¿Regular los vientres de alquiler? Veamos. Por un lado repugna oponerse sin matices y sin ninguna fisura de prudencia. ¿Qué haría yo si mi hermana o mi mejor amiga, incluso mi mejor amigo, me pidiera gestar en su nombre? ¿No es absurdo que la ley ponga puertas al campo y a la vida, más en un país con la natalidad por los suelos, como es el nuestro?
Por otro lado admito que hay algo de siniestro, no en la maternidad subrogada en sí, sino en la perspectiva de que esta llegara a devenir una especie de… ¿industria? Banalizar la gestación, reducir el útero de la mujer a una especie de zona azul de aparcamiento tiene algo que pone los pelos de punta. No digamos si lo que se busca es una especie de patente de corso: legalizar aquí lo que en realidad pensamos hacer en otros países donde no regirán los impedimentos de la ley que aquí se haga. Crear un marco legal propicio a los hechos consumados, más que a la verdadera regulación de los mismos…
Luego está este interesante contencioso larvado, o no tan larvado, que enfrenta a feministas de toda la vida con un colectivo tradicionalmente aliado, el colectivo gay. Yo he oído a toda una Lidia Falcón clamar sin complejos y sin pelos en la lengua: “¡Tanto luchar codo con codo con los gays, total para que resulte que lo querían era casarse…y tener hijos con vientres de alquiler de mujeres del tercer mundo!”. Algo hay de eso y algo hay también de lo contrario. ¿Se acuerdan del famoso eslógan feminista, “Nosotras parimos, nosotras decidimos”? Visto desde el punto de vista de un gay que no se resigna a no poder ser padre biológico, la connotación debe ser de todo menos liberadora…
¿Tendrá algo que ver la crisis de moldes de género? ¿Qué es feminismo a estas alturas? ¿Qué es machismo? Volviendo en taxi junto al escritor Juan Manuel de Prada, que es compañero mío en el Gabinete de Julia Otero en Onda Cero, toma él la noble iniciativa de hacer las paces tras un ligero berrinche. Un día le dije en antena “tú defiendes a Donald Trump porque en el fondo te gustaría ser como él…”. Comentario que a De Prada mucho le ofendió y le dolió. Y yo bien que me arrepiento. “¿Cómo me dices eso?”, se me queja. Mi respuesta: “Porque estaba pensando en voz alta, no le vi valor ofensivo… lo que yo quería decir es que, en este mundo con tanta presión de corrección política sobre los roles sexuales y personales, un tipo desinhibido como Trump, que no se corta un pelo, puede dar envidia incluso a quien nunca pensaría o se comportaría como él… ¿a ti no te pasa, Juan Manuel, que te ves obligado a ser menos hombre de lo que te gustaría por culpa del machismo imperante? ¿No tienes la sensación a veces de que el machismo amenaza lo viril?”. Guardó él un largo, inteligente silencio…