Andaba yo el sábado por la noche de Old Fashioneds con unos buenos amigos en el muy neblinoso Pony de Barcelona cuando se me acercó un viejo conocido (entiendo que independentista aunque nunca habíamos hablado del tema) y se interesó amablemente por mi bienestar económico. “Espero que EL ESPAÑOL te pague bien lo que estás haciendo” me dijo. Luego huyó del bar como si hubiera visto a Franco en persona trasegando gintonics en una esquina de la barra.
El caso es que me habría gustado responderle “¡Mucho! ¡Con el último sueldo hasta me he comprado una Roomba en el MediaMarkt!”. Pero para cuando quise reaccionar, mi conocido ya andaba a cuatro calles de distancia. Y luego dicen que los nacionalistas son intolerantes. No, hombre, no. ¿Cómo puede alguien pensar eso? Mientras te metas tus opiniones allá donde la espalda pierde su nombre, Cataluña es Suiza.
También es cierto que cobraría bastante más si le diera masajes con final feliz a Otegi en TV3 y me abstuviera de preguntarle por los veintiún muertos de Hipercor o por los diez, cinco de ellos niños, en la casa cuartel de Vic. En el sector mediático nacionalista se paga bastante mejor lo que te callas que lo que dices.
También cobraría bastante más si trabajara en el departamento de prensa de alguno de esos partidos cuyos líderes han hundido la economía catalana, convertido el sistema educativo catalán en un túnel de lavado de cerebros infantiles y dinamitado la convivencia en la comunidad para las próximas tres o cuatro generaciones. La creación de un clima irrespirable de victimismo y resentimiento también se suele pagar a precio de oro en Cataluña.
También cobraría más si escribiera para alguno de esos medios catalanes quebrados pero subvencionados hasta las amígdalas por todos los catalanes, incluidos los no nacionalistas, y que andan ahora financiándole a sus trabajadores viajes a Bruselas para entrevistar a un fugado de la justicia repudiado por todos los países de la UE. En Cataluña no somos violentos en primera persona pero nadie le ha dado más centímetros cuadrados de papel, horas de emisión y legitimación moral a presuntos delincuentes que nuestros medios nacionales.
Cobraría bastante más, en definitiva, si me dedicara al noble arte de la violencia mediática al más puro estilo RTLM. Que para los que no lo sepan son las siglas de la Radio Televisión Libre de las Mil Colinas, la emisora de radio que jugó un papel central en la creación de la atmósfera de odio que condujo al genocidio de los tutsis (y de los hutus moderados) en Rwuanda durante 1993 y 1994.
No estoy comparando nada. Esto es Europa y no África y los catalanes no somos vascos, así que nadie va a matar a nadie. Aquí el odio lo gestionamos de otra manera. Organizando referéndums para privar unilateralmente de sus derechos constitucionales al 50% de los catalanes y al 100% del resto de los españoles, por ejemplo. O lloriqueando frente a las cámaras.
Llámenme maniático, pero yo ya tuve mis veleidades juveniles con el nacionalismo (cierto que no con el montserratino de ERC, la CUP y el PDeCAT sino con el de algunos sectores cercanos al libertarismo de derechas y a los que nadie en Cataluña hace ni puto caso) y antes muerto que volver por esos pantanos mundicortos. ¡Si conoceré yo el supremacismo xenófobo que asoma la patita debajo de la piel de cordero del derecho a decidir! También voté al PSOE y a IU en algún momento de mi vida, justo antes de que las neuronas de mi cerebro hicieran conexión y pusieran inteligencia allí donde antes sólo había sentimentalismo y espíritu de manada.
Como dice el viejo chiste: “No le digas a mi madre que soy periodista, dile que toco el piano en un puticlub”. Que, actualizado, debería contarse ahora así: “No le digas a mi madre que soy periodista de un medio nacionalista, dile que como carne humana”. En realidad, lo de cobrar mucho o poco, bien o mal, depende por supuesto de con quién te compares. Sí sé que cuando me llega la notificación del banco con el sello de EL ESPAÑOL no me siento sucio y eso ya es más de lo que pueden decir muchos compañeros de profesión en Cataluña. A mí me vale.