En 1954 el editor gráfico de The New York Times fue destituido por publicar un pie de foto de la boda de Marilyn Monroe y Joe DiMaggio porque el director consideró que una frivolidad de ese calibre no tenía cabida en la cabecera más prestigiosa del mundo, según cuenta Gay Talese en El reino y el poder.
El lunes y martes pasado todos los diarios generalistas españoles abrieron y mantuvieron durante horas en sus webs muchas y variadas informaciones sobre el desenlace de la final de Operación Triunfo sin que nadie se preguntara si convertir un concurso de aspirantes a cantantes en la noticia del día podía perjudicar la credibilidad e imagen de los medios de comunicación de nuestro país.
Los tiempos cambian, claro, y va de suyo que ni cualquier pasado fue mejor ni vale la pena incurrir en el vicio de la nostalgia, tara germinal del oficio. Pero basta reparar en cómo ha cambiado -y cómo cambia- el periodismo para desentenderse por siempre de la estúpida confusión entre evolución y progreso.
Buscamos o deseamos un punto medio y razonable entre el elitismo histérico del viejo NYT y esta subasta habitual de contenidos, delegada en los caprichos de una audiencia quién sabe si mayormente agradecida o principalmente desorientada y adormecida en su entretenimientos.
Del mismo modo que sorprende que en el NYT de hace seis décadas pudiera generar controversia la cobertura de la boda entre la estrella más rutilante de Hollywood y el deportista más popular del país, sólo puede causar estupefacción que todos los medios hayan competido sin rubor en publicar piezas y fotogalerías sobre un certamen de aprendices de artistas.
No tengo nada contra OT, vaya por delante. Amaia y Aitana cantan muy bien y merecen suerte y éxito. ¿Pero de verdad requería la final de un concurso de adolescentes ese despliegue generalizado de esfuerzo, espacio e ingenio en todos los medios? ¿Es lógico que la audiencia y el número de telespectadores condicionen la jerarquización de contenidos en un periódico?
En el trance de comprender en qué momento se jodió el oficio pienso en Vargas Llosa porque el toque a rebato del Nobel en La civilización del espectáculo resuena ahora como el gorigori de un mundo agonizante en el que la dictadura de las redes sociales viene siendo el descabello.
Quizá yo no entienda nada y definitivamente España se parezca a OT, como concedía recientemente en una entrevista con EL ESPAÑOL Juan Carlos Monedero. O quizá todo esto sea fruto del cinismo y, como diría Ivan Karamazov, muertos Dios y el periodismo todo esté permitido.