La crisis de la socialdemocracia ha hecho correr ríos de tinta, o su equivalente en versión digital. Pero vale la pena preguntarse qué ha hecho el centro-derecha con, o durante, esa crisis de su principal antagonista ideológico.
El relato desde la izquierda dice que el conservadurismo y el liberalismo han aprovechado la crisis de la socialdemocracia para desmantelar el Estado del bienestar, implementando un ambicioso proyecto de recortes que arranque hasta el último céntimo de plusvalía de la nueva clase trabajadora. Pero la victoria pírrica de Theresa May este jueves, y el ejemplo paralelo de Rajoy en nuestro país, nos sugieren una lectura alternativa y algo más ramplona.
En Reino Unido como en España, el centro-derecha parece haber aprovechado la crisis de la socialdemocracia para sostener unos liderazgos mediocres, esquivos y notablemente ayunos de ideas transformadoras. Unos liderazgos comprometidos con poco más que la conservación del poder; unas élites que, si se ven en la necesidad de definirse, sacan a pasear algunas banderas desleídas (para crear empleo se necesita estabilidad; hay que asumir los procesos globalizadores; el emprendimiento es muy importante), pero que a la hora de la verdad prefieren jugarlo todo a señalar que ellos no son los otros.
Unos liderazgos, en fin, abonados al ejercicio de vencer sin convencer, aunque no en el sentido violento que quería transmitir Unamuno con esta fórmula, sino más bien en el de una inevitabilidad geológica. ¿Cómo si no se explica que toda la campaña electoral de Theresa May se basara en el mensaje de que ella no era Jeremy Corbyn? ¿O la negativa de la primera ministra británica, como la de Rajoy en 2015, a participar en un debate televisivo con los líderes de los demás partidos?
Ante la crisis del principal adversario, el centro-derecha parece haber decidido que no necesita hacer otra cosa que presentarse a las elecciones, escudándose tras la presunta incompatibilidad entre tecnocracia y debate. Ni siquiera el auge de los populismos ha supuesto un revulsivo para su búsqueda de un proyecto. En España, la aparición de Podemos ha reforzado más si cabe la preferencia de Rajoy por definirse estrictamente como el no-caos. En Reino Unido, los conservadores dejaron que UKIP marcara la agenda nacional con el referéndum sobre la Unión Europea, permitieron que el nacionalismo xenófobo y el sentimiento anti-élites se fueran desplazando al centro del discurso nacional, y luego los asumieron casi con pereza. En ninguno de los dos casos ha sabido o querido marcar el centro-derecha una visión propia y original de su modelo, o al menos una que vaya más allá del regreso al mundo pre-2008.
Es indudable que esta estrategia ha funcionado hasta ahora; pero también lo es que vencer sin convencer es la mejor manera de acabar perdiendo. Theresa May demostró esta semana que no le basta con definirse como el no-Corbyn; porque después de un tiempo la gente puede hartarse de ti y dar la oportunidad a ese tipo contra el que te defines… sea quien sea. Quién sabe si, al final, lo único que necesitaba la socialdemocracia para resucitar eran unos cuantos años de esta derecha.