Voy a explicarles Cataluña. Cataluña ha sido históricamente un ente bicéfalo. La primera cabeza es burguesa, conservadora, elitista y aproximadamente liberal. La segunda es obrera, revolucionaria, ácrata y populista. La primera nunca ha querido la ruptura con España, aunque sí una amplia autonomía. La segunda ha sido abiertamente secesionista. Toda la prosperidad económica, social y cultural catalana de los últimos cien años ha sido obra de la primera cabeza. Todos los asesinatos, la agitación, la ruina y los periodos de miseria, de la segunda. Esta simplificación tiene muchos matices, pero como regla general pueden grabarla en mármol.
Ambas cabezas se han alternado en el poder en Cataluña. La primera, con la Lliga Regionalista de Cambó a la cabeza, llegó a apoyar la dictadura de Primo de Rivera en 1923 porque lo vio como el remedio para acabar con los movimientos radicales de izquierda que amenazaban la estabilidad de España. También supo conllevar la dictadura de Franco y en no pocos casos incluso beneficiarse de ella. La segunda nos llevó a una guerra civil y va camino de conducirnos hasta otra con la complicidad de su sosias español, Pablo Iglesias.
Entiendo el resentimiento por los Pujol, Mas y Puigdemont, pero el verdadero cáncer catalán ha sido siempre su izquierda, la de ERC, la CUP y En Comú Podem. Pujol, Mas y Puigdemont serán, como decía Roosevelt, unos hijos de puta. Pero son nuestros hijos de puta. Los otros van por libre.
El independentismo de Junqueras es sincero, lo cual le honra en cierta manera. El de Anna Gabriel y David Fernàndez, sin embargo, es sólo un medio para llegar a un fin: la revuelta obrera y la conversión de Cataluña en una república bolivariana. Colau no es independentista pero sí una resentida social. Su único objetivo es el exterminio de la burguesía por la vía de su asfixia financiera, y de ahí su odio al turismo. Colau sabe que la clase media catalana vive en estos momentos de él y nada desearía más que su desaparición de las calles de Barcelona. El siguiente paso será la usurpación de propiedades.
El meollo de la actual crisis catalana, más allá de agravios coyunturales como el cepillado del Estatut o el incumplimiento de las promesas de inversión en Cataluña, es la alianza antinatural de la primera cabeza, la burguesa, con la segunda, la populista. Y muy especialmente con la CUP, un partido filosóficamente rural, proteccionista, antisemita y cercano a las tesis batasunas, y que difícilmente podría estar más alejado de los intereses económicos, sociales, ideológicos y culturales de la burguesía urbana catalana.
[Si los patrones y encarregats catalanes de principios del siglo XX vieran en qué manos se ha dejado el timón del proceso independentista abogarían por la llegada de una dictadura en España que diezmara a las izquierdas, no les quepa ninguna duda.]
Ese nacionalismo radicalizado ha arrasado social, política y económicamente Cataluña durante los últimos seis años. También le ha cedido la responsabilidad sobre las vidas y las haciendas de siete millones y medio de catalanes e, indirectamente, de las de los treinta y nueve millones de españoles restantes a la CUP. En un momento, además, crítico en Europa por el auge de las ideologías populistas, la desaparición de las viejas clases medias, la presión inmigratoria y el fin del trabajo tal y como lo conocíamos en el siglo XX. La irresponsabilidad ha sido no sólo delictiva sino también inmoral.
Hace veinticuatro horas que se oyen rumores acerca de una renuncia a la declaración unilateral de independencia y una ruptura del PDeCAT y de ERC con la CUP. Es la mejor noticia de la última semana. Sólo la decapitación de esa segunda cabeza catalana y su arrinconamiento en el basurero de la historia puede salvar en estos momentos a Cataluña. Es imprescindible que el Gobierno español tolere y coopere discretamente con el desescombro porque es la mejor garantía de que lo ocurrido durante los últimos años no vuelva a pasar jamás aquí. Lo aprendido durante el proceso, además, le será muy útil cuando llegue el turno de hacer lo mismo con Podemos.