Desde la terraza del bar en el que escribo, a punto ya de terminar mis vacaciones en un pueblo de la costa ligur, asisto a una escena insólita: dos policías pretenden sancionar a una chica que ha subido en biquini desde la playa hasta la plaza para comprar un helado. Dicen que está prohibido, que es inmoral. Que no importa si el mar está a cien metros. Que ha de pagar 300 euros por tal osadía. Al muchacho en bañador y sin camiseta que la acompaña, ni le miran siquiera. Evidentemente, el torso desnudo masculino no es impúdico. Ante la mofa general de amigos de la joven pareja y de algunos curiosos, los condescendientes municipales acaban perdonando a la infractora y se marchan ufanos sin culminar la amenaza de arruinar las endebles fianzas de una adolescente. O, más bien, de los padres de la adolescente. Le propongo a mi hija que, a partir de ahora, se pasee con sus amigas en topless. A ver qué pasa. Desde luego, yo no pagaré dicha multa si se la ponen. Me declaro insumisa.
En el mismo pueblo, en la misma plaza, el año pasado se organizó un concurso de Miss camiseta mojada con los permisos pertinentes del Ayuntamiento. No pienso entrar en detalles, sólo decir que fue un espectáculo penoso, de una vulgaridad oceánica, de una obscenidad barata, de todo a un euro. Y absolutamente legal, por supuesto. Los diferentes tipos de machismos casi siempre operan en el marco de lo permitido, como manifestaciones de una ideología institucionalizada. Aquí y allá.
Por eso es normal que en las escuelas públicas de Arabia Saudí consideren la educación física femenina una práctica satánica y la prohiban. También es normal, o por tal se toma, que en la República Checa promocionen las escuelas técnicas para mujeres con un concurso de belleza como prueba de selección. Las fotos de las chicas en bañador con casco blanco de seguridad han tenido un éxito sin igual en las redes. Normal, todo muy normal.
Después de ver lo que sucede a mi alrededor, en la cuna de la civilización occidental y fuera de ella, estoy de acuerdo con el señor Vladimir Putin, que se atreve a afirmar con una sonrisa berlusconiana que él no tiene días malos porque no es una mujer. Por primera vez, y sin que sirva de precedente, comparto su opinión. Aunque quizá sería más correcto precisar que él sólo tiene días buenos porque es un hombre. Presidente: así cualquiera.