Aquí vemos a Juana Rivas, madre maltratada y rebelde, en paradero desconocido desde el miércoles, protagonista y símbolo de una piedad revolucionaria y transversal.
La imagen fue captada el martes cuando, tras protagonizar una emocionada rueda de prensa en la que anunció que no entregaría sus dos hijos al padre -condenado por maltrato en 2009-, recibió el apoyo de sus vecinos y de las televisiones. Luego vino “todo lo demás”.
La imagen representa una piedad titubeante en la que destacan el rostro roto de dolor de la madre y la devota asistencia de dos mujeres de larga cabellera. La masa circundante y la pancarta no se ajustan a los cánones clásicos de una piedad, pero valgan esta y otras excepciones porque en el caso subyacen la indignación, la impotencia y la mala conciencia ante la violencia de género.
Hablamos pues de la madre maltratada a la fuga Juana Rivas. De violencia de género. Del imperio de la ley. Y de un sentimiento de solidaridad catapultado desde la humilde Maracena (Granada) al Palacio de San Telmo y las escalinatas de Moncloa por el efecto volcánico de las tertulias del verano, cuando los programas del corazón se dormitan con abanicos de sandía y gajos de uva.
1.- Juana Rivas. Su versión de la historia ha sido profusamente jaleada: huyó hace un año del domicilio familiar en Cerdeña con sus dos niños y se ha echado al monte como los prófugos buenos de Serwood y Sierra Morena tras incumplir la resolución judicial que le obliga a devolver a los pequeños. Cuenta con el respaldo del pueblo y de Twitter: #YoSoyJuana. #JuanaEstáEnMiCasa.
2.- Violencia de género. Nos repugna y nos fascina por incomprensible y por familiar: 35 mujeres asesinadas en lo que va de año. Un maltratador no debe estar con sus hijos -con sus víctimas-, bien, pero si el concepto “maltratador” no está bien definido se convierte en un anatema e implica un automatismo más propio de la Reina de Corazones que de un Estado de Derecho.
Maltratador es el que maltrata, claro, y la expareja de Juana fue condenada a tres meses por “lesiones”. Damos por sentado que las penas se ajustan a la gravedad de los delitos -tres meses de prisión y un año de alejamiento- y coincidimos en que es importante decidir si un padre condenado por lesiones tiene o no derecho a ver a sus hijos. ¿Pero es éste el debate real o es el señuelo con el que se desvía la atención del asunto sobre la mesa: el respeto de las resoluciones judiciales?
3.- El imperio de la Ley. Dijo Juana Rivas: "Si la policía quiere venir a darme descargas eléctricas o con la porra no me va a dar miedo, yo voy a estar ahí". Y el pueblo aplaudió. Y la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, le ofreció asistencia letrada a través de Twitter, a lo Trump; a través de Twitter. Y Mariano Rajoy también aplaudió: “Hay que ponerse en el lugar de esta mujer. A las personas conviene comprenderlas y luego está todo lo demás”.
Se entiende que todo lo demás es la ley y que la empatía de Rajoy la condiciona la demagogia de las plazas, por más que para otros asuntos de Estado -que no vienen al caso- es el primer defensor del imperio de la ley.
Desde un punto de vista personal, individual y humano cualquiera “comprende” que una ciudadana, o un peatón, decidan matar al tirano o saltarse un semáforo asumiendo el riesgo que comportan sus actos. ¿Pero a nadie deja estupefacto que el presidente del Gobierno, o la presidenta de la Junta de Andalucía, no pidan a Juana Rivas que cumpla la resolución judicial? ¿Está bien entonces que un padre decida fugarse con sus hijos del domicilio familiar sin acuerdo previo o resolución judicial sobre la custodia?
4.- La piedad. La piedad y la solidaridad son sentimientos íntimos. Espoleadas por la muchedumbre y azuzadas en los platos, no son nada, son jolgorio e histeria, pereza intelectual y moral. Si Juana Rivas estuviese en mi casa, le animaría a cumplir con la resolución judicial y luchar por la custodia de sus hijos por los medios legales. Pero quizá esté en el Palacio de San Telmo o en Moncloa, donde prevalecen "todo lo demás".