No me preocupan tanto las palabras de Manuela Carmena en las que defendía que a los niños hay que enseñarles "las diferencias entre una vivienda en Orcasitas [uno de los suburbios más humildes de Madrid] y otra del barrio de Salamanca [sinónimo de gente bien]", como lo que subyace en ellas. Al fin y al cabo, lo dijo en una reunión con arquitectos, en un ambiente distendido y sin pretensiones de que se tomara su verbo al pie de la letra.
Sin embargo, es una frase que refleja bien la mentalidad de buena parte de esa izquierda que en España se arracima en torno a Podemos. El mundo -vendría a decir su cosmovisión- se divide en dos, ricos y pobres, siendo ésta una realidad injusta. Por lo tanto, es misión de los poderes públicos corregirla.
Las derivadas de esta posición pueden resultar peligrosas. Y terriblemente injustas. En primer lugar, se pone en entredicho a cualquier persona pudiente, que pasa a ser sospechosa sin siquiera analizar cómo ha prosperado. Porque podría ser que habláramos de hombres y mujeres que se han esforzado y se han sacrificado durante años. La pregunta nos corta el paso: ¿todo rico es culpable? Y al contrario, ¿todo pobre es digno de ser resarcido?
El debate, que es tan viejo como las sociedades organizadas, ha aflorado en todas las crisis y ha salpicado de sangre cada revolución de la Historia. La francesa prohibió las pelucas empolvadas, y llevar corbata o un buen gabán podía costar el paseíllo en nuestra Guerra Civil.
Pero ocurre, además, que el noble interés por equilibrar la sociedad para que no existan grandes diferencias entre unos ciudadanos y otros pudiera acabar alumbrando comunidades apáticas e indolentes, lo que provocaría muy probablemente una espiral de empobrecimiento. Y no sólo material.
En cualquier caso, uno creía en su ingenuidad que este debate, en el que pugnan las diosas Iustitia y Libertas quedó resuelto hacía tiempo. Siempre habrá pisos modestos en Orcasitas y viviendas de lujo en el barrio de Salamanca. Pero lo que sí cabe hacer es procurar la igualdad de oportunidades, para que cualquier niño pueda acabar viviendo donde sueñe.