A la Corrida de la Prensa, a Fernando Sánchez Dragó no se le ocurrió otra cosa que invitar a Pedrojota (Ramírez) y a Garci (José Luis). Gata escaldada que del agua fría huye, yo le advertí: “Si Esperanza Aguirre se echó para atrás y nos dejó medio burladero vacío por la que está cayendo, ¿qué no será lo de Pedrojota? ¿Qué urgencia de última hora no tendrá que atender?” Dense por favor cuenta de que abarcar informativamente el tsunami non stop que anega este país se asemeja a abrir edición sí, edición también, las aguas del Mar Rojo. Además se nota mucho que a Pedrojota los toros no le van como le pueden ir, pongamos, la Revolución Francesa o el baloncesto.
Lo cual no le impidió comparecer hecho un príncipe de Gales, de los pies a la cabeza niquelado en diversas suertes de azul (con listas amarillas subrayando la línea clara de la camisa), en detonante contraste con el resuelto look campo y playa de Garci, también a su manera muy conjuntado: llevaba playeras blancas a juego con el blanco pantalón.
Tras encontrarse y abrazarse a las puertas de la plaza con Casimiro García-Abadillo y comprobar que el Rey emérito, esta vez, se sentaba entre la presidenta de la APM, Victoria Prego, y la secretaria de Estado de Comunicación, Carmen Martínez de Castro, Pedrojota enseñó sus cartas: “Yo más que taurino, lo que soy es anti-antitaurino”. En resumen, para defender lo que debería ser inatacable, ¿dónde hay que firmar? ¿Por qué lo llaman ser liberal, o liberal a secas, cuando lo que se tiene es un punto romántico? Así parecieron entenderlo dos bellas damas a ras de Callejón, que se identificaron como Delia y Rebeca antes de pasarme el smartphone y rogarme que las inmortalizara junto a Pedro.
A Garci también le flasheaban y le mimaban todo el rato, también le hacía mucha ilusión a mucha gente tenerle allí. Sin querer restar mérito a la presencia de todo un Sergio Ramos o de un Adolfo Suárez júnior, el hondo y sufrido corazón del mundo del toro, acostumbrado a crecerse en el desprecio, agradece especialmente cualquier guiño de respeto que provenga de lo intelectual.
Suerte que Garci es simpatiquísimo porque si no, no habría quien le aguantara con todo lo que sabe. Él y Pedrojota cruzaron la Puerta de Arrastre cambiando ilusionados cromos y recuerdos sobre Luis Folledo, mítico boxeador español allá por los años 60, que era natural de Las Ventas y que llegó a atreverse a calzar traje de luces en la plaza de toros de Logroño. Allí le vio Pedrojota en vivo y en directo, cubierto de cojines y de ridículo, mientras un toro tras otro eran devueltos al toril.
Que conste que eso pasa en las mejores familias y corridas. Hasta tres toros tres tuvieron que irse ayer por donde habían venido entre furiosos rugidos del Siete, donde viéronse flamear pancartas que decían “Queremos trapío y seriedad, no triunfalismo” o “No hay mejor marketing que la casta”. Toma ya.
No es imposible que cualquier día de estos la plaza de las Ventas vuelva a no ser sólo una plaza de toros, vuelva a albergar también combates de boxeo. Es una nostalgia infantil de Dragó y es un empeño de Garci que se hará realidad o no dependiendo de si el Ayuntamiento da los permisos. Pero ayer los invitados al Callejón ya se pusieron las botas y los guantes recordando las crónicas pugilísticas de Manolo Alcántara en Marca y en general todo el inmenso nivelazo de la gran prensa deportiva y taurina de hace sólo cincuenta años. Garci lo recuerda en términos homéricos, de verdadero cine negro hecho carne. A Pedrojota le tiran más el gremio y el análisis: “Durante muchos años en este país, la única prensa verdaderamente libre fue la deportiva y la de toros, esto no empezó a cambiar, y muy poco a poco, hasta la ley de prensa de 1968…”
Dicho por quien lo dice, da especialmente qué pensar. Volviendo a la brutal sinceridad de los del Siete, a cómo se le pueden cantar tranquilamente las cuarenta a un hombre que se juega la vida si se la está jugando mal, una para, templa y reflexiona. ¿Y si en el fondo siguiéramos igual, bastante igual, que cuando Garci y Pedrojota llevaban pantalón corto? ¿Y si el perímetro de la plaza de toros fuera el último círculo y el último reducto, el único ring donde todavía rugen libremente las verdades como puños? ¿Y si de arena para afuera empezaran la mentira, la hipocresía, la corrección política con puñal oculto y la eterna oscuridad del alma?
Garci bromeaba sobre tantos toros devueltos de una sola sentada –“es la tarde de los toros retro”, decía-, mientras el director de EL ESPAÑOL mantenía un ojo en el albero y otro en el periscopio que era la pantalla de su móvil. Por él me enteré del cuarto toro retro de la tarde: Carles Puigdemont declinando ir al Congreso a explicar lo que sea que tenga que explicar, poniéndose limpiamente de culo a la faena democrática.
Entre toros malos y toreros vacilantes la corrida se alargaba y se alargaba, los que entendían se aburrían y lo decían llamando al pan, pan, y al vino, vino. Que no era un automatismo, que no era vicio de hablar sin pensar ni de no pensar lo que de verdad se piensa, quedó patente cuando en un suspiro se dio la vuelta a la tortilla. De repente soltaron un toro que era como un búfalo o como una pesadilla de Picasso. Irrumpió aquella enormidad de bestia prehistórica y para matarlo se desperezó Dios.
Concretamente Dios asomó en la mano izquierda de Talavante. “¿Ves cómo está templando, cómo torea con las puras yemas de los dedos?”, vertía Ilíada pura en mis oídos Víctor Zabala, coordinador, gerente o qué sé yo de Las Ventas, descendiente de figura y de crítico taurino, torero él mismo un poco que fue, la primera vez con un traje de luces de segunda mano (¿pero hay trajes de luces de segunda mano?, me maravillo yo; sí, los hay, y deben ser como las entretelas de una reencarnación…). Llevar ahora la parte estrictamente práctica del negocio no ha despojado a Zabala de su familiaridad con el prodigio. “Talavante es el gran torero del momento, el más querido de Madrid”, me contaba como llevándome a conocer el hielo ahora que todavía faltan años para que me fusilen, “porque torea con sensibilidad y con valor, porque tener el valor que tiene no le hace ser un bruto”. Me explicó que el valor no se elige, se tiene o no se tiene de natural. Pero sí se puede educar, como la voz. “Un torero puede ganar valor con el tiempo, o puede perderlo si por ejemplo lo cogen demasiadas veces y se asusta”…
Antes lo dice y antes me oigo a mí misma gritar con partes de la garganta que ni sabía que tenía. El toro ha cogido en serio a Javier Jiménez, el torero más rubio de la tarde, más que el francés Sebastián Castella, que es quien tendrá que ultimar a su animal mientras a él lo cargan hacia la enfermería manando íntima sangre de reyes. Conmoción en la grada, se demudan de don Juan Carlos a Espartaco. La corrida y la vida siguen y dicen los médicos que el pronóstico es grave pero que el chico se va a salvar. Mejor descubrir cuán en serio va todo antes de que sea tarde.