Estuvimos allí porque había que estar, en un mañana luminosa de esto otoño imposible, como si la primavera se hubiese conjurado para echar un cable a los valientes de Societat Civil Catalana. Fuimos porque había que ir, con banderas de España, de Europa, de Cataluña. Algunos ahora piden que no haya banderas: los mismos a quienes no molesta la imposición de la estelada quieren que escondamos la enseña de todos.
Estuvimos allí porque teníamos la conciencia de que no podíamos dejar solos a quienes han estado soportando la opresión del separatismo. Por ellos marchamos hoy por las calles abiertas de Barcelona, en una marea roja y amarilla que no se había visto ni en el mundial de fútbol. En la calle había un millón de personas de todas las edades, cada una con su historia a cuestas y con un objetivo unánime: plantar cara a quienes los llevan –nos llevan– al abismo. Y las avenidas se convirtieron en una fiesta en la que sonaba el Mediterráneo de Serrat, el Resistiré festivo y ese himno sin letra que cantábamos con el corazón y la esperanza.
Hoy sé que empieza para Cataluña una época nueva. Se acabó el tiempo de silencio, amigos catalanes. Se acabó la “larga noche de piedra” de ese miedo que os metieron los separatistas, los supremacistas, los que se miran el ombligo y alimentan su fatuidad despreciando al otro. Se acabó el abuso, se acabó la rauxa, se acabó el morderse la lengua delante del amigo gallito que te dice que la estelada vale para todo, hasta para tapar las vergüenzas del independentismo que ha esquilmado esta tierra durante años. No hay bandera tan grande como para ocultar el robo del 3%, para secar las lágrimas de cocodrilo de los que decían emocionarse con la estrella y en realidad se partían de risa pensando en cómo iban a dar el próximo golpe a la caja común.
Ya sabéis que sois muchos, muchísimos, más de los que pensabais. Y ha llegado el momento de que se note. Se acabó el bajar la cabeza por no armar lío, el cambiar de tema por no echa leña al fuego, el dejar que os coman el terreno para tranquilizar a un perro rabioso que destila una ira de años: la misma que alimentó la peste mortal del nacionalismo en otras tierras dejando atrás la destrucción y la miseria. A los que dividen la sociedad, a los que quieren separar familias, a los que hacen lista de malos y buenos catalanes, los que creen que tienen el monopolio del amor a Cataluña, les recuerdo estas palabras de Borges: “nadie es la patria, porque todos lo somos”. El 8 de octubre en Barcelona una sociedad agitó su conciencia y puso pie en pared para defender lo suyo de las zarpas del separatismo. Visca Catalunya. Viva España. Ganaremos.