Los cachorros de la CUP se han venido arriba en su lucha contra el turismo masivo, esa peste de los barrios y del verano que comienza con un inocente traqueteo de maletas en Sants o El Prat y acaba con manadas de guiris borrachos tomando la Barceloneta o echando la pota sobre los mosaicos del Parque Güell.
El “gran ciclo de movilizaciones en los Països Catalans” comenzó con cuatro encapuchados reinterpretando tímidamente la kale borroka en Barcelona, donde pararon un bus turístico en pleno trayecto para pintarle la luna delantera y rajarle un neumático y ha continuado con los muchachos de Arran en Poble Nou liándose a pinchar ruedas en un parque de bicicletas de alquiler.
Por la última ekintza de Arran intuimos que en una Cataluña liberada, popular y socialista hay un horizonte de neumáticos fofos sobre el asfalto para gozo de taxistas y empleados de Uber. También que los partidarios defensores de lucha armada tienen especial fijación con el mobiliario urbano.
La acción directa de las falanges de las CUP contra la invasión extranjera parece inspirada en escenas memorables de El Día de la Bestia o de Amanece que no es poco, por citar dos clásicos en los que el humor teñido de absurdo arrancaba carcajadas lisérgicas.
No es cuestión de frivolizar con el bracito armado de las CUP. Estos pendejos merecen la ruina económica, ya que la intelectual y moral se la tienen ganada. Pero coincidirán conmigo en que en el relato de las hazañas de Arran no desentonarían ni Álex Angulo rayando un coche con la estelada al cuello, ni Gabino Diego cantando L’Estaca junto a Lluís Llach.
No es infrecuente que adolescentes gregarios confundan gamberrismo, transgresión y delincuencia. También es común que los fanáticos no acaben de distinguir la reivindicación democrática con la extorsión y el altercado en razón de una legítima defensa ante la violencia del sistema o la violencia del Estado. Por lo que se ve, en la CUP coinciden unos y otros y se sienten muy ufanos de andar por ahí pinchando ruedas para presumir en las redes sociales.