En la crisis catalana confluyen todos los defectos de los líderes de este mar encabritado de tribus. En el caos que espolea Cataluña bullen los males del país. La dejación de Rajoy, la egolatría de Puigdemont, el tacticismo cuatrero de Mas, los complejos de Sánchez, el oportunismo sin cuartel de Iglesias y Colau, y la ingenuidad de un pueblo exacerbado a golpes de porra son las vueltas de esparto y yute de la soga que estrangula España.
Cualquier atisbo de convivencia y armonía es una quimera del pasado. Cataluña se ha ido ya mientras unos y otros se pasan la patata caliente; el cadáver caliente de España, que Felipe VI se resiste velar.
El presidente, vacilante y torpe, se esconde detrás de los jueces tras haber ordenado inmolarse a policías y guardias civiles. Espera quizá a que Puigdemont, Junqueras y la CUP proclamen la independencia para ver si se le aparece la virgen pertrechada de grilletes y un pistola táser para detener a los sediciosos. Sería coherente con el cuento largo de l’opressió.
Pero Rajoy teme a la calle, con motivo, después de la cagada del domingo. Hoy hemos visto en Cataluña huelga general, huelga de país y escraches encadenados a las policías y a los rivales políticos.
La consigna de los revoltosos es agitar la calle y luego ver quién embrida la bullanga. Hemos visto a chiquillos estudiantes haciendo el signo de la paz un segundo antes de bramar insultos en todas direcciones. Hemos visto a fanáticos emulando la última manita de Wifredo el Velloso, ese gesto con que Artur Mas saludaba a la puerta del juzgado. También ha habido macarritas rapados aporreando los furgones de la policía en desbandada. Y jubiletas nostálgicos de las huelgas de sus años mozos mientras juran que España les roba.
Lo único que tiene en común esta gente es un odio desmemoriado que se dirige ora contra la Policía Nacional y la Guardia Civil, ora contra la “prensa española manipuladora”. Conviene recordar que la última vez que se desplegó el Ejército en Barcelona fue en 2007 para llevar generadores porque las coimas en las obras públicas habían privado de electricidad a buena parte de la Ciudad Condal. Y que la última vez que -antes del luctuoso domingo- anduvo por allá la Benemérita fue para hacer frente a la amenaza terrorista.
No se acuerdan porque leen medios indepes, se entiende. Por eso aplauden a los Mossos, desmemoriados de los vergazos que metían al gentío en Plaza Catalunya en 2011 y de los abusos en las comisarías en 2013. Pero da igual todo. Ni siquiera la verdad les hará libres porque el nacionalismo ha fermentado. La arcadia cosmopolita y desarrollada que nos vendían es ahora un campo yermo donde la multitud tira coces de mula ciega.