, que había de ser impecable". Y la propia alcaldesa, Ada Colau, ha ordenado abrir un expediente informativo sobre las obras que contrató el consistorio cuando era gobernado por CiU.
Tendría gracia que el hoy aclamado como libertador Artur Mas acabara como un apestado dentro de los propios sectores del independentismo. Pero es que los hechos vienen a demostrar que la corrupción está tan indisolublemente unida al proceso soberanista que es imposible separar el grano de la paja. Empezando por quienes acusaban a España de robar a Cataluña mientras llenaban sus cuentas en Suiza.