A la vuelta de las vacaciones el PSOE va a reflexionar sobre qué es exactamente la plurinacionalidad que le atribuyen a España, lo cual representa toda una novedad metodológica en el ámbito de la ciencia política. Primero han creado el significante, luego se lo han adosado a España y finalmente, como punto culminante del proceso, lo dotarán de significado. La plurinacionalidad es un concepto que se ha desarrollado al revés.
De la rueda de prensa de la vicesecretaria Adriana Lastra se puede concluir que todavía es pronto para que el PSOE sepa qué es exactamente la plurinacionalidad pero lo que el partido ya puede afirmar de forma rotunda es que España es un estado plurinacional. Al sanchismo se le están escatimando sus méritos: es la verdadera nueva política.
Las permanentes contradicciones de los portavoces socialistas no son, por tanto, fruto de la torpeza sino que conforman lo que podríamos llamar -otra novedad- un discurso contrapuntístico, un brainstorming público, la construcción en marcha de una definición para España de la que florecerán otras tantas naciones orgullosas. Solo las mentalidades primitivas, rehenes de los superados esquemas de la vieja política, son incapaces de apreciar la genialidad táctica.
La plurinacionalidad no va a solucionar el problema catalán pero al menos habrá logrado rebajar su importancia. Ya no será el principal problema sino solo un problema más de los ocho, once o diecisiete problemas territoriales que tendrá España. Es una forma paradójica de alcanzar la igualdad: todos seremos iguales en nuestra excepcionalidad. Incluido Madrid, de corte a cantón, que ya no será ese lugar acogedor donde los provincianos nos deshacemos del pesado yugo de la identidad sino que será la cuna de un nacionalismo cheli que está por inventar.
Si el objetivo es el apaciguamiento la jugada es arriesgada, pues es sabido que la aspiración primera del nacionalismo es la excepcionalidad y la lógica dice que si todos somos excepcionales nadie lo es. Pero habremos edificado una nueva solidaridad. España volverá a ser una trama, ya no de afectos, sino de incomodidades. Eso que llaman el encaje de Cataluña será un reto compartido porque habrá que armonizar también los intereses de seres tan ontológicamente dispares como los gallegos y los asturianos; aquellos, me refiero, que no lleven el tiempo suficiente en Madrid como para haber adoptado una nueva identidad, que esos, supongo, ya serán madrileños. Pero no madrileños disolutos sino madrileños nacionales, identitarios y orgullosos, aunque sea a la fuerza.
Es posible que la plurinacionalidad una al fin a todos los españoles en un reto común: averiguar qué es lo que los diferencia a unos de otros. Pero no nos precipitemos. Al fin y al cabo, ¿qué sabemos todavía de la plurinacionalidad? Es un concepto en construcción. Lo único que sabemos con certeza de la plurinacionalidad es que España es plurinacional. Lo demás es una incógnita.