Carles Puigdemont ha pasado de envolverse en la senyera para agitar la calle a retorcer la semántica y las expectativas para eludir su compromiso de declarar la independencia, sortear su ingreso en prisión y no asumir la obligación moral de convocar elecciones y dimitir por engañar a todo el mundo.
Se cae un mito, gratamente. A fuerza de desobediencias, prevaricaciones y atropellos habíamos acabado admirando morbosamente al personaje. Resultaba verosímil atribuirle un romanticismo, una locura y una autenticidad insobornables y por tanto impropias de la cultura convergente.
Respiramos tranquilos porque la alternativa a la ambigüedad, la confusión y la indeterminación de esta declaración de independencia hubiera sido una DUI con capacidad de devolvernos a la peor versión del siglo XX.
La jornada
Afrontábamos una jornada histórica y tremebunda, con la muchedumbre insurgente de las esteladas esperando el silbato de trinchera de los jordis y la CUP, con un mapa de itinerarios del procés en el que no se descarta la conflictividad en la calle para alcanzar el cielo prometido, y con la mítica burguesía catalana, industriosa y financiera, haciendo las maletas.
Hubo reuniones previas, retrasos, caras largas de la CUP y una multitud deseosa de arrancarse por Lluís Llach y entonar el Tomba, tomba -L’Estaca- en el momento en que Puigdemont rompiera, de un hachazo, amarras con España.
El presidente catalán, como suele, ofreció un discurso audaz y perfectamente construido para pulsar los resortes épicos y emocionales del soberanismo. El relato resultó tan falaz como incontestable para la grey. Que Cataluña es un pueblo unido. Que nunca antes se había votado en medio de una lluvia de porras. Que el sí a la independencia el 1-O obtuvo más votos que el sí a la Constitución en 1978. Que todos los abusos y malas artes del Estado fueron inútiles frente al volem votar. Que el doble afeitado del Estatut de 2006 -en el Congreso y por el Constitucional- fue el último intento de modificar el estatus jurídico catalán dentro de la Constitución. Que el Rey echó a perder la última oportunidad de llegar a un buen entendimiento porque abdicó de arbitrar y de mediar.
La declaración
Es decir, que “la relación con España no funciona” y “Cataluña se ha ganado el derecho a ser escuchada y respetada”, así que… -¡Ara ès l’hora!-… “Asumo, al presentar los resultados del referéndum, el mandato del pueblo para que Cataluña se convierta en un Estado en forma de república... Y propongo al Parlament que suspenda la declaración de independencia de Cataluña para que en las próximas semanas se pueda llegar a una solución acordada”.
¿Independencia? ¿Lo ha dicho? ¿Lo ha aprobado? ¿Lo ha asumido? ¿Se votará? ¿Pero qué ha dicho?
A medida que los brazos y los ánimos de la muchachada independentista de las proximidades declinaban su entusiasmo, conforme la insurgencia traicionada de la CUP ensombrecía agriaba el rostro de Anna Gabriel, a medida que los periódicos mudaban sus titulares por segundos, se resolvía la exégesis sobre tan impreciso pronunciamiento.
Firma extramuros
Las dudas sobre lo sucedido no despeja la incertidumbre generada, pero en sí misma mitiga su amenaza, por mucho que, minutos más tarde, los indepes, tan dignos, firmaran una declaración de independencia extramuros del Parlament y con la presencia de los paniaguados de la ANC y Òmnium. La CUP se sumó, pero admitió que aquello era un papel mojado. Bochorno sobre bochorno hasta la victoria final.
¿Cesará el éxodo de empresas? Planeta anunció que traslada su sede central a Madrid tras escuchar al president. ¿Puede Puigdemont liderar el bloque independentista? Se ha quemado mucho en el procés, pero al soberanismo no le conviene convocar elecciones. El presidente se ha convertido en carne de You Tube, en un meme con pelazo a lo King Jong Un, siempre cerca del botón nuclear.
¿Puede continuar la legislatura? Que Cataluña no funciona ni gobierna es un clamor desde hace meses, pero la traición de Junts Pel Sí a la CUP tendrá que ser vengada so pena que los antisistema acaben más institucionalizados y amansados que Podemos.
¿Habrá declaración de independencia? No parece que el soberanismo haya ganado en credibilidad ante propios y ajenos después de este espectáculo. Ningún mediador internacional que se precie se jugaría el prestigio en este circo. A ojos del mundo, catalanes y españoles somos, más que nunca, una unidad de desatino en lo universal.
Pendientes de Rajoy
Ahora la pelota está en el tejado del Gobierno. Puigdemont jugaba de farol y su independencia a lo cantinflas, a lo Chavo del ocho, sin querer queriendo, permite a Rajoy seguir fumando puros mientras actúan los tribunales.
Sería un error no meterle mano al autogobierno para neutralizar el entramado de los rebeldes: los Mossos, TV3 y los medios públicos, la escuela…
La patochada alivia, pero no puede ser el celofán de tan prolongada y persistente impunidad.