Dice Miquel Ensenyat, presidente del Consell Insular de Mallorca, que el catalán es "nuestra máxima aportación colectiva a la humanidad". Es decir que frente a la domesticación del fuego, la invención de la rueda, la agricultura, la música, la democracia, el derecho, el arte, las obras completas de Shakespeare, los derechos humanos, Goya, las ciudades, las vacunas, la ciencia, el cine o la exploración espacial, los catalanes hemos aportado a la humanidad, tras un extenuante esfuerzo colectivo, una simple herramienta de comunicación verbal sin ninguna particularidad que la eleve por encima de las restantes 7.000 herramientas de comunicación verbal existentes en el planeta. ¡Y luego nos llaman tacaños!
Ensenyat se ha puesto el listón bajo. Según sus parámetros, los catalanes también habríamos aportado a la humanidad la reproducción sexual, el bipedismo y el omnivorismo. El hecho de que los tres sean rasgos humanos universales y presentes en todas las culturas del planeta no va a impedir que los consideremos, con proverbial generosidad, como un regalo catalán a la humanidad en pleno.
Pero hablemos en serio. A la insignificancia de la máxima aportación catalana a la humanidad se suma el dato de que el catalán ni siquiera es la lengua más hablada en Cataluña. Frente a esas fake news (mentiras en español) que hablan de doce millones de catalanohablantes en todo el mundo se eleva, indiferente a las fantasías adolescentes de los independentistas, la evidencia de que apenas el 30% de los catalanes, es decir poco más de dos millones, dicen tener el catalán como primera lengua en su propia familia, por el 55% que dicen tener el castellano. Son datos oficiales del Instituto de Estadística de la Generalitat de Cataluña.
A la irrelevancia del catalán, que por no poder ni siquiera puede esgrimir el argumento de la fuerza, de la utilidad o del prestigio cultural de los que sí pueden presumir el inglés, el español, el mandarín o el hindi, se suma su utilización como herramienta de venganza de los catalanes nacionalistas sobre los catalanes constitucionalistas, considerados como ciudadanos de segunda en la región y a los que se les exige algo que ningún ciudadano de ninguna otra comunidad española le ha reclamado jamás a ningún compatriota: que den las gracias a diario por haber sido acogidos ¡en su propio país!
Huelga decir que ningún español ha acogido jamás a ningún otro español en territorio español porque España, incluida por supuesto Cataluña, nos pertenece a todos los españoles. Dicho de otra manera: los catalanes no han acogido a los castellanos o a los andaluces en Cataluña más de lo que los castellanos o los andaluces han acogido a los catalanes en Cataluña.
A la vista, en definitiva, están los dos principales efectos de la represión nacionalista del español en la esfera pública y muy especialmente en el sistema educativo catalán.
1) La división de los ciudadanos catalanes en dos comunidades perfectamente simétricas con sus partidos, sus televisiones y sus instituciones espejadas (PP-JuntsxCAT, PSOE-ERC, Podemos-CUP, TV1-TV3, Policía Nacional-Mossos d'Esquadra, Ministerio de Asuntos Exteriores-Diplocat).
2) La discriminación de los estudiantes hispanohablantes, cuyos resultados académicos, una vez descartada la influencia de parámetros sociales, económicos y culturales, es de forma sistemática muy inferior a la de los estudiantes catalanohablantes.
El catalán ha sido la maldición histórica de Cataluña. Lejos de convertirse, como pretenden sus defensores, en una herramienta de integración, ha sido empleado desde 1978 como arma de segregación de más de la mitad de los catalanes. Infectada de nacionalismo, convertida en símbolo xenófobo y desahuciada como lengua de concordia, el catalán es ya poco más que una herramienta de odio en manos de aquellos que la han utilizado para proyectar con ella su racismo.
Sin el catalán, la fantasía de la particularidad catalana se derrumbaría como el castillo de naipes que es, dejando al desnudo la realidad de una comunidad española sin mayor (ni menor) historia, mérito ni merecimiento que las dieciséis restantes. Una comunidad de iguales en un país de iguales.
Es decir una democracia.