De la misma forma que la primavera llega a El Corte Inglés, han aparecido los intermediarios en "el conflicto". Han brotado por doquier como los almendros en flor o las setas en temporada. Hay quien ya se ve con la guayabera puesta y ciego de daiquiris entre mulatas en La Habana o entre rubias vikingas en alguna capital nórdica tirando de tarjeta de crédito. Lugares habituales de reunión para encontrarse con la guerrilla colombiana o los miembros de Hamás. Es lo que tiene el proceso catalán, que ha conseguido que muchos vivan del cuento y no suelten la teta. Ahora, por lo visto, toca negociar.
Puigdemont, como el muñeco del ventrílocuo, con una voz dicen que hay que hablar y con la otra están dispuestos a la DUI --declaración unilateral de independencia-- un 6 de octubre de Companys pero con profiláctico. A lo mejor, a los indepes les ha entrado el miedo escénico, el acoquinamiento, la descomposición de vientre y la diarrea. Después de tratar al rey como a un pelele, con pitadas y desplantes, ahora se quejan de que a Su Majestad se le hayan inflamado sus reales bemoles. La monarquía no sirve para nada, pero impresiona.
Hay postulantes para mediador como quien hacía antes oposiciones a notaria o como el exjuez Santiago Vidal, que igual se ofrecía para consejero de Justicia que para padre de la Constitución catalana y acabó en el Senado. Tenemos negociadores frescos y de proximidad. Algunos tienen un morro que se lo pisan, una caradura a prueba de terremotos, como Rafael Ribó, el defensor de pueblo catalán que después de conseguir prolongar la duración de su cargo, con el voto de un miembro del PP --que, por cierto, ahora trabaja con él--, y haber defendido el derecho a la independencia, ahora se proclaman in pectore respaldados por supuestas altas instancias internacionales. Los hay que rozan la sinvergüencería como la junta directiva del Barça o el monasterio de Montserrat, que ahora juegan al bombero pirómano. Solo falta que se apunte Gerard Piqué, El Niño del naipe, el Montaigne catalán. O colegios profesionales como el de abogados de Barcelona, cuyo vicedecano defendió a la señora consejera de Enseñanza por el 9-N y que ahora se apunta a la mediación. Los catalanes somos muy mañosos y lo reciclamos todo.
Hay funámbulos como Pedro Sánchez que hacen equilibrios sobre el alambre; tahúres del Misisipi como Pablo Iglesias que montan mesas de partidos políticos, el mismo que haría trampas hasta jugando al solitario; videntes del futuro como Ada Colau; sigilosos cardenales que transitan con discreción vaticana salidos de una película de Fellini; pescadores a rio revuelto... solo falta que aparezca Àngel Colom y los agentes secretos del vecino país alauita para que Barcelona se convierta en el escenario de la próxima novela de John Le Carré con rusas como de dos pisos espías de Putin.
El Sabio de Badalona, Enric Juliana, se hartó de repetir en La Vanguardia, que el Gobierno español no puede permitirse la imagen de la policía retirando las urnas, y es más, por lo visto sufrió el pasado domingo un duro revés. La Comisión Europea les ha dicho a los indepes que nanay del Paraguay, que de intermediar ni hablar, que estuvo muy feo lo de las porras, que vuelvan cuando quieran y muchos recuerdos para Núria Feliu.
O, como decía mi abuela, quien no quiera polvo que no vaya a la era.