Concluye 2017 y lo hace como todos los demás años: con los habitantes de tan impar número buscando soluciones. A su matrimonio, a su soltería, a su divorcio. Y concluye, al mismo tiempo, con el potente pero frágil propósito de que, cuando llegue el par, a solo instantes de haber nacido, encontraremos las escurridizas claves que han estado ocultándose tanto tiempo, esquivándonos.
Una buena amiga, de hecho, se ha adelantado a la Nochevieja y ha dado con la solución: “los quiero a los dos”. Eso dice.
Confía en el poliamor, y el karma hará el resto, asegura Sofía. No puede zafarse de uno –le quiere- ni de otro –le quiere también-. Los quiere a los dos. Y uno completa al otro, y entre ambos le inunda el amor. No la práctica del sexo, que también, sino el amor. ¿No buscamos todos exactamente eso: hundirnos en amor?
Pues ella se sumerge cada instante, y por partida doble. Es cierto que solo uno de ellos sabe lo del otro. Pero ella asegura que no se trata, en absoluto, de un marido y un amante, sino de dos parejas. Que la semántica es irrelevante. Y que no puede prescindir de ninguno: “sería como amputarme un brazo: si es él, el izquierdo; si es el otro, el derecho, ¡y necesito los dos! ¿Quién querría cortarse cualquiera de sus extremidades?”, se pregunta.
También afirma que no hay mentiras. Solo acepta que, en todo caso, existe un exceso de paternalismo: no quiere herir al que no conoce lo que hay al otro lado, cuando él no está. ¿Para qué?, se pregunta. Si él -el que ignora que son más de dos- ya es feliz. Si ella no le priva de nada. Si ella lo ama, aunque ame a más.
En el mundo donde actúa, en su mapa interno, Sofía no ve nada de malo en su comportamiento. Al revés: le parece un privilegio. La aman; después, la aman otra vez. Ella devuelve multiplicada cada una de las sensaciones. Y los orgasmos: también estos los devuelve, amplificados.
Un gran empresario que no sabe que también es un gurú espiritual dijo hace unos días que es muy sencillo. Que todo se reduce a: “Identifica qué te hace feliz, y hazlo. Averigua qué te hace infeliz, y evítalo. Ten generosidad para hacer algunas cosas que te hacen infeliz por otros, pero también la inteligencia de ignorar a quienes te exigen, para su beneficio, un fragmento de tu felicidad”. Y, así, el 18 irá bien. Por supuesto.
Hank Moody le dijo a Karen en Californication: “Lo último que quiero ver antes de morir son tus ojos”. Aunque este escritor perturbado no pare de investigar sobre los cuerpos de otras mujeres, aunque tenga ya información suficiente para elaborar una tesis, seguramente la más insólita, ¿no es esta la mayor y más deliciosa declaración de amor?
Cierto que a mi amiga polígama y a Moody, a quien el término polígamo se le quedaría corto si se comprometiera con cada mujer con la que intercambia fluidos, no les compran siempre, ni todo el mundo, sus interpretaciones sobre cómo disfrutar más de cada día. Pero quizá le demos demasiada importancia a las observaciones ajenas. Si ya nos resulta difícil satisfacernos a nosotros mismos, con esa cabecita tan exigente que nos corona, ¿habremos de incorporar también las pretensiones que intuimos que los demás tienen sobre nuestros actos?
Comienza un nuevo año, seguro que tan severo y hermoso como el último. Provocará tragedias, abrazará a recién nacidos; hará felices a muchos, a otros infelices; y a algunos felices y luego desdichados, y también al revés, que la rueda de la vida y la muerte no para nunca.
Un año desconocido aún, quizá adecuado para experimentar amor intenso, y doble; para imaginar una declaración de amor apelando a una última mirada; sexo duplicado y revolucionario, allí y aquí. Felicidad ingenua -¿o será todo menos ingenua?- cada segundo. Amor, en definitiva, rebelde y mayúsculo este 18.