Esta semana hemos visto muchos tipos de masas. Concentraciones en recuerdo de Miguel Ángel Blanco dominadas por el recelo y la desconfianza y muchedumbres beodas o despavoridas delante de los toros bravos en Pamplona.
También hemos visto al gentío alegre de Londres agitando banderas al paso de las calesas reales: los británicos -al parecer- están satisfechos con su condición de súbditos. Y hemos visto a la multitud orgullosa y patriótica de París celebrar el 14 de julio porque los franceses suelen deleitarse en una grandeur convenientemente aderezada.
Pero la masa que aparece en esta imagen es de distinta índole. La fotografía fue tomada el sábado 8 de julio en Sabíñago, Huesca, y muestra a un puñado de vecinos en la plaza del Ayuntamiento tras conocer que la niña Naiara Abigail Briones, de nueve años, había muerto por los golpes que le propinó el hermano de su padrastro.
Desde muy pequeña Naiara fue maltratada por su tío y por sus primas y acosada en el colegio: le llamaban “sudaca”, “negra” y "sucia". Luego supimos que le rompieron la tibia, que soldó sola, y que murió tras padecer horas de tortura. ¿Cómo es posible que nadie, ni sus familiares, ni sus vecinos, ni sus educadores se dieran cuenta? ¿Cómo es posible que algo así haya sucedido en España?
Desde un punto de vista estético, la fotografía parece inspirada en algunas de las obras de Juan Genovés, por citar un pintor que ha indagado en la relación entre el individuo y la masa. Desde de un punto de vista moral, la imagen sugiere una atmósfera de conmoción aguijoneada por los remordimientos que afligen íntimamente a los supervivientes de toda catástrofe.