Si tienen tiempo y les interesa el tema, les sugiero que entren en la página web del Museo Reina Sofía y se paseen por la sección dedicada al Gernica. Entre otras cosas, podrán ustedes acceder a un minucioso análisis de los desperfectos que el tiempo y los sucesivos traslados han provocado en el cuadro. Son más de los deseables. Cada una de esas muescas, cada uno de esos cuarteados, aconsejan no mover la pintura ni un milímetro, so pena de acelerar su deterioro. A pesar de eso, cada cierto tiempo, los nacionalistas vascos insisten machaconamente en solicitar su traslado al pueblo cuyo nombre da título a la obra inmortal de Picasso.
La propuesta es una majadería por muchas razones: primero, por las ya expuestas: el Gernica no está en condiciones de ser sometido a los vaivenes de un viaje, y eso debería frenar cualquier petición en ese sentido. Pero aunque estuviese niquelado, uno no puede practicar con la pintura ese ombliguismo impenitente que es marca de la casa de todo separatista. Imagínense que prosperase la tesis de que cada obra de arte tiene que ir a parar al lugar que la inspiró: Aviñón reclamaría sus señoritas, Valencia la mayoría de los cuadros de Sorolla, Sevilla las inmaculadas de Murillo, y Breda, como no, el cuadro de Las Lanzas con el que Velázquez pintó la extrema dignidad de la derrota.
En el caso concreto del Gernica, reclamarlo para la localidad que le da nombre tiene todavía más bemoles: si el bueno de Pablo Ruiz Picasso levantase la cabeza y se enterase de que algunos quieren llevar su obra cumbre a vivir lejos de un gran museo nacional – a la sala de exhibiciones de un pueblo, seamos más precisos – se volvía a morir del soponcio.
Como para algunas cosas nos vamos volviendo más sensatos, esta semana la comisión de cultura del Congreso tumbó por clamorosa mayoría una propuesta de Bildu de llevar el Gernica a Gernica. Ellos hablaban de hacer regresar al cuadro evidenciando su ignorancia sobre él: jamás estuvo por allí, ni la pintura ni su autor. Y eso prueba la universalidad de la pintura, que es una alegoría de la crueldad del ser humano.
En el Gernica está contenido Hiroshima, y Sebrenica, y las matanzas de Shabra y Shatila, y la masacre del mercado de Sarajevo, y los trenes rotos del 11M , y el atentado de Hipercor. Como le dije a la portavoz de Bildu invitándola a recordar la imagen picassiana de la mujer que grita sujetando en brazos el cuerpo inerte de su hijo muerto, ¿creen ustedes que la madre de Fabio Moreno, asesinado por ETA cuando tenía dos años, gritaba con menos desesperación cuando le entregaron el cadáver de su niño? El Gernica no es de nadie, porque es de todos, lo mismo que el miedo, la brutalidad, la barbarie. Y esa es nuestra vergüenza y nuestro pecado. De momento, y mientras no nos volvamos locos, el Gernica se queda en su casa, que es uno de los principales museos de arte moderno del mundo.