Este retrato de Carles Puigdemont sobre fondo gris no es el que con más fidelidad refleja su estética reconcentrada de sepulturero del far west. Pero la sustitución de su sempiterno traje negro por uno gris con corbata a juego, y de su clásica camisa blanca por otra igualmente adusta de color azul, no suponen alteraciones sustanciales en la imagen que el presidente depuesto de Cataluña cultiva de sí mismo.
Carles Puigdemont ha hecho de la sobriedad exterior, como de su abundante flequillo, su sello personal, y en este punto cabe preguntarse si su fondo de armario, por anodino y poco reseñable, no está inspirado en el laconismo marcial o frailuno que atribuimos a santones y conquistadores.
El aura breve que rodea al personaje esta fotografía, el gesto adusto, la mano hamletiana y el lacito amarillo a modo de escarapela subrayan la vis mesiánica de un hombre que, resulta evidente, merece un lugar destacado en el pódium de las imágenes de la semana no tanto por su contribución al imaginario común de españoles y catalanes como por su protagonismo en el ejercicio que concluye.
Carles Puigdemont ha sido la persona del año 2017. Nadie como él ha condicionado el devenir político y mediático en nuestro país. Y nadie como él representa la insoportable levedad del ser. Se convirtió en presidente de la Generalitat por casualidad; llevó más lejos que ninguno de los caudillos del nacionalismo su órdago al Estado; y, después de haber motivado todo tipo de menosprecios, burlas y chistes, le ha doblado la mano al Estado.
Sus continuas mentiras y mendacidades sobre el yugo español, su cinismo, sus ataques contra la UE, sus interpelaciones al Rey, sus extravagantes huida y exilio en Flandes y su particular pulso con Oriol Junqueras jalonan de momentos y anécdotas fascinantes la historia de este hombre. Los periodistas lo hemos llamado Cocomocho y Puigcagón, pero nos ha ganado a todos.
Ahora parece decidido a presidir la Generalitat de Cataluña en rebeldía a través del plasma. Pues bien, será un disparate impracticable desde un punto de vista normativo y legal, pero no sería la primera vez que en España un mandatario gobierna parapetado detrás de una pantalla. Yo con Puigdemont no me la jugaría de nuevo.