A la presidenta del Congreso, Ana Pastor, se le va a acabar el typex de tanto borrar insultos del diario de sesiones. El último ha salido de la boca del diputado de Podemos Joan Mena, que ha llamado "gorrinos" a Albert Rivera y a todos sus compañeros, que formarían así, más que un grupo, una piara parlamentaria.
El mes pasado fue Carles Campuzano, el más moderado de los diputados de la demolida Convergència -a decir de los periodistas de la Villa y Corte-, quien llamó "falangista" al líder de Ciudadanos. Más typex.
Lo extraordinario de este súbito fenómeno de coprolalia es que sus protagonistas resultan ser, precisamente, quienes más reclaman "diálogo" para solucionar los problemas del país, método difícil de maridar con el improperio.
Incluso se han registrado episodios de copropraxia, como el sonoro corte de mangas que Lourdes Ciuró, parlamentaria del PDeCAT, dedicó a Toni Cantó desde su pulcro escaño.
Hay materia para la investigación científica. En la mayoría de casos, estas reacciones se han producido en el transcurso de debates que versaban sobre el adoctrinamiento en las aulas catalanas, debates que vendrían a actuar de esta manera como el agua bendita sobre el cuerpo de los exorcizados.
Se trata de una rareza contagiosa que desborda el Parlamento y se derrama por todo el país. Empar Moliner, la periodista famosa por quemar una Constitución española en TV3, se ha referido a Rivera en su cuenta de Twitter como "tontito".
Pero Rivera ha devenido en pieza de caza codiciada no sólo para los nacionalistas. La consigna en Podemos es calificarlo cada dos por tres de "extrema derecha". Hasta el moderado Pedro Sánchez lo utiliza como saco de boxeo: "Ciudadanos es el Vox de la política y ya está a la derecha del PP". Y aún no ha empezado la campaña catalana.
Qué suerte la de Rivera de tener a una mujer como candidata a la Generalitat. De haber tenido bigote sería Franco. Tal vez Hitler.