La historia está plagada de revoluciones equivocadas. Algunas triunfaron y otras no. Quienes las protagonizaron estaban convencidos de que lo que hacían era lo correcto, como vosotros hoy. Y quienes se resistieron -ganaran o perdieran- lo hicieron también con su mejor voluntad. Lo resumió José Bono con una frase: "Una cosa tengo clara: yo no soy mejor persona que mi padre, que era falangista".
El contexto no permite en ocasiones discernir entre categorías morales, por eso a veces es necesario dejar pasar el tiempo para tomar distancia y juzgar con claridad. Sócrates sostenía que no había malos, sino ignorantes. El riesgo de las revoluciones es que, al adelantar plazos, suele sumar a sus filas a gran número de inconscientes.
No son los claveles y las canciones las que dan validez a las posiciones políticas, como no las desvirtúan los agentes de la autoridad que, siguiendo las órdenes de un juez, retiran material susceptible de ser ilegal. Lo sabe cualquiera que haya visto la escena de "El mañana me pertenece", de Cabaret.
Votar es una condición para que haya democracia, no la única, como tampoco un referéndum es sinónimo de democracia. Franco convocó alguno.
No todo está sujeto a las urnas. Las leyes establecen qué puede votarse, qué no y en qué condiciones. Podría ocurrir un día que hubiera una mayoría social partidaria de aplicar la pena de muerte. La ley lo impide en España.
Por otra parte, me resisto a creer que pueda presentarse como progresista el intento de independizar una región con un PIB per cápita de 28.590 euros, de otras como Extremadura (16.369 euros), Andalucía (17.651) o Castilla-La Mancha (18.591). Menos aún, presentar a los habitantes de estas comunidades como vagos que viven mantenidos por el esfuerzo de los laboriosos catalanes.
Tampoco puedo asumir que se presente como Estado opresor y totalitario al que ha hecho posible que, por ejemplo, en Cataluña lleve gobernando el nacionalismo desde que existe autonomía, es decir, en los últimos treinta y siete años.
En fin, difícilmente cabe presentar como sinónimo de más y mejor democracia que la mitad de la población de una comunidad rompa un país por las bravas y pretenda arrastrar con ella a la otra mitad de sus paisanos, despojándoles de su nacionalidad y de sus derechos.
Podéis tener argumentos, los que hoy salís a la calle, para no tener miedo. Pero debéis de comprender también que el resto de españoles que repudia vuestro proyecto tampoco lo tenga.